El pasado año, la "bulanbilia" no floreció. La jardinera dedujo que habían realizado la
poda demasiado tarde. Esta primavera,
Malcolm cortó el jazmín trepador comenzando por la copa frondosa y
floreada. Después, subido a una
escalera, con el corta setos en pie de guerra, fue pelando las ramas semi secas
de la "bulanbilia". Andrea con las manos en la escalera y la mirada baja iba
convirtiéndose en mujer espantapájaros.
Junto con las hojas, las ramas, vio que caían cuencos marrones. ¡Eh, Malcom, bájate un momento! Vamos a ver si los nidos están vacíos Cuando se cercioramos de que los pajaritos
habían volado, siguieron con el talado del arbusto. No prestaron atención al aleteo de los mirlos
que se acercaban: quizás, no reconocieron el chasis de su residencia.
Y llegó el atardecer, la pareja había acabado
de recoger hojas y esquejes espinosos que producían pequeñas hemorragias o se
ocultaban bajo la piel. Eran bolsas y
más bolsas. Encajaron los nidos como
mejor les dieron a entender sus cerebros de humanos: un poco escondidos y en el
recodo de dos ramas. Y mientras
observaban su obra, es decir su escabechina, comenzó un baile arrítmico,
desacompasado de los mirlos. Luego trinaron
de enfado; eran graznidos angustiados llamando a la bandada y a su prole; se
parecía al berrinche de orates desorientados que no dan con su cama o que
ocupan un jergón privado. Según
anochecía, los picos de los mirlos parecían balas que iban directamente a
torpedear a la pareja deshumanizada. El
matrimonio se refugió tras el ventanal.
Algunas aves obcecadas en su furia chocaban violentamente contra el
cristal blindado y caían aturdidas. Los
causantes de la tropelía se sintieron alicaídos y culpables de la profanación
de las residencias construidas con tesón pero profanadas en pro de su sentido
de la belleza.
Por fin, se fueron encendiendo las farolas y
las lámparas del jardín. Los gritos
iracundos fueron decreciendo, del RE
alto, al MI (¡mi casa!).
A la mañana siguiente, sobre el césped, aparecieron, lúgubres, numerosos nidos abandonados.
Parecía una revancha emocional y que se repetiría primaveras tras primaveras.
San
Vicente de la Barquera, 28 de mayo de 2013
Isabel Bascaran ©
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