jueves, 24 de abril de 2014

POLVO DE ESTRELLAS.




En 1980, Carl Sagan acuñó una frase que se hizo inmediatamente famosa en todo el mundo: “Somos polvo de estrellas”. Carl Sagan no era un poeta y su frase no era una metáfora: era un astrónomo y su frase era literal.

¿Has pensado alguna vez de dónde salieron los átomos de que está hecho tu cuerpo? En definitiva: ¿de dónde has salido tú? Los mismísimos átomos que ahora eres tú, del primero al último, se crearon hace miles de millones de años en el interior de una estrella. En algún momento, aquella estrella explotó y esparció por el espacio sus restos, aquellos átomos que acumulaba en su núcleo. Parte de esos restos acabaría, mucho tiempo después, por azar, en una gran roca que llamamos Tierra y, con el correr de los milenios, por el milagro de la vida, se convertirían en los ladrillos con los que se fabricaron tus ojos, tus manos, tu cerebro, absolutamente todo tu cuerpo. Y el mío. Y el de cualquier criatura sobre nuestro planeta. Todos, sin posible excepción, estamos hechos de los mismos ingredientes, y éstos proceden de allá arriba y no son más que las cenizas cósmicas de una terrible explosión ocurrida hace mucho, muchísimo tiempo. Cenizas, residuos de una cocina estelar que reventó y los escupió a los abismos siderales. 

Los átomos que forman mi cuerpo los he tomado prestados y, por más que lo intentara, no podría hacerlos desaparecer. Algún día reaparecerán en otros cuerpos. Algunos, quizás, en algún gusano; otros, tal vez, en una jirafa; y otros más, posiblemente, en otras personas. Somos cuerpos que nos vamos reciclando los unos en los otros con los mismos antiquísimos materiales. Somos viejos, muy viejos.

Sorprende la intuición de Francisco de Asís que, sin la menor posibilidad de saber en su época lo que la ciencia tardaría aún siglos en descubrir, llamaba “hermanos” a los animales. Hoy sabemos que estaba en lo cierto. Desde una lombriz de tierra hasta un elefante, desde una araña hasta un hombre, estamos “fabricados” con los mismos ladrillos, y todos éstos salieron del mismo “horno”. Somos, en el más amplio sentido posible, hermanos.

La próxima vez que te mires en el espejo, quizás te pase por la cabeza esta consideración y te veas de otra manera. Con toda la grandeza de ver un milagro de la naturaleza, que ha conseguido reunir esos ingredientes, un día perdidos por los enormes espacios celestes, para crear algo tan improbable como tu vida. Y con toda la humildad de saber que lo que ves en el espejo está hecho de residuos estelares reciclados una y mil veces.

No sé qué sentimientos despertará en ti esta reflexión. Yo, cuando miro el cielo por la noche, a menudo me maravillo de pensar que, en última instancia, procedo de una hoguera igual que esas que veo brillar allá arriba, en la oscuridad, y que un día, ya muy lejano, estalló y regaló al espacio sus cenizas para que, millones de años después, yo pudiera nacer de ellas. Y siento cómo me invade un orgullo de pavo real cuando, mirando a aquellas lejanísimas luces que salpican el manto negro del infinito, me digo a mí mismo: “Sí, yo estoy hecho del mismo material que vosotras. Yo no soy nada más y nada menos que polvo de estrellas”.
             
                    José-Pedro Cladera ©

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