sábado, 7 de mayo de 2016

olvido



OLVIDO 2 

                     La mente  -es decir yo- puede mover fácilmente al continente, es decir,  a ella –persona.

                     Todos los veranos, en época de rebajas, la he dirigido a la Boutique Gala, y en todas las ocasiones, ella ha salido con un vestido de quitar el hipo a precio de saldo. Como es bastante maniática la ha guardado para la próxima estación veraniega.

                     La he convencido para ponerse el vestido azulón en la boda de su prima.  Y ella, que casi nunca desatiende mis consejos, ha comenzado la búsqueda en el armario número 1. Yo –la mente- y ella –los ojos y las manos- hemos examinado todas las perchas, quizá, con demasiada rapidez, y no lo hemos encontrado.  Impregnados de la esencia Nina Ricci nos hemos precipitado al armario número  2  donde guarda la ropa de “despedida de solteras” y con sus manos nerviosas ha ido depositando todas las perchas, también protegidas con capas de lavandería sobre el edredón de la cama; ningún vestigio azul.  Como a un robot, la he dirigido al ropero número 3.  Es un armario que exhala aroma de suavizante Heno de Pravia.  Mueve las perchas rauda, no tiene la más mínima esperanza de encontrarlo aquí.  Y antes de que la haga chequearlo de nuevo, ya estamos ante su ropero esperanzador, número 1   El examen es extenso y concienzudo: es un TAC de hospital. ¡Desaliento mortal,no acude a la boda!

                      En forma de bombilla la ilumino:  nos dirigimos a la lavandería más cercana.  La dueña que es amiga empieza la búsqueda como si se tratara de un problema personal.  Acciona el mando que hace girar los rieles y las tres vamos buscando un vestido azul zafiro, de tirantes, escote pronunciado y entallado… la amiga la despide con pena.

¡El lagarto está llorando,
La lagarta está llorando.
 Han perdido sin querer
Su anillito de plomo…!


                        Yo, aunque no muy convencida, la animo a que visitemos la tintorería de la ciudad ¡Limpress!  Hace años que no la frecuenta.  Su cara triste, sus manos temblorosas y vacías sonsacan una sonrisa de comprensión en la dependienta que nos atiende.  El ruido y el baile de las prendas es perceptible para la clientela y las servidoras.  El prolongado baile dura una eternidad.  Antes de despedirse, la abnegada chica le aconseja dirigirse a la central de objetos no reclamados.  Sí, ya verá cómo se soluciona el problema.

                       Desde el envío de la carta  -sin una respuesta- ha pasado tanto tiempo que ambas nos hemos olvidado del vestido azul.

                       Mi  dueña, aunque yo pienso que soy la que lleva el timón, es romántica y melancólica.  Su esposo la viene recordando que los armarios  - que los están hinchados como globos, tan repletos de ropa impalpada durante años   - es menester vaciarlos.  Ella le oye como quien oye llover: ¿deshacerse de su vestido parisino?, ¿de los trajes de la Boutique Garden…? Y de pronto, nos acordamos de la Boutique Gala. Y comienza el vaciado del primer armario:  trajes de todas las estaciones, abrigos negros, marrones,! ah! Y el abrigo marrón comprado en Leeds, Inglaterra  ¡Ay! Pero llegan los besos agradecidos de la señora croata que trabaja en su casa.

  El segundo armario no es desmantelado del todo: vuelve a acoger los trajes de su esposo; sin embargo las prendas de verano, en su mayoría vestidos, el traje de lino comprado en la Boutique Kendal, que lo puso solo en la Primera Comunión de su hijo serán regalados también a Mariana.

  No tuvo fuerza física y menos moral para desinflar el tercer armario. Yo  no tuve coraje para que acabara su trabajo.  Y su esposo tampoco la apremió más.

  Cansada físicamente  después de planchar más de una docena de camisas y no sabiendo dónde colocarlas para que no se arrugaran se remangó –su decisión me cogió por sorpresa.  Sobre la cama de matrimonio,  fue haciendo un montón: eran batas de casa, albornoces, saltos de cama (que volverían a ocupar su sitio)  El segundo surtido de camisetas, camisas anticuadas o de talla inservible iría a la tienda de reciclaje. El último pilar lo formaron prendas buenas pero antiquísimas, como la chaqueta de punto con botones de madera, la chaquetilla de cuero que adquirió con los primeros sueldos… irían a parar al contenedor de ropa extraña.

  La luz iluminó el color marrón casi inmaculado del armario.  Quedaba una percha medio caída que difícilmente sostenía un tirante.  El color azul zafiro cubrió la cara de mi querida protectora.  Creo que ambas sufrimos un choque emocional e inverosímil.

 Pero, bien limpio y planchadito lo admiramos a porfía.

                                   San Vicente de la Barquera, a 4 de  abril de 2016
                                                    Isabel Bascaran


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