Así
llamaba a las tonterías Manuel Rubín, hace casi mil años, cuando yo viví en la Cotera al lado de su casa.
Pues algo muy parecido a “tonteras” es lo que
voy a contar, pero fueron realidades. Y como “tonteras” suelen ser cosas que
hacen los tontos, y porque los de mi historia son gente que si leen lo que digo
pueden darse por aludidos, lo único de ficción que encontraréis aquí son los
nombres de los protagonistas.
También
en aquellos tiempos de Mari Castaña, cuando yo vivía en Caviedes, solía decirse
en mi pueblo que “cuando nace el sapo, nace la sapa”, y así debió ser también
en el lugar de mi historia, porque la pareja que la componen eran tal para
cual.
Los
conocí por accidente: Estuvo mi mujer ingresada en un hospital para tratar un
problema de piel, y un bien día, una señora de presencia desangelada y
sonrisa bobalicona me saludó de forma
efusiva cuando se encontró con mi persona en el largo pasillo que conduce a las
habitaciones de los enfermos. Como no la conocía, me sorprendió; y sin duda la
sonrisa bobalicona pasó de su cara a la mía, pues me quedé mirándola, en espera
de que me explicara el motivo de su Saludo.
Yo
acababa como quien dice, de irme a vivir a su pueblo por razones de trabajo. Y
como vecino nuevo, era natural que me conociera mejor ella a mí, que era el extraño llegado, que yo a ella,
que era una más de cuantos vecinos allí
moraban.
Y
como la mujer tenía verdaderos deseos de agradar, pasó a nuestra habitación
para saludar a mi mujer, e interesarse por su salud. Esto me obligó a
corresponder, y a continuación me fui
con ella a saludar a su esposo paciente.
Fue
media hora después de haber regresado junto a mi mujer, cuando entró una
enfermera a dejar sobre la mesita unas gasas que no necesitábamos.
-¿Así
que ustedes conocen al señor de la 204…? –Dijo
en un tono que no se sabía si afirmaba o interrogaba. Pero sus ojos
inquisidores nos miraban a la expectativa.
Le
expliqué lo sucedido, y entonces, con el
entusiasmo de quien relata algo extraordinario, nos informó:
-Cuando
esta mujer viene a visitar a su marido,
las enfermeras nos avisamos unas a
otras, para con disimulo escuchar sus conversaciones. ¡Hasta los médicos se
acercan!
Entonces
fui yo quien la interrogué con la mirada.
-¡Es
que dicen unas cosas! Ella viene, le da
un beso, y le dice así como muy contenta: “ Le dije al “gatín” que ya estás
mejor, y me dijo que te dijera miau, miau”.
Y él la mira y se le llenan los ojos de lágrimas. “Le dije a la burrina que ya
comes mejor, y me dijo que re dijera: Hanjjj
Hannnjjj” . Y la mujer imita lo mejor que puede el rebuzno de un burro.
Me
costó creer que fuera tanto como la enfermera contaba. Pero pasó el tiempo, y la convivencia en el
pueblo me dijo que se quedó corta.
Donde
hay sapos y sapas, nacen “sapines”. Y al
“sapín” le llegó el tiempo de hacer el servicio militar. Le hizo en la
Cruz Roja, cerca de casa, y a casa volvía a
dormir todas las noches después del deber cumplido. A las ocho de la mañana
salió todos los días para incorporarse a su destino, y a las diez en punto fue todos
los días su madre al teléfono público del pueblo para llamar al que solo hacía
dos horas se había ido de su lado:
-Nenín,
hijo, no hagas barrabasadas, que te pueden castigar…
Año
y medio repitió por teléfono la mujer
estas mismas palabras, a quien acababa de despedir con un beso.
La
familia entera hablaba con los animales de la casa como si fueran
personas. Con vacas, burros, perros y
gatos. Monólogos, soliloquios en medio
de los animales, especialmente cuando creían que otro humano no los escuchaba.
Padre
e hijo trabajaron en una empresa, a cuyo jefe conocí. De ellos me contó un día:
-
Trabajaban a turnos. Entraba el padre cuando el hijo salía, y aquél le dijo al
encontrarse: “ Cuando llegues a casa, le das de comer al canario. Se lo quise
dar yo ahora, para venir, pero me dijo que no;
que no comía hasta que tú no llegaras”.
Y el hijo, asintió como si aquellas cosas fueran las normales de todos
los días.
¡Tonteras! ¡”Na” más que Tonteras…! – Diría Rubín el de
mi pueblo.
Jesús González ©
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