VIERNES
Hoy visitamos Trujillo. Está al
sureste de la provincia de Cáceres, y era uno de los lugares que más interés
tenía yo en conocer, y no se muy bien el porqué. Tampoco conocía Guadalupe ni
Jerez de los Caballeros, y mi inquietud por conocerlos nunca fue tan grande.
Trujillo
superó todas mis expectativas. Me
sorprendió la grandiosidad de la estatua ecuestre de Francisco Pizarro, que es
con lo que uno se da de morros cuando llega a la Plaza Mayor. Es tan grande y
tan alta, que bajo ella no adviertes que
tienes sobre ti al conquistador del Perú; más bien te parece que es un avión o
cualquier astronave que se va estrellar sobre tu persona. Y de repente,
descubres la Plaza. Entonces te olvidas
de Pizarro y de su enorme caballo negro, y sin proponértelo, te vas girando con
la boca abierta, porque no acabas de creer tanta belleza. Es una de las plazas
más hermosas, más compactas, y más
repletas de historia, que he visto en mi vida.
Y
esta Plaza no es el Trujillo antiguo, que el antiguo está tras las murallas.
Esta Plaza y sus alrededores empezaron a crecer extramuros, cuando regresaron
Francisco Pizarro, el otro Francisco, el de Orellana que descubrió el río
Amazonas, y un sinfín de conquistadores extremeños que fueron levantando sus
palacios con sillares de piedra que pesaban toneladas. Construyeron también las
iglesias de Santa María, y como no podía ser menos, la de
San Francisco, supongo que en honor del santo de los dos Pacos más
famosos del lugar: Paco Pizarro y Paco de Orellana.
Subimos
caminando hasta el Castillo que en su tiempo fue alcázar árabe, y desde lo alto de
sus almenas contemplamos en
torno a él, una incomparable panorámica
del Trujillo entre y extra muros.
Hicimos un montón de fotografías tanto en la Torre del Homenaje como en Patio de Armas, o en cualquiera de
las escaleras de piedra que conducen a los puntos defensivos, y descendimos
poco a poco visitando la casa donde
nació el conquistador convertida en museo etnográfico, y aún nos quedó tiempo para refrescar la mañana
con una caña de cerveza bajo los toldos de una terraza. Si visitas Extremadura, anota en
tu agenda este lugar.
Por
la tarde estuvimos en Zafra. No se
porqué, este pueblo que está al sur de la provincia de Badajoz, muy cerca ya de
la provincia de Huelva, me sonaba a mi a feria de ganado. Y Héctor nos lo
confirmó cuando íbamos llegando. Nos dijo que ya en la Edad Media venían
tratantes de Europa a comprar a Zafra,
pero yo no estaba en la Edad Media, así que seguramente es que lo había leído
en algún sitio. Además de ser una de los grandes pueblos del sur de Badajoz, es
también un nudo importante de comunicaciones, pues en él se cruzan diferentes
direcciones.
Lo
que más me gustó de esta visita fue la historia que sobre la “Vara Castellana”
nos explicó María José en la Plaza Chica. Aquí, en una de sus muchas columnas
de piedra, está esculpido el hueco donde cabe una vara de aproximadamente un
metro, y ante ella nos hizo el relato:
“Antes
de existir el sistema métrico decimal
existían las Varas cuyas medidas oscilaban entre 0,912 m. la de
Alicante, a 0,835905 la de Burgos. Como los tenderos, que sacaban sus telares a
vender a la calle, porque en aquellos tiempos
no existía ni el Corte Inglés ni Galerías Preciados, ni siquiera
una tienducha de mala muerte, eran (casi
como ahora), unos pájaros de mucho cuidado, y trataban si podían, de robar
medio palmo a la hora de medir, para
ello algunos cortaban un poco de la punta de la vara. Si el cliente no se
fiaba, llamaba a la guardia real, y estos obligaban al tendero a comprobar la
exactitud de su vara metiéndola en el molde tallado en la columna.
También
nos contó María José que como entonces no existían tampoco los bancos, había
prestamistas en los alrededores de los
mercados, que sentados sobre unos bancos hacían sus préstamos y cobraban sus
intereses. Si abusaban de sus clientes, se les podía denunciar, y entonces la
guardia real, con una maza de hierro, les rompía el banco, y les prohibía de
por vida ejercer la profesión. De ahí nacieron los nombres de Banco, para el
dinero; y de “banca-rota” para los castigados”. (¡Que falta nos hubieran hecho ahora los de las
mazas de hierro para hacer saltar por los aires a los de las “preferentes” y demás
zarandajas…!) Pero que le vamos a hacer,
cada época tiene sus cosas malas, y sus cosas peores.
El sábado
no merece capítulo a parte, porque todo es carretera, y además de regreso. Pero eso sí, tuvimos unos compañeros de viaje
con los que las horas se nos hicieron cortas. Paramos a comer en el Mesón Viejo
del Jamón, cerca ya de Salamanca, y por
diez euros nos pusimos como el Quico. Una ensalada, mira, con lechuga, cebolla,
espárragos, aceitunas, bonito, huevos
cocidos, y un montón de cosas más que no lo saltaba ni el caballo aquél de
Francisco Pizarro que dejamos en Trujillo. Después un plato con un par de
huevos, patatas fritas, y abundantes lonchas de jamón, tan jugoso y tan bueno,
que solo del jamón , podemos decir que valía
otro “par de huevos”. Lo malo fue
la “enteradilla” jefa de camareras, que se pasó un poco de graciosa y
de irrespetuosa. No supo estar en su lugar, y es pena que no lo sepa el
dueño. Peor para ella; nosotros comimos
muy bien, y eso que seríamos más de trescientos los que había en el comedor,
pues estaban también de otras excursiones. ¡Ah….! ¿Sabéis que Adolfo pudo con
todos los pronósticos amenazantes del Servicio
Nacional de Meteorología? ¡¡No
llovió!! Lo hizo a chaparrones mientras
comíamos, pero no nos mojamos. Siempre que pusimos el pié en tierra, cesaba el
agua.
Jesús González ©
Jesús González ©
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