Los días en el pueblo transcurrieron con calma,
Elías recibió muchas visitas de sus seres queridos procurando hacerle la
vida lo más agradable posible y él se lo
agradeció infinitamente. Aquella casona, en la que tan feliz había sido,
testigo de tan buenos momentos vividos, llegó a encontrarla excesivamente
grande para él solo, y las visitas diarias le habían ayudado a rellenar los momentos del día en los que la
soledad le resultaba tan pesada como una losa.
La Semana Santa ya había llegado y con ella su hija
y su nieto Rubén que, apenas saludó a su abuelo, comenzó a corretear por toda
la casa con tal algarabía que mismamente parecía que había llegado un
regimiento de marines.
Esa misma noche, cuando el abuelo entró en su
habitación para desearle las buenas noches, el pequeño quiso saber qué planes
tenía para aquellas vacaciones y Elías le sugirió algún paseo por las amplias playas de El Rosal y Merón, hasta llegar al monumento
de El Pájaro Amarillo, haciendo volar aquella cometa que estaba sacando de debajo de la cama
envuelta en papel de regalo. Los ojos de Rubén se abrieron como platos mientras
rasgaba el papel y admiraba la cometa que tanto había anhelado.
Le apetecía
mucho, también, participar en la Procesión de las Antorchas que tendría lugar el Sábado de Gloria. Desde hace
muchísimos años, al atardecer de ese sábado,
los vecinos de la villa y alrededores acompañan a la Virgen de La Barquera en su traslado de
la capilla, en donde tantas veces rezó siendo un niño por los marineros que
salían a faenar, hasta la parte alta de la villa. Exactamente la depositan en
la capilla del Colegio Cristo Rey donde es velada durante la noche en espera de que, al amanecer del
Domingo de Resurrección, se produzca el Santo Encuentro camino de la iglesia de
Santa María de los Ángeles. Antaño la subían directamente hasta la iglesia
donde permanecía hasta el Martes de Pascua Florida, día en el que se celebraba La Folía.
-Abuelo, ¿qué es eso de La Folía? –le preguntó el
pequeño Rubén al tiempo que se acurrucaba a su lado.
Y Elías, rememorando con emoción la noche en la que
él le había hecho esa misma pregunta a su abuelo, intentó explicarle, tal como hacía
muchos años le había relatado a él aquel viejo y sabio marino, de donde procedía la tradición de tan emotivo evento.
Recordó como contaba la leyenda, transmitida de
padres a hijos durante muchas generaciones, que fue en un Martes de Pascua
cuando arribó a la villa, justo donde en su honor se erigió el santuario, una barca sin remos, sin velas, ni timón, ni
tripulante alguno, sólo ocupada por la imagen de una Virgen a la que llamaron
Virgen de la Barquera y concediéndole el adjetivo de milagrosa por la
protección con la que, según cuentan, envolvió y envuelve a los marineros de la
villa.
Para conmemorar aquella aparición, los marineros dejaban de salir a faenar,
adornaban sus embarcaciones y esperaban a que la marea les fuese propicia para
bajar en andas la imagen de la virgen,
embarcarla y después de una procesión marítima llevarla de nuevo hasta su santuario
donde permanecería hasta el año siguiente. Hasta el día de hoy, todos los años la imagen de la Virgen es
sacada en procesión terrestre y marítima por los marineros. Con el transcurrir
del tiempo han ido cambiado la fecha de celebración del Martes de Pascua
al fin de semana siguiente a esa fecha
en que la marea sea la más adecuada para permitir a las embarcaciones, cada vez
más grandes, navegar sin dificultad,
desde el puerto hasta mar adentro, encabezando la procesión el barco que porta
a la Virgen y seguido por la totalidad de los barcos que en ese momento se
encuentran atracados en el muelle.
También esa nueva fecha facilita que todos los marineros de la villa puedan
estar en tierra, sin perder jornadas de trabajo, para honrar a su patrona
engalanando sus embarcaciones y permitiendo a los vecinos y visitantes que lo
deseen, embarcar y participar del festejo con ellos.
Elías quería contarle también, de dónde venía la
tradición de los picayos y picayas que acompañan a la Virgen en todas las procesiones pero, al percibir su
respiración profunda y relajada, se dio cuenta de que Rubén se había quedado
dormido mientras le escuchaba. Bueno, era comprensible, el día había sido muy
largo y había soportado un tedioso día viajando.
Le dio un beso en la frente mientras le arropaba y
salió despacito de la habitación con el espíritu henchido por la alegría. La
vida tenía muchos sinsabores pero merecía la pena vivirla.
FIN.
Laura González Sánchez ©
3 comentarios:
Hiciste un buen trabajo. ¡Enhorabuena!
Abrazo.
Lines
Gracias Lines, tú siempre tan generosa con los demás, pero alguien que sabe bastante sobre el dificil mundo de la escritura me ha hecho ver (muy amable y acertadamente) varias cosas que he de pulir. Me alegro de haberlo colgado en Susurros. De otra forma me hubiera quedado tan convencida de que era un buen trabajo. Me pondré manos a la obra para solucionar esos fallos y aprender de ellos que es de lo que se trata.
Saludos.
Y claro que es un buen trabajo. ¿Que se puede mejorar? Seguro. Todo se puede mejorar.Pienso que incluso los grandes escritores, cuando releen su obra, encuentran cosas mejorables. Pero eso no quiere decir que lo tuyo no sea un buen trabajo. Al menos yo lo leí con interés hasta el final.
Así que sabes Laura, a seguir escribiendo, Jesús
Publicar un comentario