miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA VIEJA ESCUELA



La autovía sepultó la escuela
donde de niño aprendí,
que agua empieza con “a”,
que iglesia empieza con ”i”. 

Hay una escuela cadáver
a mitad de aquel camino 
de Vallines a Caviedes
que anduvimos los vecinos…

Hay una escuela enterrada
bajo  asfaltos y hormigones;
hay una escuela que pisan
las ruedas de mil camiones…

Un edificio alargado
con seis alegres ventanas.
Se cerraban por las tardes,
se abrían por las mañanas.

Tres ventanas de los críos,
otras tres de las chavalas,
todos como pajarillos
estudiantes en sus “j-aulas”.

En un hueco del pupitre,
un tintero está incrustado,
lápices,  y “pinturines”,
con la enciclopedia al lado;
el Catecismo, la Historia,
los mapas y el “encerado”,
donde con tiza muy blanca 
escribí “cuatro por cuatro”.

En la pared de aquel frente,
hubo entonces dos retratos:
el de Primo de Rivera,
y el grande, que era de Franco.
Un Cristo en la cruz estaba
que pendía de entre ambos…
invitaban al respeto,
al silencio y al recato. 
Debajo estaba el maestro
en una silla sentado,
una mesa de madera,
y en ella un gran diccionario,
donde aprendí con paciencia
la forma de manejarlo.

La tabla de multiplicar
todos a coro cantábamos,
los días de la semana,
y los meses de "tol" año…
Los sábados, en las tardes,
juntos también rezábamos
porque acabasen las guerras,
y fuéramos como hermanos.
Y en la brañuca de afuera,
como cachorros jugábamos,
a la “rampla”, al “garbancito”,
y a pegarnos con las manos,
para endurecer las carnes,
y hacernos fuertes muchachos.

Yo cuando voy a mi pueblo,
y paso por aquel lado,
recuerdo a la vieja escuela
y maestros añorados.

Recuerdo las seis ventanas
de aquella pared tan blanca,
y en su memoria quisiera
poner en ella una placa,
que diga “bajo el cemento,
quedó enterrada mi alma”.

 Jesús González ©

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