martes, 26 de febrero de 2013

EL JÁNDALO (I Parte)





(El relato "El Jándalo", está escrito por Laura González Sánchez, colaboradora del Taller de Escritura y fue presentado al concurso del Relato Corto del año 2012, "Entre la tierra y el mar", del Ayuntamiento de San vicente de la Barquera.
Para facilitar la lectura iremos depositando la misma en capítulos facilitados por la autora).



El calor que asolaba la ciudad, a pesar de encontrarse en invierno, hacía que sus movimientos fueran muy lentos al colocar sus últimas pertenencias dentro de la maleta, que reposaba sobre la cama de matrimonio. La enorme habitación estaba iluminada por los rayos de sol que penetraban por la gran cristalera, que abarcaba una de las paredes de la estancia, dando paso a una pequeña terraza. Ese ventanal fue lo que, hacía ya casi cincuenta años, había enamorado a su mujer y les había hecho decidirse por aquella casa descartando todas las anteriormente visitadas.

A Anuca siempre le había gustado la cálida luz del sur, por eso nunca quiso poner cortinas en la habitación. Mandó colocar un toldo en el exterior para evitar el deterioro que inevitablemente produce la luz solar en muebles y enseres,  incidiendo día tras día sobre ellos; pero sin perder una sola brizna de luminosidad en la habitación.

De recién casados les gustaba desayunar en la terraza decorada por ella con diversas plantas, dándole un ambiente muy acogedor. Mientras sus hijos fueron pequeños  sólo podían darse ese pequeño placer los domingos, volviendo a retomar el hábito a diario cuando los chicos  fueron haciéndose mayores y por ello abandonando la casa familiar por motivos de estudios, en un principio, y por sus respectivos trabajos, más adelante.

Cuando la larga enfermedad se apoderó de ella y los meses en cama se hacían duros de sobrellevar, su gran ventanal la ayudaba a cargarse de energía cada mañana para soportar con estoicidad sus dolencias. Cuando Elías  recibió los resultados de las últimas pruebas médicas de su esposa, todo su mundo se hizo pedazos en un segundo, pero una gran fuerza interior brotó, no sabía de donde, para conseguir hacerla sentir como  lo que siempre había sido para él. Una reina.

A partir de ese momento comenzó a cortejarla de nuevo como si en  jóvenes quinceañeros se hubiesen transformado. Retomó las demostraciones de amor que ya tenían casi olvidadas, se quedaba un rato más con ella en la cama por las mañanas, le traía flores frescas a diario, charlaban de todos los temas que su ajetreada vida anterior no les había dejado tiempo para tratar…….o simplemente permanecían en silencio con sus manos entrelazadas. Él la veía, día a día, como iba consumiéndose pero nunca dejaron de salir de su boca esos piropos que tanto la alagaban y, a pesar de que en el  último mes ya no se enteraba de nada de lo que ocurría a su alrededor,  Elías nunca dejó de piropearla mientras la aseaba o la medicaba.
 
Desde la muerte de su esposa apenas dormía,  los días se le hacían interminables recordando como la sola presencia de su mujer iluminaba y colmaba las estancias de la casa, escasamente hacía doce meses, antes de que comenzara  su enfermedad. Con cuanta prisa pasó todo un año,  viajando de un lado para otro en busca del médico que tuviese la solución. Pero los cambios en la enfermedad fueron muy pocos; un día mejoraba, otro empeoraba y la enfermedad seguía su curso inexorablemente. ¡Dios, cuántas veces deseó poder cambiar el destino y ser él quien estuviese postrado en aquella cama! Cuántas veces había intentado convencerla de que todo saldría bien, que sólo era una crisis, algo pasajero. Ella le había enseñado, a lo largo de su convivencia, que nunca hay que darse por vencido, que siempre la vida te presenta nuevas oportunidades para salir adelante. Ahora que ya no está, Elías se encuentra muy solo. Las horas de soledad que antaño saboreaba con deleite, después de su marcha, se habían convertido en una cárcel, por lo que  había decidido volver a su  tierra natal, donde aún permanecía parte de su familia y conservaba  buenos amigos con los que nunca dejaron de tener contacto.

Echó una última mirada por la estancia para asegurarse de que no dejaba nada importante sin guardar y cerró su maleta. En ella había recogido unas pocas pertenencias y los recuerdos de casi medio siglo de vida. Pero lo más importante, la verdadera razón de su viaje, estaba en una pequeña caja metálica, cerrada herméticamente, conteniendo las cenizas de su añorada esposa.

Laura González Sánchez ©

(Continuará...)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un placer leerte, Laura, un placer.
Abrazo GRANDE

Anónimo dijo...

Si sigues así, terminarás haciéndonos llorar. Pero me encanta que lo hagas.
Y por favor, vuelve al Taller.

Laura dijo...

No es mi intención hacer llorar , de hecho creo que si continúas leyendo hasta el final verás que no será un escrito lacrimógeno.
Espero que cuando se acabe la historia siga siendo un placer leerme. Os pido vuestros comentarios al final, y si fueran críticos los agradecería más si cabe. Ya sabeis que esto se va aprendiendo con la práctica pero si seguís edulcorando mis sentidos con vuestros halagos nunca aprenderé.