sábado, 25 de abril de 2015

SALOU - IV



         
   Ayer fue el Día Internacional del Libro.  El día de las Bibliotecas. Y aquí, en Cataluña, Sant Jordi, que para mí fue una novedad  preciosa. El día del libro y la rosa. No hubo pueblo cuyas librerías   no se echaran a la calle junto a puestos de rosas rojas, para que las señoras pudieran regalar a su hombre el libro preferido, y éste a su dama, una rosa envuelta en celofán. Inculcan la tradición a los niños más chicos, y a mí me dio envidia, y como pena de que no fuera como una gripe contagiosa. Mal leí en un periódico catalán que, Ken Follet, el famoso autor británico de “Los Pilares de la Tierra” que está en Barcelona y vio la fiesta por vez primera,  se quedó con la boca abierta y dijo que así debería ser en el mundo entero. Yo también la abrí, pero la cerré primero que él.


            Como estaba solo me fui directo al pueblo viejo, que las zonas turísticas de hoteles monumentales son iguales en todas partes. Fui en bus, con Plana, que no debe de haber otra compañía porque Planas se ven por todas partes. Dos euros; pues señor Plana, contigo no vuelvo a no ser que no me quede más remedio. El Magdaleno, que aquí se llamará el Salougdeno, solo cuesta uno, y encima vas respirando el aire puro del Mediterráneo. Estuve en el Mercado  Municipal, donde si vienes a Salou, te recomiendo que no entres; no tiene nada que ver, y además no me olió muy bien. Y eso que yo, de olfato, nada. Hay una plaza redonda y bonita que separa el pueblo del Paseo Marítimo, y se llama de C. Bonet, un arquitecto que fue colaborador y discípulo de Gaudí. Frente  ella, un chalet que recuerda la arquitectura del Maestro.  Los cactus gigantes que la decoran, me hicieron pensar en las Islas Canarias. El Paseo Marítimo sombreado de palmeras, amplio y  largo que bordea la playa, es lo único que yo recordaba de Salou.

         Después poco a poco me acerqué al hotel para comer. En la calle que me aproxima, encontré un montón de tiendas de esas donde venden cosas que no sirven para nada, pero donde las mujeres se hartan de comprar porque total, por dos o tres euros le llevo un detalle a la vecina, y quedo bien con ella. Que ella cuando fue de viaje me trajo una mierduca que tengo tirada en un cajón de no sé donde. Y eso, que total por un euro y pico no voy a quedar mal con ella.

         Creo que todas estas tiendas están regentadas por hindúes, que debe de haber aquí más que en Calcuta y Delhi, las dos juntas. Comí en solitario y poco; se conoce que me quitó el hambre los tres euros que me soplaron por medio vermú que me tomé sentado en un sillón de bambú, de cuyos palos aún debo tener la marca en las posaderas. Pero con eso de que tienen todas las cosas escritas en inglés, atracan a los pobres jubilados sin necesidad de máscara ni de pistola. A este paso, en cuestión de pocos años, entre ellos y los impuestos nos mandan a la ruina, más de lo que ya estamos, y ellos solos nos joden el idioma. O si no, ya lo verás; que a mí no me va a dar tiempo,

                   Jesús González ©

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