domingo, 20 de abril de 2014

EL ESPIGÓN




            Escoge el punto de mira que quieras: Por ejemplo, el mirador que hay pasando el Santuario de  la Barquera.  O mejor súbete arriba, al Faro, donde tiene su sede el centro de interpretación del Parque Natural de Oyambre, y contempla  admirado el inmenso panorama marítimo que se abre de repente ante tu  mirada. Asombroso, ¿verdad?

            Es el abrupto Cantábrico en cuyo borroso  horizonte   una  cinta de bruma  gris que difumina su unión con el cielo, transporta de forma retrospectiva al visitante soñador  hasta la Edad de Hierro  para que imagine avanzando hacia tierra las increíbles naves  de los pueblos Celtas,  o también a los fieros vikingos en tiempos mucho más cercanos.

            Yo he contemplado algo mucho más actual: La flota pesquera del pueblo cuando sale a la faena, y muchas más veces la contemplé cuando cuando regresa cargada hasta reventar de peces que parecen estar hechos de plata pulida y reluciente…

            A la derecha, y recostándose  en la falda de las praderas verdes de Gerra  donde habitualmente  pacen perezosamente grupos de  vacas pintas,  se extiende una playa dorada y  tan inmensa, que para identificar sus tramos se necesita ponerles nombre, tales como El Rosal, Merón, y La Gerra, hasta alcanzar a lo lejos la punta del Cabo Oyambre…  Más cerca del pueblo está el Camping sobre dunas con piso de arena permeable para impedir que si llega un aluvión de verano, el suelo se encharque; y con pinos  de copa frondosa que garantizan  la sombra bajo el tórrido sol del verano.

             Y sobre el panorama descrito, cientos de gaviotas blancas y grises planeando a merced de las corrientes de aire,  certifican al visitante  llegado del interior, que el salitre y el yodo del mar se ofrece a raudales  para ellos en las olas que con más o menos empuje  llegan incansables a la orilla para acariciar con mimo los cuerpos de los bañistas.

            A los pies del  Faro de Punta Silla,  la lastra que nace bajo la yerba verde del recinto, hace un rápido y alargado descenso hasta hundirse en las aguas inquietas del mar. Nace a su diestra  la barra, a cuyos lomos cabalga  pétrea y recta, como  estirada serpiente  de mar con un ojo encendido en la punta, el potente espigón que protege la bocana, que es camino obligado por donde han de salir  y entrar los barcos al pueblo.

            Echa un último vistazo al sorprendente panorama, desciende del Faro, y tras dejar tu vehículo en las inmediaciones del Santuario donde se venera a nuestra Virgen de la Barquera, camina a pie hasta pisar la cola a lo que desde el alto te pareció una gigante anaconda.

            Todas sus vértebras se convertirán   de repente en imponentes moles de roca, que te invitan a pasear  sobre ellas a distintas alturas. Pero  ¡cuidado, que el mar no avisa!. Respeta lo que dicen los carteles, y no fuerces la entrada si está   cerrada la verja.

            Pero si está expedito el camino, marcha despacio hacia la punta, y ve recreando tu  mirada en el oro que hay derramado al otro lado de la bahía:  es el derroche de riqueza con el que el Creador hizo una de las playas más hermosas de nuestra  Patria. A medida que caminas tropezarás con pescadores de larga caña  lanzando el sedal a lo  lejos, o que sentados sobre la piedra del suelo, y reflejando en el agua la suela de sus zapatos, esperan pacientes  que pique el jargo o la lubina. Llegado al final del espigón, de nuevo se abre el abanico del panorama marítimo, porque no basta mirarlo una vez. Regresa por la parte alta, y tendrás a tu derecha las olas batiéndose de forma continuada y necia sobre las rocas donde se aferran los mejillones. Y en lo alto la bella estructura del Faro blanco con las gaviotas que juegan al escondite alrededor de su torre. Después, al pueblo; que tras semejante paseo derecho tienes a celebrarlo tomando el aperitivo  en cualquiera de sus muchas terrazas…

             Jesús González ©

1 comentario:

Pedro dijo...

¡Vaya reclamo turístico! Si no fuera porque ya estoy aquí, me venía como un rayo a conocerlo.