Ahora, y con el paso de los
años,
recuerdo muchas tardes de la
infancia,
miradas que buscaban
horizontes,
cristales agrietados en
ventanas.
Recuerdo la pereza y el hastío
y el alba que asomando nos
llamaba,
las voces animadas de la calle
de obreros que empezaban su
jornada.
Recuerdo la ciudad con su
misterio,
la eterna sensación y
filigrana,
de un mundo sugerente y de
alegría
que allí, tras las aceras
esperaba.
No olvido a las palomas de los
parques
picando por los bancos las
migajas,
que manos compasivas las
dejaron
y que ellas con paciencia
aprovechaban.
Recuerdo a los maestros con su
traje
y niños con mochilas en la
espalda,
siguiendo la silueta de la
escuela
en forma de trabajo y
enseñanza.
Recuerdo a los gorriones con
sus trinos
y el roce tan sublime de sus
alas,
paraban los relojes, sin
saberlo,
causando sensación en las
entrañas.
Recuerdo mariposas de colores
volando con sus alas
desplegadas,
el paso tan fugaz de las
alondras,
y la hora en que tocaban las
campanas.
No olvido aquella edad tan
inocente,
pasado que aún recuerdo con
nostalgia,
ni olvido la florida primavera
llegada con la flor de una
mirada.
Más ahora que recuerdo todo
esto
el llanto me atenaza la
garganta,
la lluvia tan visible de mis
ojos
se forma en la garúa que
desgranan.
Y bajan silenciosas esas
gotas,
y corren por mi cara tantas
lágrimas,
que trazan un dibujo
permanente
llegando a los confines de mi
alma.
Ya sé que los recuerdos son recuerdos
y deben reposar en su morada,
anclados en el tiempo tan
lejano
que nadie les altere de su
calma.
Más siento que si vuelvo la
cabeza
resurgen, con su vida de la
nada,
y vuelven a mis dedos
presurosos
en busca de la luz y la
mañana.
"...Ahora, y con el paso
de los años,
el alma irreverente me
reclama,
me dice, que a pesar de tanto
tiempo,
hay alguien que me espera y
que me aguarda..."
Rafael Sánchez Ortega ©
16/01/13
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