JUEVES
Hoy
madrugamos más que de costumbre, porque Guadalupe está a más de dos horas de camino. Guadalupe está al noreste de la provincia de
Cáceres, y durante el camino siguió sorprendiéndome la riqueza natural de la tierra extremeña.
Por aquí continua habiendo muchos olivos, y además se cosecha y se
industrializa mucho tomate. Hay viveros interminables de plantas y árboles, y
lo que menos me podía imaginar:
Aprovechando la cuenca del Guadiana para poder regar, se cultivan
bancales y más bancales de arroz, que una vez cosechado se envía a la Comunidad Valenciana para ser embasado
allí.
Diez
kilómetros antes de llegar a Guadalupe, el panorama cambia totalmente; de repente nos encontramos con la sierra, y
desaparece la planicie. La carretera serpentea por las laderas, y cuando menos
se espera aparece un pueblo precioso que tiene como fondo la fachada del famoso
monasterio.
Ir
a Guadalupe y no pasar a visitar los museos del monasterio , es como tener una
novia y no estrecharla entre tus brazos.
El guía del interior nos explicó con voz clara y bien timbrada, muchas cosas
con el mínimo de palabras. El claustro mudéjar transporta al visitante a la Edad Media, es el único lugar
donde se pueden tomar fotografías. Lo sorprendente del museo de bordados fue
saber que tan primorosos y concienzudos trabajos fueron hechos por las manos varoniles de los
frailes jerónimos de aquella época. En
el Museo de Libros Miniados aprendimos
que sus paginas estaban hechas de piel de becerro no nacido, y que alguno de estos
ejemplares llegaban a pesar entre veinte y treinta kilos. El museo de Pintura y
Escultura, me hizo pensar que la Capilla Sixtina del Vaticano, fuera inspirada
en la de Guadalupe, porque a mí, que entre otras muchas cosas soy ignorante en
arte e historia, me deslumbró más esta, que la de Roma el día que la conocí.
Visitando
el Relicario y Tesoro, me sorprendió una cámara de televisión que nos gravaba mientras
entrábamos al recinto, y que luego hacía preguntas al fraile franciscano que nos mostraba el lugar. Yo, que soy mal pensado por naturaleza y
siempre ejerzo de abogado del diablo, pensé al instante que no nos dejaban
hacer fotos, para luego intentar vendernos el video que estaban grabando, y
llevárnosle como recuerdo. Pero me equivoqué.
Mientras bajábamos unas escaleras le pregunté “zorramente” al cámara si
del algún modo me podría hacer de una copia, y me respondió que era un
reportaje para la televisión extremeña. Pero me indicó que después de ser
emitido quedaba colgado en la página web, de aquella televisión, y que podía
bajarla con mi ordenador a través de Internet.
Por
la tarde conocimos Mérida, que aunque era desde el primer día el lugar de
nuestra residencia, aún no habíamos
paseado la ciudad. Los monumentos
más importantes son el Teatro Romano y al Anfiteatro, pero no visité ninguno de
los dos. Me pareció un abuso cobrar ocho euros a los jubilados. Ya, ya se que
seguramente merecía la pena, pero no me dio la gana. Cada cual tiene sus
rarezas, y esta fue una de las mías. ¡Que el Anfiteatro de Roma es mucho más
importante, y es gratuito para todos los jubilados de Europa! ¿Qué soy un
miserable? Eso siempre es relativo. A lo mejor yo me gasto alegremente el doble,
en una cosa por la que tu no darías ni siquiera veinte céntimos. Pero es que
además yo preferí seguir al grupo de María José, que nos llevó a conocer todo
el arte romano que había desparramado a lo largo y a lo ancho de la ciudad,
como el Templo de Diana, la Basílica de Santa Eulalia, el Arco de Trajano,
etc., hasta acabar en la Plaza de España. Porque además de ser un placer
escuchar las explicaciones de María José, con ella siempre se aprenden
cosas curiosas, como el saber que la
jubilación de mayores, (que yo siempre pensé era un logro de los tiempos modernos),
ya la habían inventado los romanos, que
construyeron esta ciudad para descanso de sus guerreros mayores.
Después
visitamos el Museo Nacional de Arte Romano, que es gratuito para mayores de
sesenta y cinco años. Como suelen decir los jóvenes de hoy, el Museo es “una
pasada”. Se inauguró en 1.975 y es de
ladrillo visto y obra del arquitecto Moneo. Nunca pensé que en Mérida se hubieran recuperado tantas obras
escultóricas como se exponen en él.
Pasamos dentro como una hora, y hubiéramos pasado un par de ellas más, si
no nos hubiera apremiado la salida del autobús. Es visita recomendable incluso
para aquellos a quienes el arte no les diga gran cosa.
Jesús González ©
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