sábado, 2 de marzo de 2013

EL JÁNDALO (V Parte)

 
Los días en el pueblo transcurrieron con calma, Elías recibió muchas visitas de sus seres queridos procurando hacerle la vida  lo más agradable posible y él se lo agradeció infinitamente. Aquella casona, en la que tan feliz había sido, testigo de tan buenos momentos vividos, llegó a encontrarla excesivamente grande para él solo, y las visitas diarias le habían ayudado  a rellenar los momentos del día en los que la soledad le resultaba tan pesada como una losa. 

La Semana Santa ya había llegado y con ella su hija y su nieto Rubén que, apenas saludó a su abuelo, comenzó a corretear por toda la casa con tal algarabía que mismamente parecía que había llegado un regimiento de marines. 

Esa misma noche, cuando el abuelo entró en su habitación para desearle las buenas noches, el pequeño quiso saber qué planes tenía para aquellas vacaciones y Elías le sugirió algún  paseo por las amplias playas de  El Rosal y Merón, hasta llegar al monumento de El Pájaro Amarillo, haciendo volar aquella cometa  que estaba sacando de debajo de la cama envuelta en papel de regalo. Los ojos de Rubén se abrieron como platos mientras rasgaba el papel y admiraba la cometa que tanto había anhelado.

 Le apetecía mucho, también, participar en la Procesión de las Antorchas que  tendría lugar el Sábado de Gloria. Desde hace muchísimos años, al atardecer de ese sábado,  los vecinos de la villa y alrededores acompañan  a la Virgen de La Barquera en su traslado de la capilla, en donde tantas veces rezó siendo un niño por los marineros que salían a faenar, hasta la parte alta de la villa. Exactamente la depositan en la capilla del Colegio Cristo Rey donde es velada durante  la noche en espera de que, al amanecer del Domingo de Resurrección, se produzca el Santo Encuentro camino de la iglesia de Santa María de los Ángeles. Antaño la subían directamente hasta la iglesia donde permanecía hasta el Martes de Pascua Florida,  día en el que se celebraba La Folía. 

-Abuelo, ¿qué es eso de La Folía? –le preguntó el pequeño Rubén al tiempo que se acurrucaba a su lado.

Y Elías, rememorando con emoción la noche en la que él le había hecho esa misma pregunta a su abuelo, intentó explicarle, tal como hacía muchos años le había relatado a él aquel viejo y sabio marino, de donde procedía  la tradición de tan emotivo evento. 

Recordó como contaba la leyenda, transmitida de padres a hijos durante muchas generaciones, que fue en un Martes de Pascua cuando arribó a la villa, justo donde en su honor se erigió el santuario,  una barca sin remos, sin velas, ni timón, ni tripulante alguno, sólo ocupada por la imagen de una Virgen a la que llamaron Virgen de la Barquera y concediéndole el adjetivo de milagrosa por la protección con la que, según cuentan, envolvió y envuelve a los marineros de la villa. 

Para conmemorar aquella aparición,  los marineros dejaban de salir a faenar, adornaban sus embarcaciones y esperaban a que la marea les fuese propicia para bajar en andas  la imagen de la virgen, embarcarla y después de una procesión marítima llevarla de nuevo hasta su santuario donde permanecería hasta el año siguiente. Hasta el día de hoy,  todos los años la imagen de la Virgen es sacada en procesión terrestre y marítima por los marineros. Con el transcurrir del tiempo han ido cambiado la fecha de celebración del Martes de Pascua al  fin de semana siguiente a esa fecha en que la marea sea la más adecuada para permitir a las embarcaciones, cada vez más grandes,  navegar sin dificultad, desde el puerto hasta mar adentro, encabezando la procesión el barco que porta a la Virgen y seguido por la totalidad de los barcos que en ese momento se encuentran  atracados en el muelle. También esa nueva fecha facilita que todos los marineros de la villa puedan estar en tierra, sin perder jornadas de trabajo, para honrar a su patrona engalanando sus embarcaciones y permitiendo a los vecinos y visitantes que lo deseen, embarcar y participar del festejo con ellos.

Elías quería contarle también, de dónde venía la tradición de los picayos y picayas que acompañan a la Virgen  en todas las procesiones pero, al percibir su respiración profunda y relajada, se dio cuenta de que Rubén se había quedado dormido mientras le escuchaba. Bueno, era comprensible, el día había sido muy largo y había soportado un tedioso día viajando. 

Le dio un beso en la frente mientras le arropaba y salió despacito de la habitación con el espíritu henchido por la alegría. La vida tenía muchos sinsabores pero merecía la pena vivirla. 

FIN.

Laura González Sánchez ©

3 comentarios:

LINES dijo...

Hiciste un buen trabajo. ¡Enhorabuena!
Abrazo.
Lines

Laura dijo...

Gracias Lines, tú siempre tan generosa con los demás, pero alguien que sabe bastante sobre el dificil mundo de la escritura me ha hecho ver (muy amable y acertadamente) varias cosas que he de pulir. Me alegro de haberlo colgado en Susurros. De otra forma me hubiera quedado tan convencida de que era un buen trabajo. Me pondré manos a la obra para solucionar esos fallos y aprender de ellos que es de lo que se trata.
Saludos.

Anónimo dijo...

Y claro que es un buen trabajo. ¿Que se puede mejorar? Seguro. Todo se puede mejorar.Pienso que incluso los grandes escritores, cuando releen su obra, encuentran cosas mejorables. Pero eso no quiere decir que lo tuyo no sea un buen trabajo. Al menos yo lo leí con interés hasta el final.
Así que sabes Laura, a seguir escribiendo, Jesús