lunes, 25 de febrero de 2013

INMOBILIARIA




            ¡Lo socorrido que es hablar del tiempo! Después de saludar, es el primer recurso al que todos  acudimos cuando nos encontramos con algún conocido.  Y hasta con desconocidos.  “Calor, eh…?”   “Se van a  asar hasta los pájaros”. Y si no es tanto, decimos: “Buen día”. “Si, da gusto”. O “coño, que frío hace”. “Si, anoche debió de helar”.  Y como estas,  decimos un sinfín de tonterías más como si nuestro interlocutor fuera tonto y  no notara lo mismo que estamos notando nosotros.

            Bueno, pues esto es lo que me pasa a mi, cuando quiero escribir algo y no encuentro tema. Soy tan corto de alcances  que no hago más que echar mano del tiempo, sin pensar que lo que voy a decir ya lo están viendo los demás, y encima, como lo escrito permanece colgado en “Susurros”,  el lector puede leer sobre el frío cuando los pájaros se asan de calor, o cagarse en la madre que me parió si lee de calores mientras  se le cae de frío la moquita.

            Como consecuencia a estas reflexiones decidí escribir hoy sobre lo primero que viera,  y lo primero que vi  esta mañana cuando me desperté,  fue la persiana cerrada de la ventana  que hay en la habitación donde duermo. Pero claro, a esas horas yo no pensaba en escribir. Pensaba en mear según saltara de la cama, para correr después a calentar en el microondas un vaso de café con leche. 

            Escribir sobre lo primero que viera lo decidí bajando al pueblo esta tarde, porque si escribía sobre el tiempo iba a ser algo parecido a lo que escribí ayer pero con el frío acentuado, y no me apetecía repetirme. Quiso la casualidad que aparcara frente a una Inmobiliaria, y de repente inmovilicé el tema.

            ¿Os dais cuenta  que han desaparecido el cincuenta por ciento de las inmobiliarias? El cincuenta no; el setenta y cinco u ochenta por ciento de ellas.  Cuando abundaban parecía que una inmobiliaria era el mejor negocio del siglo. Y si no era el mejor, tampoco era el peor, porque hay que ver, que hasta colas se hacían ante alguna de ellas. Y muchos de los que tenían dinero, compraban pisos y chalés adosados como si los fueran a almacenar, para luego revenderlos por el doble porque no había mejor inversión que  la que se hacía en ladrillos.

            Luego los bancos cerraron el grifo de los préstamos fáciles, y el panorama inmobiliario quedó paralizado como la foto fija de una película. Hasta los “palés” cargados de ladrillos  quedaron colgando de las grúas  en multitud de edificios en construcción.

            Y los negocios inmobiliarios de repente se fueron todos, (o casi), por donde Caperucita llevaba el cesto.  Y aparecieron en anuncios descomunales de grandes y de amarillos, lo de “Compro Oro”, que se han extendido más rápidos que las inmobiliarias en sus mejores tiempos. Pero esto puede ser tema para otro día. Quien sabe…

                                                 Jesús González ©

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