Por
fin llovió. Oye, que en tu pueblo no lo sé, pero en el mío llevaba sin llover
la tira de tiempo. ¡Fíjate que hasta voy a empezar a creer en eso de las
Témporas! Según parece, las de San Mateo quedaron de sur, y al menos
hasta ahora, es lo que ha predominado.
Yo
nunca he creído en lo de las Témporas; siempre me pareció un dicho más, sin
fundamento, de tantos como siempre han dicho los viejos. Y resulta que a estas
alturas, cuando ya alcancé, y casi rebasé yo el apelativo de viejo, (cuando se
rebasa nos llaman carcamales), se me
ocurre pensar que no son tan sin fundamento los dichos de viejo que dicen los
viejos. A lo mejor no es la vejez quien habla, sino la experiencia de tantos años acumulada sobre nuestras espaldas. De todas formas lo tendré en cuenta
para continuar observándolo, y si veo que en años futuros sigue predominando el
tiempo que quedó en la última Témpora, dentro de diez o doce años, poco más o
memos, te confirmaré si realmente creo o
no creo en ello.
Pero
volviendo al cuento del agua: en Septiembre y Octubre… ¡ni una gota!. Y qué
temperatura, muchacho; que daba gusto pasear en mangas de camisa a las diez de
la noche por el parque de San Vicente.
Mucho mejor que en Julio y Agosto, que
son los meses en que la gente viene a solazarse aquí. Fíjate que yo
paseaba despacio, (de prisa ya no puedo), con la cabeza levantada y derecho como una
vela, (esto último me lo parece a mí, aunque sospecho que no dejaría de ir un
poco con el ala caída, afirmando mis pasos con la ayuda del bastón). Pero es
que el buen tiempo, ¡da unos ánimos…!”
Fíjate
si los da, que hasta los frutales que tengo en mi huerta, volvieron a
florecer. Es curioso: Por un lado el otoño desprendiendo de sus
ramas las hojas secas, y por el otro, la buena temperatura abriendo nuevas
flores como queriendo dar este año una doble cosecha. Me supongo que en el
reino vegetal es algo así como a lo que en el animal se le llama “embarazo
sicológico”. Porque esa flor no fructificará.
Y lo que es peor, sospecho que ha de ser un contratiempo para la normal
floración de la próxima primavera.
Como
ha hecho tan bueno, he podido aprovechar las mañanas para podar setos, limpiar
orillas, y quemar todo aquello que no se pudre fácilmente en el lugar destinado
a fabricar mi propio “compós”. Hasta me
animé a plantar como unos cincuenta puerros bastante escuchimizados que me
quedaban en el semillero que hice en mayo.
Sé que no es tiempo, pero me
entretuve mientras lo hacía, y si dan algo… Mira, aunque no engorden más que un
espárrago, cocidos, y acompañados de la
salsa que te guste, están buenísimos.
Bueno, lo de buenísimos, es una costumbre que casi todos tenemos de
decir sobre las cosas que a nosotros nos gustan. Lo correcto, es decir: a mí,
me gusta mucho o muchísimo. Porque puede suceder que sea así, aún cuando
realmente no sea bueno.
Pues
eso, que planté los puerros, los regué bien regados porque la tierra estaba sin
beber agua del cielo desde hacía unos meses, y cuando terminé de hacerlo
observé que el viento había cambiado. Después de comer, y cuando me empezaba a
quedar dormido en el sillón donde suelo ver el telediario, le escuché decir al hombre del tiempo que
fuéramos sacando del armario la ropa de abrigo. ¡Esta vez, acertó! Cuando salí a la calle, el ambiente estaba
desapacible, muy nublado, y una cortina
gris de agua lejana ocultaba los Picos de Europa, y desdibujaba la Gándara y
otras lomas más cercanas. A los cinco minutos llovía en mi casa, y de repente,
le quitó al tiempo el disfraz veraniego,
y le dejó su auténtico vestido: el otoñal desapacible, que también tiene su
encanto. Todo es cuestión de revestirlo en tu mente con alegre poesía. Yo cogí
el ordenador, y me puse a escribir para contarte estas cosas sin importancia,
porque no encontré tema mejor.
Jesús González ©
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