En
algún otro lugar escribí sobre lo que yo entendía por "braña". Lo que no escribí, es que yo pretendiera sentar cátedra con
semejante disertación. Ni mucho menos. Solo expuse mi apreciación de la palabra, y admito que pueda estar
equivocado.
Con
las mismas reservas os cuento que la palabra "braña" se puede diseccionar, para ser mucho más preciso. ¿Sabéis por
ejemplo, lo que es una "bárcena"? No hombre, no. Ese que tú dices no es una bárcena, ese además lo es en plural, y se escribe con
mayúscula: Bárcenas, es el señorín ese implicado en el caso Gürtel. Ese es el tesorero que atesoró un tesoro
para él sólo.
Lo
que yo quiero decir, es simplemente eso, "bárcena".
Pues una "bárcena" es una "braña" situada a la orilla de un río, y
que se suele inundar cuando hay crecidas. Así, de repente, se me vienen a la memoria por ejemplo, la que hay en Los
Llanos, camino de Potes a Fuente De, a lo largo del río Deva. Otra que está
llegando a Molleda cuando se baja de Potes a Unquera, y que pone los pelos de
punta a los vecinos del pueblo cuando empieza a llenarse, porque generalmente
el agua termina metiéndose en sus casas a fisgar lo que se guisa en las cocinas. La tercera que
recuerdo ahora, es la que tenemos los valdáligos en Treceño detrás del Casino
donde se hacían las ferias de San Bernabé y San Martín, que cuando se le
hinchaban las narices al río Escudo, había veces que el agua llegaba hasta el
“caminu real” como le llamaban aquellos viejos de entonces a lo que después
llamamos nosotros carretera general.
Y
como una palabra saca otra, así una idea nos trae otra también: Me refiero a
las ferias. Aquellas ferias de Treceño en la "bárcena" del río, nada tienen que ver con las de hoy en Gualle.
Aquellas eran las genuinas. ¡Menudas cabañas de vacas por las carreteras! Por la Revuelta Parás, las
de Rioturbio, el Tejo y Caviedes. Por la recta del Jano,
las de Labarces, Roiz y Bustriguado. Por
la Herrería, las que bajaban de San Vicente del Monte, y de todos aquellos
montes de Cabuérniga, con unos campanones, (mejor que cencerros), cuyo zumbido
se escuchaba a quinientos kilómetros de
distancia, (exagerando un poco).
Pero
hombre, ¡Si hasta las vacas tudancas parecían otras! Altas, bien “plantás”, con unos andares
estilosos que ya quisieran para sí muchas mozas de pasarela. La cabeza erguida,
los cuernos grises y torneados, como diciéndose las unas a las otras, ¡Qué bien
te los pusieron…!
Y
no te digo “na”, los morrales de los pastores, y sus perros. ¿Veis hoy a los
Peralos de Cabezón en las fiestas? Pues
son una fotocopia de lo que eran aquellos pero sin disfrazar. ¡Y qué “silbíos”,
madre mía! ¡Y qué jaculatorias cuando
las vacas se desmadraban! Con las albarcas carmoniegas de tarugos que casi
medían una cuarta, y escarpines de auténtico sayal de lana de oveja tejido allá
por Pejanda o cualquier otro pueblo
purriego de aquellos que hay de Puentenansa para arriba…En las manos unas
“ahijás” como Dios manda, con unos aguijones que daban escalofríos.
Y
en lo puestos de venta en la carretera no había ni una sola “mariconá” de las
que se venden hoy. Se vendía lo que había que vender, lo auténtico. Yugos de
carro blanco, y como con mucha excepción yugos vizcaínos. Melenas de piel de ternero para la testuz de las vacas a uncir, y correas largas y bien
“ensebás” . “Sobeos “pal carru”, mangos
de “azás”, astas de madera, y picos “pal”
dalle. Peales de las fraguas de Cabezón,
ruedas de “carretillu”, cachavas con unas porras, que como te asentaran
un buen “porrazu” no te quedaban ganas
de volver a por “otru”; “cebillas” de “tos” los tamaños, y un
“quesu” picón de Tresviso envuelto en hojas de plátano, con unos gusanos
blancos y rechonchos, que “untáos” en un “cachu” pan, y un “vasucu” o dos, de
vino de Corral, cumplían los sueños del
feriante más exigente.
(¡Ah,
ya!, que no sabes lo que son “peales” ni “cebillas”. ¡Pues hijo, ni que hubieras nacido en la
Conchinchina!, pero no te preocupes que te lo explico yo en cuatro “teclazos” de
ordenador: Los “peales” eran unas
cadenas de fragua de un metro más o
menos de largas, que unían la “cebilla” al pesebre de las vacas; y
“cebilla” era un artilugio de madera que se ponía al cuello de la vacas para tenerlas sujetas en las cuadras, y que
sólo le permitían al animal acotarse, levantarse, comer y rumiar. ¿Ves cuanto adelantó el mundo, que casi no
conoces esas cosas de lo más común, hace apenas un “puñao” de años? Pues no ha adelantado todavía lo suficiente,
porque aún quedan algunos animales de
dos patas a los que buena falta les
haría un “peal” y una “cebilla”).
También
vendían golosinas en las ferias de
Treceño, pero eran golosinas sanas y
nutritivas, que no necesitaban fecha de caducidad ni código de barras: Eran
avellanas “tostás” y “cacagüeses” que se
vendían en “medidas” de madera de distintos tamaños. Para paladares más
exigentes, ahí estaba Carola, (que no sé como no le han hecho un monumento en
Cabezón, pues dio a conocer el pueblo, (perdón, la Villa), en cien kilómetro a la redonda), con sus suspiros
y roscos de azúcar glaseado, tan exquisitos, que nadie ha sabido igualar en
años sucesivos.
Se
me fue el Santo al cielo con el asunto de las ferias de Treceño, y casi sin
quererlo me salí de la "braña". Pero me faltaba decir que dentro
de ella hay otro apartado que se llama “Sel”.
Es el lugar de la "braña" que el ganado elige para sestear,
y que una vez elegido, son fieles al lugar. Suele ser un ligero altozano con
sombras de avellanos silvestres donde en verano corra aire fresco, y en
invierno se sienta amparado por algún matorral de las inclemencias del tiempo.
Jesús González González ©
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