Allí, en medio de
las dos sillas, coloqué el bonito arconcito.
Con la llave que la había mantenido escondida en el joyero, lo abrí Chirrió la cerradura -no la había lubricado durante años. La razón para mantenerla cerrada era que no
deseaba arañar en las cicatrices ya rosadas de mi corazón: todo el período de la adolescencia.
-Padre, ayúdeme a
deshacerme de esta pila de correspondencia.
Vamos echándolas simultáneamente al lar.
-Pero hija, estas
misivas proceden de uno de los mayorazgos del pueblo. La tierra, hija, es uno de los mayores tesoros que se puede
poseer. Un matrimonio con tierras se
sitúa en el escalafón más alto de la sociedad.
Nunca te faltará pan en la mesa, ni
el respeto de la gente. ¿No
deseas recapacitar, hija?
¿Y el amor
padre? ¿Cómo se puede vivir sin el
regocijo de los corazones?
-Verás, un puñado de
tierra húmeda, el aroma de la hierba recién segada pasará a inundarte de frescura, de felicidad…
-No, padre. Un día
lo dejé porque me hizo sentir baladí, ¿ y si paso a ser su esclava dentro del
hogar?
Vayamos al segundo
lote.
-¿Pero… si aquí
conservas más de un centenar?
-Para ser exactos:
una carta diaria durante tres años…
-MADRE DEL AMOR
HERMOSO.
-Sí, fue un amor
entrañable. Me trataba con dulzura, con
sumo detalle, como a su futura esposa.
El soñaba con formar una familia numerosa; él se encargaría de que no
nos faltara de nada.
-¡Seguro que también
tenía viñedos!
-Deje ese tema,
padre. Nunca he buscado bienes
materiales en mis pretendientes, sino amor y libertad.
-Observa hija el
color del fuego: rojo violáceo; eso se me asemeja a la suma del amor con el
vino añejo. Guarda algunos sobres en el
arconcito por si pasado el tiempo…
-¿Tiene miedo a que
me quede solterona?
Quememos el último
fajo. A casi todos les quité los bonitos sellos. Venían de EE.UU, de Filipinas, de Italia.
-¡Ah no! No quiero tomar parte en esto: ¿reducir a
cenizas las cartas de un joven tan respetuoso, deportista, ahorrador…? Hija, no tienes corazón.
-¿Sabe? Salí con él por las cualidades que tenía;
pero, sobre todo porque me encontraba sola, sin medio de transporte… Luego se
marchó allende los mares y no sólo recibí cartas, incluso me llamaba por
teléfono. ¿No hueles a papel teñido de
dólares, de liras…? Esas chispas
corresponden a mis lágrimas de vergüenza.
-¡Que has quemado
dinero? ¡Ay, hija, qué futuro más negro
te espera!
--Me envió el parné para que me compara algo en mi cumpleaños. Pero no lo hice y lo guardé en el
arconcito. Y cuando regresó y nos
saludamos, sólo me preguntó:
-¿Por qué me has
abandonado; por qué me has reducido a la soledad?
-No …lo…sé balbucí.
A punto de marcharse, le extendí el sobre abombado.
-¡Eran y son para
ti”. Se me nublaron los ojos de vergüenza.
Ël se marchó. ¡ No hubo revancha: todo se me perdonó!
Y ahora, ayúdeme,
padre a descuartizar el baúl. Si lo
quemo quemaré mis acciones irracionales,
incluso viles. Arderá el olor a encierro,
el papel tan sobado, incluso con la tinta difuminada por las lágrimas volará
por la chimenea; las mariposas negras huirán de la monstruo. Y ya no tendré un receptáculo para más amores
sacrificados, Seré libre, quizás tenga idilios, flirteos y
disfrutaré como una abeja. Pero no
quemaré más cavidades: ni aurículas ni ventrículos…
San Vicente de
la Barquera, a 2 de mayo de 2013
Isabel Bascaran ©
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