miércoles, 5 de noviembre de 2014

LLOVIÓ



 
            
               Por fin llovió. Oye, que en tu pueblo no lo sé, pero en el mío llevaba sin llover la tira de tiempo. ¡Fíjate que hasta voy a empezar a creer en eso de las Témporas!  Según parece,  las de San Mateo quedaron de sur, y al menos hasta ahora, es lo que ha predominado.

            Yo nunca he creído en lo de las Témporas; siempre me pareció un dicho más, sin fundamento, de tantos como siempre han dicho los viejos. Y resulta que a estas alturas, cuando ya alcancé, y casi rebasé yo el apelativo de viejo, (cuando se rebasa nos llaman carcamales),  se me ocurre pensar que no son tan sin fundamento los dichos de viejo que dicen los viejos. A lo mejor no es la vejez quien habla, sino  la experiencia  de tantos años acumulada sobre nuestras  espaldas. De todas formas lo tendré en cuenta para continuar observándolo, y si veo que en años futuros sigue predominando el tiempo que quedó en la última Témpora, dentro de diez o doce años, poco más o memos,  te confirmaré si realmente creo o no creo en ello.

            Pero volviendo al cuento del agua: en Septiembre y Octubre… ¡ni una gota!. Y qué temperatura, muchacho; que daba gusto pasear en mangas de camisa a las diez de la noche por el parque de San  Vicente. Mucho mejor que en  Julio y Agosto, que son los meses en que la gente viene a solazarse aquí. Fíjate que yo paseaba  despacio,  (de prisa ya no puedo),  con la cabeza levantada y derecho como una vela, (esto último me lo parece a mí, aunque sospecho que no dejaría de ir un poco con el ala caída, afirmando mis pasos con la ayuda del bastón). Pero es que el buen tiempo, ¡da unos ánimos…!”

            Fíjate si los da, que hasta los frutales que tengo en mi huerta, volvieron a florecer.  Es curioso:  Por un lado el otoño desprendiendo de sus ramas las hojas secas, y por el otro, la buena temperatura abriendo nuevas flores como queriendo dar este año una doble cosecha. Me supongo que en el reino vegetal es algo así como a lo que en el animal se le llama “embarazo sicológico”. Porque esa flor no fructificará.  Y lo que es peor, sospecho que ha de ser un contratiempo para la normal floración  de la próxima primavera.

            Como ha hecho tan bueno, he podido aprovechar las mañanas para podar setos, limpiar orillas, y quemar todo aquello que no se pudre fácilmente en el lugar destinado a fabricar mi propio “compós”.  Hasta me animé a plantar como unos cincuenta puerros bastante escuchimizados que me quedaban en el semillero que hice en mayo.

            Sé que no es tiempo, pero me entretuve mientras lo hacía, y si dan algo… Mira, aunque no engorden más que un espárrago,  cocidos, y acompañados de la salsa que te guste, están buenísimos.  Bueno, lo de buenísimos, es una costumbre que casi todos tenemos de decir sobre las cosas que a nosotros nos gustan. Lo correcto, es decir: a mí, me gusta mucho o muchísimo. Porque puede suceder que sea así, aún cuando realmente no sea bueno.

            Pues eso, que planté los puerros, los regué bien regados porque la tierra estaba sin beber agua del cielo desde hacía unos meses, y cuando terminé de hacerlo observé que el viento había cambiado. Después de comer, y cuando me empezaba a quedar dormido en el sillón donde suelo ver el telediario,  le escuché decir al hombre del tiempo que fuéramos sacando del armario la ropa de abrigo. ¡Esta vez, acertó!  Cuando salí a la calle, el ambiente estaba desapacible,  muy nublado, y una cortina gris de agua lejana ocultaba los Picos de Europa, y desdibujaba la Gándara y otras lomas más cercanas. A los cinco minutos llovía en mi casa, y de repente, le quitó al tiempo el disfraz  veraniego, y le dejó su auténtico vestido: el otoñal desapacible, que también tiene su encanto. Todo es cuestión de revestirlo en tu mente con alegre poesía. Yo cogí el ordenador, y me puse a escribir para contarte estas cosas sin importancia, porque no encontré tema mejor.

                  Jesús González ©

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