(El relato "El Jándalo", está escrito por Laura González Sánchez, colaboradora del Taller de Escritura y fue presentado al concurso del Relato Corto del año 2012, "Entre la tierra y el mar", del Ayuntamiento de San vicente de la Barquera.
Para facilitar la lectura iremos depositando la misma en capítulos facilitados por la autora).
El calor que asolaba la ciudad, a pesar de
encontrarse en invierno, hacía que sus movimientos fueran muy lentos al colocar
sus últimas pertenencias dentro de la maleta, que reposaba sobre la cama de
matrimonio. La enorme habitación estaba iluminada por los rayos de sol que
penetraban por la gran cristalera, que abarcaba una de las paredes de la
estancia, dando paso a una pequeña terraza. Ese ventanal fue lo que, hacía ya
casi cincuenta años, había enamorado a su mujer y les había hecho decidirse por
aquella casa descartando todas las anteriormente visitadas.
A Anuca siempre le había gustado la cálida luz del
sur, por eso nunca quiso poner cortinas en la habitación. Mandó colocar un
toldo en el exterior para evitar el deterioro que inevitablemente produce la
luz solar en muebles y enseres,
incidiendo día tras día sobre ellos; pero sin perder una sola brizna de
luminosidad en la habitación.
De recién casados les gustaba desayunar en la
terraza decorada por ella con diversas plantas, dándole un ambiente muy
acogedor. Mientras sus hijos fueron pequeños
sólo podían darse ese pequeño placer los domingos, volviendo a retomar
el hábito a diario cuando los chicos
fueron haciéndose mayores y por ello abandonando la casa familiar por
motivos de estudios, en un principio, y por sus respectivos trabajos, más
adelante.
Cuando la larga enfermedad se apoderó de ella y los
meses en cama se hacían duros de sobrellevar, su gran ventanal la ayudaba a
cargarse de energía cada mañana para soportar con estoicidad sus dolencias.
Cuando Elías recibió los resultados de
las últimas pruebas médicas de su esposa, todo su mundo se hizo pedazos en un
segundo, pero una gran fuerza interior brotó, no sabía de donde, para conseguir
hacerla sentir como lo que siempre había
sido para él. Una reina.
A partir de ese momento comenzó a cortejarla de
nuevo como si en jóvenes quinceañeros se
hubiesen transformado. Retomó las demostraciones de amor que ya tenían casi
olvidadas, se quedaba un rato más con ella en la cama por las mañanas, le traía
flores frescas a diario, charlaban de todos los temas que su ajetreada vida
anterior no les había dejado tiempo para tratar…….o simplemente permanecían en
silencio con sus manos entrelazadas. Él la veía, día a día, como iba
consumiéndose pero nunca dejaron de salir de su boca esos piropos que tanto la
alagaban y, a pesar de que en el último
mes ya no se enteraba de nada de lo que ocurría a su alrededor, Elías nunca dejó de piropearla mientras la
aseaba o la medicaba.
Desde la muerte de su esposa apenas dormía, los días se le hacían interminables recordando
como la sola presencia de su mujer iluminaba y colmaba las estancias de la
casa, escasamente hacía doce meses, antes de que comenzara su enfermedad. Con cuanta prisa pasó todo un
año, viajando de un lado para otro en
busca del médico que tuviese la solución. Pero los cambios en la enfermedad
fueron muy pocos; un día mejoraba, otro empeoraba y la enfermedad seguía su
curso inexorablemente. ¡Dios, cuántas veces deseó poder cambiar el destino y ser
él quien estuviese postrado en aquella cama! Cuántas veces había intentado
convencerla de que todo saldría bien, que sólo era una crisis, algo pasajero.
Ella le había enseñado, a lo largo de su convivencia, que nunca hay que darse
por vencido, que siempre la vida te presenta nuevas oportunidades para salir
adelante. Ahora que ya no está, Elías se encuentra muy solo. Las horas de
soledad que antaño saboreaba con deleite, después de su marcha, se habían
convertido en una cárcel, por lo que había
decidido volver a su tierra natal, donde
aún permanecía parte de su familia y conservaba
buenos amigos con los que nunca dejaron de tener contacto.
Echó una última mirada por la estancia para
asegurarse de que no dejaba nada importante sin guardar y cerró su maleta. En
ella había recogido unas pocas pertenencias y los recuerdos de casi medio siglo
de vida. Pero lo más importante, la verdadera razón de su viaje, estaba en una
pequeña caja metálica, cerrada herméticamente, conteniendo las cenizas de su
añorada esposa.
Laura González Sánchez ©
(Continuará...)
(Continuará...)
3 comentarios:
Un placer leerte, Laura, un placer.
Abrazo GRANDE
Si sigues así, terminarás haciéndonos llorar. Pero me encanta que lo hagas.
Y por favor, vuelve al Taller.
No es mi intención hacer llorar , de hecho creo que si continúas leyendo hasta el final verás que no será un escrito lacrimógeno.
Espero que cuando se acabe la historia siga siendo un placer leerme. Os pido vuestros comentarios al final, y si fueran críticos los agradecería más si cabe. Ya sabeis que esto se va aprendiendo con la práctica pero si seguís edulcorando mis sentidos con vuestros halagos nunca aprenderé.
Publicar un comentario