viernes, 4 de octubre de 2013

EXTREMADURA - V





VIERNES

        Hoy visitamos Trujillo. Está al sureste de la provincia de Cáceres, y era uno de los lugares que más interés tenía yo en conocer, y no se muy bien el porqué. Tampoco conocía Guadalupe ni Jerez de los Caballeros, y mi inquietud por conocerlos nunca fue tan grande.



            Trujillo superó todas mis expectativas.  Me sorprendió la grandiosidad de la estatua ecuestre de Francisco Pizarro, que es con lo que uno se da de morros cuando llega a la Plaza Mayor. Es tan grande y tan alta,  que bajo ella no adviertes que tienes sobre ti al conquistador del Perú; más bien te parece que es un avión o cualquier astronave que se va estrellar sobre tu persona. Y de repente, descubres la Plaza.  Entonces te olvidas de Pizarro y de su enorme caballo negro, y sin proponértelo, te vas girando con la boca abierta, porque no acabas de creer tanta belleza. Es una de las plazas más hermosas, más compactas,  y más repletas de historia, que he visto en mi vida.



            Y esta Plaza no es el Trujillo antiguo, que el antiguo está tras las murallas. Esta Plaza y sus alrededores empezaron a crecer extramuros, cuando regresaron Francisco Pizarro, el otro Francisco, el de Orellana que descubrió el río Amazonas, y un sinfín de conquistadores extremeños que fueron levantando sus palacios con sillares de piedra que pesaban toneladas. Construyeron también las iglesias de Santa María, y como no podía ser menos,  la de  San Francisco, supongo que en honor del santo de los dos Pacos más famosos del lugar: Paco Pizarro y Paco de Orellana.



            Subimos caminando hasta el Castillo que en su tiempo fue alcázar árabe, y desde  lo alto de  sus   almenas contemplamos en torno a él,  una incomparable panorámica del Trujillo entre  y extra muros. Hicimos un montón de fotografías tanto en la Torre del Homenaje  como en Patio de Armas, o en cualquiera de las escaleras de piedra que conducen a los puntos defensivos, y descendimos poco a poco  visitando la casa donde nació el conquistador convertida en museo etnográfico, y  aún nos quedó tiempo para refrescar la mañana con una caña de cerveza bajo los toldos de una terraza. Si visitas Extremadura, anota en tu agenda este lugar.

            Por la tarde  estuvimos en Zafra. No se porqué, este pueblo que está al sur de la provincia de Badajoz, muy cerca ya de la provincia de Huelva, me sonaba a mi a feria de ganado. Y Héctor nos lo confirmó cuando íbamos llegando. Nos dijo que ya en la Edad Media venían tratantes de Europa a  comprar a Zafra, pero yo no estaba en la Edad Media, así que seguramente es que lo había leído en algún sitio. Además de ser una de los grandes pueblos del sur de Badajoz, es también un nudo importante de comunicaciones, pues en él se cruzan diferentes direcciones.

            Lo que más me gustó de esta visita fue la historia que sobre la “Vara Castellana” nos explicó María José en la Plaza Chica. Aquí, en una de sus muchas columnas de piedra, está esculpido el hueco donde cabe una vara de aproximadamente un metro, y ante ella nos hizo el relato:  

            “Antes de existir el sistema métrico decimal  existían las Varas cuyas medidas oscilaban entre 0,912 m. la de Alicante, a 0,835905 la de Burgos. Como los tenderos, que sacaban sus telares a vender a la calle, porque en aquellos tiempos  no existía ni el Corte Inglés ni Galerías Preciados, ni siquiera una  tienducha de mala muerte, eran (casi como ahora), unos pájaros de mucho cuidado, y trataban si podían, de robar medio palmo a la hora de medir,  para ello algunos  cortaban un poco de  la punta de la vara. Si el cliente no se fiaba, llamaba a la guardia real, y estos obligaban al tendero a comprobar la exactitud de su vara metiéndola en el molde tallado en la columna.



            También nos contó María José que como entonces no existían tampoco los bancos, había prestamistas en los  alrededores de los mercados, que sentados sobre unos bancos hacían sus préstamos y cobraban sus intereses. Si abusaban de sus clientes, se les podía denunciar, y entonces la guardia real, con una maza de hierro, les rompía el banco, y les prohibía de por vida ejercer la profesión. De ahí nacieron los nombres de Banco, para el dinero; y de “banca-rota” para los castigados”. (¡Que  falta nos hubieran hecho ahora los de las mazas de hierro para hacer saltar por los aires a los  de las “preferentes” y demás zarandajas…!)  Pero que le vamos a hacer, cada época tiene sus cosas malas, y sus cosas peores.



            El sábado no merece capítulo a parte, porque todo es carretera, y además de regreso.  Pero eso sí, tuvimos unos compañeros de viaje con los que las horas se nos hicieron cortas. Paramos a comer en el Mesón Viejo del Jamón, cerca ya de  Salamanca, y por diez euros nos pusimos como el Quico. Una ensalada, mira, con lechuga, cebolla, espárragos, aceitunas, bonito,  huevos cocidos, y un montón de cosas más que no lo saltaba ni el caballo aquél de Francisco Pizarro que dejamos en Trujillo. Después un plato con un par de huevos, patatas fritas, y abundantes lonchas de jamón, tan jugoso y tan bueno, que solo del jamón , podemos decir que valía  otro “par de huevos”.  Lo malo fue la “enteradilla” jefa de camareras, que se pasó un poco  de graciosa y  de irrespetuosa. No supo estar en su lugar, y es pena que no lo sepa el dueño.  Peor para ella; nosotros comimos muy bien, y eso que seríamos más de trescientos los que había en el comedor, pues estaban también de otras excursiones. ¡Ah….! ¿Sabéis que Adolfo pudo con todos los pronósticos amenazantes del Servicio  Nacional de Meteorología?  ¡¡No llovió!!  Lo hizo a chaparrones mientras comíamos, pero no nos mojamos. Siempre que pusimos el pié en tierra, cesaba el agua.
                         
                        Jesús González ©

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