jueves, 3 de octubre de 2013

EXTREMADURA - IV





JUEVES

            Hoy madrugamos más que de costumbre, porque Guadalupe está a más de dos  horas de camino.  Guadalupe está al noreste de la provincia de Cáceres, y durante el camino siguió sorprendiéndome  la riqueza natural de la tierra extremeña. Por aquí continua habiendo muchos olivos, y además se cosecha y se industrializa mucho tomate. Hay viveros interminables de plantas y árboles, y lo que menos me podía imaginar:  Aprovechando la cuenca del Guadiana para poder regar, se cultivan bancales y más bancales de arroz, que una vez cosechado se envía a  la Comunidad Valenciana para ser embasado allí.

            Diez kilómetros antes de llegar a Guadalupe, el panorama cambia totalmente;  de repente nos encontramos con la sierra, y desaparece la planicie. La carretera serpentea por las laderas, y cuando menos se espera aparece un pueblo precioso que tiene como fondo la fachada del famoso monasterio.

            Ir a Guadalupe y no pasar a visitar los museos del monasterio , es como tener una novia y no estrecharla  entre tus brazos. El guía del interior nos explicó con voz clara y bien timbrada, muchas cosas con el mínimo de palabras. El claustro mudéjar transporta al  visitante a la Edad Media, es el único lugar donde se pueden tomar fotografías. Lo sorprendente del museo de bordados fue saber que tan primorosos y concienzudos trabajos  fueron hechos por las manos varoniles de los frailes jerónimos de aquella época.  En el Museo de Libros Miniados  aprendimos que sus paginas estaban hechas de piel de becerro no nacido, y que alguno de estos ejemplares llegaban a pesar entre veinte y treinta kilos. El museo de Pintura y Escultura, me hizo pensar que la Capilla Sixtina del Vaticano, fuera inspirada en  la de Guadalupe, porque a mí, que  entre otras muchas cosas soy ignorante en arte e historia, me deslumbró más esta, que la de Roma el día que la conocí.

            Visitando el Relicario y Tesoro, me sorprendió una cámara  de televisión que nos gravaba mientras entrábamos al recinto, y que luego hacía preguntas al fraile franciscano  que nos mostraba el lugar.  Yo, que soy mal pensado por naturaleza y siempre ejerzo de abogado del diablo, pensé al instante que no nos dejaban hacer fotos, para luego intentar vendernos el video que estaban grabando, y llevárnosle como recuerdo. Pero me equivoqué.  Mientras bajábamos unas escaleras le pregunté “zorramente” al cámara si del algún modo me podría hacer de una copia, y me respondió que era un reportaje para la televisión extremeña. Pero me indicó que después de ser emitido quedaba colgado en la página web, de aquella televisión, y que podía bajarla con mi ordenador a través de Internet.

            Por la tarde conocimos Mérida, que aunque era desde el primer día el lugar de nuestra residencia, aún no habíamos  paseado la ciudad.  Los monumentos más importantes son el Teatro Romano y al Anfiteatro, pero no visité ninguno de los dos. Me pareció un abuso cobrar ocho euros a los jubilados. Ya, ya se que seguramente merecía la pena, pero no me dio la gana. Cada cual tiene sus rarezas, y esta fue una de las mías. ¡Que el Anfiteatro de Roma es mucho más importante, y es gratuito para todos los jubilados de Europa! ¿Qué soy un miserable?  Eso siempre es relativo.  A lo mejor yo me gasto alegremente el doble, en una cosa por la que tu no darías ni siquiera veinte céntimos. Pero es que además yo preferí seguir al grupo de María José, que nos llevó a conocer todo el arte romano que había desparramado a lo largo y a lo ancho de la ciudad, como el Templo de Diana, la Basílica de Santa Eulalia, el Arco de Trajano, etc., hasta acabar en la Plaza de España. Porque además de ser un placer escuchar las explicaciones de María José, con ella siempre se aprenden cosas  curiosas, como el saber que la jubilación de mayores, (que yo siempre pensé era un logro de los tiempos modernos), ya la habían  inventado los romanos, que construyeron esta ciudad para descanso de sus guerreros mayores.

            Después visitamos el Museo Nacional de Arte Romano, que es gratuito para mayores de sesenta y cinco años. Como suelen decir los jóvenes de hoy, el Museo es “una pasada”.  Se inauguró en 1.975 y es de ladrillo visto y obra del arquitecto Moneo. Nunca pensé que en Mérida  se hubieran recuperado tantas obras escultóricas como se exponen en él.  Pasamos dentro como una hora, y hubiéramos pasado un par de ellas más, si no nos hubiera apremiado la salida del autobús. Es visita recomendable incluso para aquellos a quienes el arte no les diga gran cosa.

                 Jesús González ©

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