Si.
Ayer sobre las dos de la tarde me descataratizaron. Para ello me mandaron estar
en el hospital de Sierrallana a la 10 de la mañana, y puntual como un clavo
estuve allí, por la puerta del Hospital de Día, tal como me indicaron.
“Por
esa puerta, al final del pasillo de la derecha están los ascensores. Sube
a la segunda planta y siempre a la
derecha encontrará una colega mía, pregúntele
y le indicará”. Una sonrisa más,
y la puerta indicada. El pasillo a la
derecha, vuelta a la derecha, otro
pasillo, el ascensor, la colega, la pregunta, la nueva indicación, la segunda
planta, otro pasillo, otra vez a la derecha, y de repente me encontré en el
mismísimo sitio que cada tres meses subo yo en un periquete por la puerta
principal, cuando voy a consultar con
Marisa. Esta es la especialista
hematóloga que trata mi problema de plaquetas en la sangre.
Atenciones
y sonrisas por todas partes. Dos pasos
más delante de mi vieja sala de espera, me indicaron que me esperaba mi
habitación. “¿ Mi habitación? ¿Es que me van a ingresar?” Pues no. Es que allí
me tengo que quitar todo, menos los calzoncillos. (Menos mal). Ponerme una bata
con la abertura hacia atrás, (Menos mal, otra vez), y meterme en la cama hasta
que me bajen a quirófano. Una enfermera simpática que me pone una vía en la
muñeca, (joder, me dolió el pinchazo),
después ese frasco boca abajo que cuelgan del gancho inoxidable igualito
que hacen siempre en las películas de hospitales, toma de tensión, toma de
temperatura, unas gotas de no sé qué al ojo izquierdo, otra sonrisa, una
palmadita amigable, y hasta luego. Como tardaban, temí que se hubieran olvidado
de mí, y le dije a mi hijo que dejara abierta la puerta de la habitación, para
que al menos nos vieran cuando pasaran por el pasillo. Nos veía todo dios, menos quien yo quería que
nos viera. Otra enfermera, (o puede que
fuera la misma), más sonrisas, anotaciones, comprobaciones, y.. ¡ Hasta luego,
Lucas!.
Así
hasta las dos de la tarde. Una de las cosas que más me extrañó durante todo el
tiempo que estuve esperando, fue mi tranquilidad. ¡Con lo miedón, y poco valiente que soy yo,
para estas cosas! Pues nada, ahí estaba
yo tan tranquilo. Al fín me vinieron a buscar. Me llevaron en la cama rodando,
salvo las condiciones higiénicas, lo
mismo que me llevaban jugando cuando era crío, mis colegas en el carretillo de sacar el estiércol de la
cuadra. Pasillo, más pasillo, descensor, (que no sé porqué cuando baja le
siguen llamando ascensor), nuevo pasillo con corriente aire, y al fin, la
antesala del quirófano. Hombres vestidos de verde, y mujeres. Muchas mujeres de verde o blanco,
mascarillas, guantes, cubrezapatos
verdes y tapapelos de gasa. Traslado de cama a camilla. Dos caras escondidas tras la asepsia, se
acercaron sonrientes. “Somos el doctor del Campo y la doctora Machín, quienes
le vamos a operar”. Y con toda la
amabilidad del mundo me explicó el muchacho lo que me iban a hacer. Otra
enfermera me puso más gotas en el ojo, me preguntó si estaba tranquilo, me
sonrió, y se fue.
Se acercó el doctor del Campo, quien con una
sonrisa me dijo. “Bueno, vamos para adentro”, y mientras alguien empujaba la
camilla, el oftalmólogo a mi lado me iba explicando con más detalle lo que me
iban a hacer, y lo que yo iría sintiendo. “¿Dolor?”. “No, ningún dolor”. “Pues
entonces no hay problema”. ¿”Está nervioso”?.
“Totalmente tranquilo”. Traslado de camilla a mesa de operaciones. Sobre mi cabeza la pantalla redonda y grande
que sale también en todas las películas, hasta que una tela verde me tapó la
cara. El médico perforó un pequeño trozo de la tela justamente sobre el
ojo a operar. Apareció una gran
luminosidad con tres puntos de luz más intensos. “Mire siempre a la luz”. Sentí
con frecuencia caer sobre el ojo un líquido que me refrescaba. Notaba que allí
mismo manipulaba el doctor del Campo, y mientras tanto, mi única preocupación
era la de frenar algún acceso de tos que pudiera llegarme. Diez o doce minutos,
y… “Bueno, Jesús. Ya está operado.
Mañana a las nueve de la mañana, revisaré la operación, en mi consulta del
hospital ”. Unas gasas sobre el ojo,
unas gafas grandes y negras como las que
suelen llevar los bichos de los dibujos animados, y de vuelta a la habitación. Me dieron un café con leche que no tomé, y
cinco galletas que si comí.
Esta
mañana a las nueve en punto estuve en el hospital, y a las nueve y media ya
había terminado. Allí estaban entre dos o tres auxiliares la doctora Machín, y
el doctor del Campo que me hizo la revisión. Esta gente joven da gusto con
ellos; siempre amables, sonrientes, y cercanos. Pasado mañana es San Antonio en
el Monte Corona, y mi mujer les preguntó si podría desplazarme hasta allí. “Con
tal de que no conduzca, ni haga movimientos bruscos, que vaya.
“Jo, chaval, que peso que quistaste de encima…”
3 comentarios:
Ya te lo dije en mi anterior comentario y no te lo creías: ¡como ir al dentista! Ahora, podrás mirar aún mejor los atributos de Sara, que se te saltaba el ojo a través de la catarata...
Hola Jesús, enhorabuena por adelgazar 190 a 220 mg,que es lo que pesa el cristalino, aunque me temo que te han puesto otro con el mismo peso, así que nada, conque eso que dices de "qué peso me he quitado de encima" nada tiene de verdad, sonrío. Abrazo. Guapo y bien visto.
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Enhorabuena, Jesús. De nuevo, como un chavalín. Ya, leerás los relatos como un profesional y los radioaficionados se extrañarán: !quién es este señor que tan bien declama! Cuídate. Un abrazo, Isabel
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