martes, 10 de julio de 2012

AMAZONA.



Estábamos en un grupo de cinco personas, cada uno en su silla y el viento, alejaba el pelo de nuestra cara, como si se tratara de un pañuelo de seda en un tendal.

Ella, mantenía la cabeza erguida y su vista dibujaba una línea invisible en el horizonte. Su figura llamaba la atención; se mantenía en posición relajada sobre la silla que brillaba al sol y su cabello hacia atrás, descubría una delicada oreja adornada con un pendiente pequeño; la energía parecía emanar de su cuerpo y conocía sobradamente, la forma de dirigirnos en plena naturaleza. Me recordaba aquellas amazonas mitológicas, que no dudaban en cortarse un pecho para mejorar su tiro con el arco. Sí, una guerrera de estos tiempos, luchadora, dura, y habilidosa que era capaz de asumir el mando y tomar la decisión de alcanzar lo que fuera necesario...

Volví a mirarla; seguía a lomos de su silla, levantó la mano para llamar al hombre, que acudió de inmediato a su altura. El muchacho obediente y con la cabeza gacha, partió con rapidez a cumplir el encargo.

Una de las componentes se parecía a Lísipe, estaba sobre su silla, en posición, un tanto indolente; pasaba el tiempo observando el paisaje o en silencio, yo sabía que añoraba una compañía que estaba por llegar; la segunda, podría ser la amazona Hipólita, fundadora de muchas ciudades, cantaba bellas tonadas de los tiempos de antaño, delicadas algunas y otras, con un tanto de picardía. Tan solo un hombre osaba ocupar un lugar en la misma posición que ellas, a pesar de estar rodeado de amazonas, conseguía mantener su pecho y mentón erguidos, como un macho altanero y orgulloso. Aunque no lucía galones, se notaba que hacia cumplir el orden en aquella población donde abundaban las mujeres.

Nuestra eficiente dama, había elegido una pareja que en ese momento, estaba en el hogar de ambos, atendiendo a los hijos.

De pronto, la gestora de aquella reunión, giró su cabeza y decidió que todos debíamos regresar. Nos levantamos de las sillas...

...de aquella cafetería y nos encaminamos hasta nuestros hogares.

Sí, aquella muchacha de ojos de color de avellana, fuerte, de pecho prominente y perfecto, me pareció la amazona Ainia, que significa rapidez, una de aquellas mitológicas mujeres. Seguía peinándola el viento de nordeste que encallejonaba en aquella terraza al aire libre, de nuevo, estaba llena de determinación y dispuesta a conseguir la nueva meta que se le había metido en la cabeza.

El camarero seguía con la cabeza baja; la he de preguntar que fue lo que le recriminó.

Si Aquiles, levantara la cabeza, temblaría ante tanto arrojo...

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
8-VII-2012

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