martes, 16 de diciembre de 2014

MI ESCUELA



 
             
               La autovía sepultó la escuela donde aprendí, que agua empieza con “a”, que iglesia empieza con ”i”.  Hay una escuela cadáver a mitad de aquel camino  de Caviedes a Vallines, que anduvimos los vecinos… Hay una escuela enterrada bajo  asfaltos y hormigones; hay una escuela que pisan las ruedas de mil camiones….

            Un edificio alargado con seis alegres ventanas. Se cerraban por las tardes, se abrían por las mañanas. Tres ventanas de los críos, otras tres de las chavalas, todos como pajarillos estudiando en sus “j-aulas”. En un hueco del pupitre, había un tintero incrustado, lápices,  “pinturines”, y la enciclopedia al lado; el Catecismo, la Historia,  los mapas y el “encerado”, donde con tiza muy blanca  escribí “cuatro por cuatro”.

            En la pared del frente, hubo entonces dos retratos: el de Primo de Rivera, y el más grande, que era de Franco. Un Cristo crucificado que pendía entre ambos… invitaban al respeto, al silencio y al recato.  Debajo estaba el maestro en una silla sentado, una mesa de madera, y en ella un gran diccionario, donde aprendí con paciencia la forma de manejarlo.

            La tabla de multiplicar todos a coro cantamos, los días de la semana, y los meses de todo el año… Los sábados, en las tardes, juntos también rezábamos porque se acaben las guerras, y seamos como hermanos. Y en la brañuca de afuera, como cachorros jugamos, a la “rampla”, al “garbancito”, y a pegarnos con las manos, para endurecer las carnes, y hacernos fuertes muchachos.

            Yo cuando voy a mi pueblo, y paso por aquel lado, recuerdo aquellos maestros a los que sigo añorando; recuerdo las seis ventanas de aquella pared tan blanca, y en su memoria quisiera poner allí una placa, que diga “bajo el cemento, quedó enterrada mi alma”.

                Jesús González ©

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