(¡ Que ya está bien!)
Antes
de mis días en La Legión, disfruté un
mes en casa del único permiso que tuve, salvo el corto aquel en que me fui a
Cádiz. Solo dos cosas recuerdo de entonces: el “!Ay, el mi hiju!” que dijo mi madre cuando me
vio llegar, y la despedida de mi novia cuando hube de regresar.
Unos meses de rutina entre mapas isobáricos y “viento y presión” para los
aterrizajes, una borrachera indecente que pesqué un día no recuerdo con qué motivo,
y muchos momentos de soledad y de una paz increíble cuando en los atardeceres me llegaba la monótona
y cadenciosa oración del almuecín desde el altavoz de la torre de la mezquita más cercana.
Después,
llegó la mañana en que lanzamos al aire los gorros azules bordados con las alas
de Aviación, y desarrugamos las ropas de paisano almacenadas en los fondos de
las maletas.
"Los
cumplidos son de oro
Los
veteranos de plata,
Los
quintos de calderilla
Los
reenganchados de hojalata".
Atraca
Pujol, y vuelve a atracar, que son los cumplidos que van a embarcar. (El
Vicente Pujol era el barco que hacía
todas las noches el puente marítimo entre Melilla y Málaga,) y estas y otras
muchas canciones se escuchaban por todas partes a partir del toque de diana de la mañana de ese día en
que dejaríamos para siempre las tierras africanas.
Las
vísperas las tiendas de hindúes de Nador estaban abarrotadas de soldados
comprando los regalos para las novias, para los padres, y para los hermanos. Para uno mismo, quien no lo había hecho
primero, adquiría este día el primer reloj de pulsera que había de tener en la
vida, (un Cauny, o un Dogma Prima, que eran las dos marcas con cierto prestigio
al alcance de las posibilidades de la mayoría de los soldados), o una pluma
estilográfica Parker-21 para lucirla enganchada dentro del bolsillo alto de la
americana. Para las novias y mujeres de la casa, medias de cristal que eran
entonces el sueño de todas las jóvenes, impermeables de plexiglás de colores
transparentes que eran la envidia de todas las vecinas, cremas Pons para la
piel, y pastillas de jabón de tocador Lux, que era la marca con que se lavaban
la cara nueve de cada diez estrellas del cine americano, según decía la publicidad
del momento. Tabaco negro prensado en pastillas de cuarto kilo, y Camel o Lucky
Strike americano para presumir con su perfume en las romerías de los pueblos.
"En
la cábila moruna
Toman
el té.
Alí,
Fátima “mexiana”,
Y
Mahamed…"
Un día entero sin hacer nada, me dio pie
para abrir y cerrar cien veces la maleta
de madera mientras escuchaba canciones con letras que alguno rimó en tardes de
aburrimiento sobre un catre de hierro y borra.
Finalmente llegó el momento de subirse a los camiones que nos dejaron en
el puerto de Melilla. Al llegar a Madrid intenté conocer personalmente al
general Millán Astray, pero quien me recibió
fue una hermana. Me informó que el General se encontraba en una finca
que tenían en Valencia, y que su salud era un tanto preocupante. Tan
preocupante fue, que pocos meses más tarde, falleció. Regresé a la casa
paterna, y empecé a pensar en un trabajo con el que iniciar en serio mi vida de
adulto…
Jesús González ©
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