martes, 26 de junio de 2012

Y MÁS TONTERAS


 
            Vivían a doscientos metros escasos de los protagonistas de mi “Tonteras” de otro capítulo. Y los aventajaban en todo. Sobre todo en número, porque era una familia mucho más larga. Y en ·tonteras”, que eran mucho más tontas y numerosas que las de sus vecinos.

            El padre, la madre, y una retahíla de  descendientes cuyo número no recuerdo.  Conocí al hombre poco antes de morirse. Gordo, con pintas de vago, arrastraba consigo un “déjame estar”, que hacía sospechar si  en el culo  tenía un imán capaz de atraer cualquier superficie plana sobre la que descansar.  La mujer, simple. Simplísima. Con sonrisa también bobalicona como la señora de la historia anterior, pero acentuada. No acentuada la sonrisa, sino la bobaliconería.

            Después, la descendencia. Conociendo al sopo y a la sapa, ¡imaginen ahora a los “sapines”!  El mayor de todos, que era el más… Iba a decir avispado. Pero no. Que desfiguro el retrato.  Digamos que era el menos “especial”, salió por primera vez del pueblo para ir a cumplir el servicio militar.

            El primer día que regresó de permiso a casa, se vio en la necesidad de castigar a su hermano menor que a lasazón tendría no más de cuatro años, y lo hizo cogiéndole por los pies, y metiéndole de cabeza en un bidón de doscientos litros lleno de agua hasta el borde. Le tuvo allí unos segundos, le sacó chorreando  y le volvió a meter. Cuando la sacó de nuevo, el infante, que era un poco más “tontuco” que su hermano mayor,  le dijo:
           
            -Más, méteme más, que quiero ver como me ahogas.

            Y mientras el hermano mayor y el menor se divertían de esta guisa, el segundo con edad que rondaría los diecisiete años, se vistió el uniforme militar del que  acababa de llegar de permiso, se marchó a Santander, y paseó arriba y abajo el Paseo de Pereda saludando “a tou dios” militarmente. 

            No tardó mucho en morir el hacedor de semejantes criaturas. A la de la sonrisa boba se le congeló ésta un corto período de tiempo. Después volvió a sonreír cuando se cumplió lo del refrán  que dice, “a rey muerto, rey puesto” .  Porque había un vecino viudo, que halló en ella solución a sus necesidades, y ella encontró en él el consuelo de su desconsuelo.

            Para entonces ya se le había presentado a otro hermano el síndrome de perro que le acompañó  año y medio.  Dejó de pronunciar palabras, y a todo saludo o comentario respondía con un ladrido.

             Un día se acercó al lugar de mi trabajo, y mandé que le echaran, porque los lugres de trabajo no son lugres de niños, y menos de niños que no razonan. Se refugió entre la pared del recinto y los arbustos que le decoraban. No había forma de sacarle de allí. Agarrado a los troncos mordía con fiereza  las manos que intentaban   agarrarle, y entre dentellada y dentellada aullaba como un lobo. Se le sacó impulsado por el chorro de agua de una maguera a presión.

            El viudo frecuentaba cada  vez más las visitas a la que ya no era tan desconsolada esposa. Un día estaba otro de los niños junto a un grupo de hombres, cuando pasó  este individuo  en dirección a casa de ella. Algún malasombra del grupo comentó al crío.

            -Ahí va tu padre.

     -Ese no es mi papa. Es el novio de mi mama.- Y resplandeciéndole de  contento la cara, añadió:

            - Me voy a casa. Que ahora él me da dinero para que me vaya a la taberna y compre caramelos, y no vuelva  hasta que los coma todos. Me dice que me quede un rato
jugando por la carretera con el perro.

            - ¿Y tu te quedas? 

            - A veces no. A veces me escondo en la cuadra, para ver como monta a mi mama por la espalda.. Y cuando él  está así, resoplando y  “anjeando” como un perro cansado,   salgo yo, y les digo: “Je, je, que estoy aquí.”   ¡Y se lleva unos sustos mi mama, que  salta y sale corriendo…!

            -Tonteras… ¡”Na” más que tonteras! –Diría Rubín el de mi pueblo.

                                                Jesús González ©

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