domingo, 1 de septiembre de 2013

SEGUIMOS EN LA BRAÑA







            En algún otro lugar escribí sobre lo que yo entendía por "braña". Lo que no escribí, es que yo pretendiera sentar cátedra con semejante disertación. Ni mucho menos. Solo expuse mi apreciación de  la palabra, y admito que pueda estar equivocado.



            Con las mismas reservas os cuento que la palabra "braña" se puede diseccionar, para ser mucho más preciso. ¿Sabéis por ejemplo, lo que es una "bárcena"?  No hombre, no. Ese que tú dices no es una bárcena,  ese además lo es en plural, y se escribe con mayúscula: Bárcenas, es el señorín ese implicado en el caso Gürtel.   Ese es el tesorero que atesoró un tesoro para él sólo.



            Lo que yo quiero decir, es simplemente eso, "bárcena". Pues una "bárcena" es una "braña" situada a la orilla de un río, y que se suele inundar cuando hay crecidas. Así, de repente, se me vienen  a la memoria por ejemplo, la que hay en Los Llanos, camino de Potes a Fuente De, a lo largo del río Deva. Otra que está llegando a Molleda cuando se baja de Potes a Unquera, y que pone los pelos de punta a los vecinos del pueblo cuando empieza a llenarse, porque generalmente el agua termina metiéndose en sus casas a fisgar lo  que se guisa en las cocinas. La tercera que recuerdo ahora, es la que tenemos los valdáligos en Treceño detrás del Casino donde se hacían las ferias de San Bernabé y San Martín, que cuando se le hinchaban las narices al río Escudo, había veces que el agua llegaba hasta el “caminu real” como le llamaban aquellos viejos de entonces a lo que después llamamos nosotros carretera general.



            Y como una palabra saca otra, así una idea nos trae otra también: Me refiero a las ferias. Aquellas ferias de Treceño en la "bárcena" del río, nada tienen que ver con las de hoy en Gualle. Aquellas eran las genuinas. ¡Menudas cabañas de vacas por las  carreteras! Por la Revuelta Parás, las de  Rioturbio,  el Tejo y Caviedes. Por la recta del Jano, las de  Labarces, Roiz y Bustriguado. Por la Herrería, las que bajaban de San Vicente del Monte, y de todos aquellos montes de Cabuérniga, con unos campanones, (mejor que cencerros), cuyo zumbido se escuchaba a quinientos kilómetros de  distancia, (exagerando un poco).



            Pero hombre, ¡Si hasta las vacas tudancas parecían otras!  Altas, bien “plantás”, con unos andares estilosos que ya quisieran para sí muchas mozas de pasarela. La cabeza erguida, los cuernos grises y torneados, como diciéndose las unas a las otras, ¡Qué bien te los pusieron…!



            Y no te digo “na”, los morrales de los pastores, y sus perros. ¿Veis hoy a los Peralos de Cabezón en las fiestas?  Pues son una fotocopia de lo que eran aquellos pero sin disfrazar. ¡Y qué “silbíos”, madre mía! ¡Y qué  jaculatorias cuando las vacas se desmadraban! Con las albarcas carmoniegas de tarugos que casi medían una cuarta, y escarpines de auténtico sayal de lana de oveja tejido allá por Pejanda o cualquier  otro pueblo purriego de aquellos que hay de Puentenansa para arriba…En las manos unas “ahijás” como Dios manda, con unos aguijones que daban escalofríos.



            Y en lo puestos de venta en la carretera no había ni una sola “mariconá” de las que se venden hoy. Se vendía lo que había que vender, lo auténtico. Yugos de carro blanco, y como con mucha excepción yugos vizcaínos.   Melenas de piel de ternero para la testuz  de las vacas a uncir, y correas largas y bien “ensebás” . “Sobeos  “pal carru”, mangos de “azás”, astas de  madera, y picos “pal” dalle. Peales de las fraguas de Cabezón,  ruedas de “carretillu”, cachavas con unas porras, que como te asentaran un buen “porrazu” no te  quedaban ganas de volver a por “otru”; “cebillas” de “tos” los tamaños,   y un “quesu” picón de Tresviso envuelto en hojas de plátano, con unos gusanos blancos y rechonchos, que “untáos” en un “cachu” pan, y un “vasucu” o dos, de vino de Corral, cumplían los  sueños del feriante más exigente.



            (¡Ah, ya!, que no sabes lo que son “peales” ni “cebillas”.  ¡Pues hijo, ni que hubieras nacido en la Conchinchina!, pero no te preocupes que te lo explico yo en cuatro “teclazos” de ordenador:  Los “peales” eran unas cadenas de fragua  de un metro más o menos de largas,  que unían la  “cebilla” al pesebre de las vacas; y “cebilla” era un artilugio de madera que se ponía al cuello de la vacas  para tenerlas sujetas en las cuadras, y que sólo le permitían al animal acotarse, levantarse, comer y rumiar.  ¿Ves cuanto adelantó el mundo, que casi no conoces esas cosas de lo más común, hace apenas un “puñao” de años?  Pues no ha adelantado todavía lo suficiente, porque aún   quedan algunos animales de dos patas a los que buena falta les  haría un “peal”  y una “cebilla”).



            También vendían golosinas en  las ferias de Treceño,  pero eran golosinas sanas y nutritivas, que no necesitaban fecha de caducidad ni código de barras: Eran avellanas “tostás”  y “cacagüeses”  que se vendían en “medidas” de madera de distintos tamaños. Para paladares más exigentes, ahí estaba Carola, (que no sé como no le han hecho un monumento en Cabezón, pues dio a conocer el pueblo, (perdón, la Villa),  en cien kilómetro a la redonda), con sus suspiros y roscos de azúcar glaseado, tan exquisitos, que nadie ha sabido igualar en años sucesivos.



            Se me fue el Santo al cielo con el asunto de las ferias de Treceño, y casi sin quererlo  me salí de la "braña". Pero me faltaba decir que dentro de ella hay otro apartado que se llama “Sel”.  Es  el lugar de la "braña" que el ganado elige para sestear, y que una vez elegido, son fieles al lugar. Suele ser un ligero altozano con sombras de avellanos silvestres donde en verano corra aire fresco, y en invierno se sienta amparado por algún matorral de las inclemencias del tiempo.

            Jesús González González ©

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