sábado, 4 de agosto de 2012

ME LO DIJO ELENA


Ya me lo había dicho mucha más gente, pero a mi me parecía que la cosa no era para tanto. Hombre, yo bien notaba que al menor tropiezo que tuviera, mi estabilidad se balanceaba. Pero como caminaba con cuidado, era difícil que tuviera tropiezos.


Subir cuestas me fastidia. Me empezó a fastidiar hace muy poco tiempo; por eso no le hacía caso, y esperaba que se me pasara. Pero en lugar de ir a menos, la cosa va a más. Ya no solo son subir cuestas; ahora mismo de pie y parado, imposible. Es un peso el que siento en estas patas que tengo, que necesito sentarme por la vía rápida. Caminando todavía me defiendo un rato. Bueno, un “ratucu” no muy largo.


Hoy se lo dije a Elena: Siento así como si de pronto mis piernas se hubieran quedado sin músculos, y fueran la tibia y el peroné pelados quienes aguantaran el peso del cuerpo. Y para más “INRI”, esos huesos pelados me dan la sensación de haberse convertido en cristal quebradizo. A veces me da la impresión de que a una mala pisada el cristal va a cascar, como casca un palo seco.


Cerca de cuatro meses estuve esperando para consultar con Elelna. Elena debe ser vasca. Lo certifican sus apellidos: Aurrecoechea Aguinaga. ¡Aguinaga, como las buenas angulas! Me tocó en suerte como me pudo haber tocado cualquier otro reumatólogo. Pero salí contento de su consulta. Sonriente, amable y cercana. Estas mujeres jóvenes que ejercen la medicina, da gusto con ellas. Porque la doctora Gutiérrez, mi hematóloga, es otro cielo de mujer.


Los hombres son otra cosa. Al menos el oculista que a mi me trata, es un cielo preñado de nubarrones. Profesionalmente, que al fin y al cabo es lo que importa, creo que es muy bueno. Y digo creo, `porque estoy en tratamiento y aún están por verse los resultados. Pero así, a nivel personal, es seco como el Sahara.


Pues nada, que Elena casi me solucionó el tratamiento en una sola visita. Sobre la marcha me hicieron unas placas de las piernas y columna, y la mujer lo tuvo más claro que el agua limpia. La prótesis que tengo en la cadera izquierda está perfecta; pero mi columna vertebral está hecha un Santo Cristo. Torcida como un sarmiento, y una artrosis en las vértebras, que me aplasta no se que nervio. Y ese nervio que se alarga patas abajo, es el que me las deja sin fuerza.
Fue entonces cuando me lo dijo Elena: “Es necesario que lleves un bastón para caminar.” Y con este mandato me vistió de viejo. Que soy viejo ya lo sabía yo, que tonto de todo no soy. Pero hasta hoy caminaba por la calle sin etiqueta, y a partir de este momento lo tengo que hacer a tres patas.


Elena me emplazó para otra visita después que me hagan un escáner. Vete tu a ver si luego me manda coger dos muletas, que hoy en día no se puede uno fiar de nadie. Ya os contaré cuando llegue el momento.


Me dejó con la boca abierta el saber que tengo la columna vertebral retorcida. Además, que lo vi con mis propios ojos en la radiografía. Lo curioso es que yo en la columna, no siento nada. Y a mi parecer, yo ando bastante derecho, que no voy escorado como los barcos cuando se les corre la carga.


El día ocho tengo que volver al médico, pero esta vez donde María Luisa, que es la que me trata el asunto de las plaquetas de la sangre. Y hasta enero no vuelvo donde Ramy, el oculista seco y serio que me mira los ojos a través de unos aparatos rarísimos. En el izquierdo tengo una catarata como la del Niágara de grande. Pero tengo en ambos ojos glaucoma, o sea, dañado el nervio óptico.


Estas cosas me recuerdan muchísimo los tiempos de mi infancia, cuando el cacharrero de El Tejo iba por Caviedes reparando ollas y cazuelas. Los médicos a mi, me están poniendo los mismos remaches que ponía el cacharrero. Veremos cuales duran más. Los cacharros de mi casa al final sirvieron para que mis hermanas plantaran en ellos geranios. Cuando a mi ya no me circule la sangre, y no necesite bastón para caminar, ni ojos para mirar, os contaré por escrito para que emplean los gusanos mi calavera. Seguro que para entonces ya habrá mediante Internet comunicación con el otro mundo.


Jesús González González ©

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