sábado, 23 de junio de 2012

TONTERAS



       

    Así llamaba a las tonterías Manuel Rubín, hace casi mil años, cuando yo viví en la Cotera al lado de su casa.

             Pues algo muy parecido a “tonteras” es lo que voy a contar, pero fueron realidades. Y como “tonteras” suelen ser cosas que hacen los tontos, y porque los de mi historia son gente que si leen lo que digo pueden darse por aludidos, lo único de ficción que encontraréis aquí son los nombres de los protagonistas.

            También en aquellos tiempos de Mari Castaña, cuando yo vivía en Caviedes, solía decirse en mi pueblo que “cuando nace el sapo, nace la sapa”, y así debió ser también en el lugar de mi historia, porque la pareja que la componen eran tal para cual.

            Los conocí por accidente: Estuvo mi mujer ingresada en un hospital para tratar un problema de piel, y un bien día, una señora de presencia desangelada y sonrisa  bobalicona me saludó de forma efusiva cuando se encontró con mi persona en el largo pasillo que conduce a las habitaciones de los enfermos. Como no la conocía, me sorprendió; y sin duda la sonrisa bobalicona pasó de su cara a la mía, pues me quedé mirándola, en espera de que me explicara el motivo de su Saludo.

            Yo acababa como quien dice, de irme a vivir a su pueblo por razones de trabajo. Y como vecino nuevo, era natural que me conociera mejor ella a mí, que  era el extraño llegado, que yo a ella, que  era una más de cuantos vecinos allí moraban.

            Y como la mujer tenía verdaderos deseos de agradar, pasó a nuestra habitación para saludar a mi mujer, e interesarse por su salud. Esto me obligó a corresponder, y a continuación me fui  con ella a saludar a su esposo paciente.
           
            Fue media hora después de haber regresado junto a mi mujer, cuando entró una enfermera a dejar sobre la mesita unas gasas que no necesitábamos.

-¿Así que ustedes conocen al señor de la 204…? –Dijo en un tono que no se sabía si afirmaba o interrogaba. Pero sus ojos inquisidores nos miraban a la expectativa.

            Le expliqué lo sucedido, y entonces,  con el entusiasmo de quien relata algo extraordinario, nos informó:

            -Cuando esta mujer viene a visitar  a su marido, las enfermeras nos avisamos  unas a otras, para con disimulo escuchar sus conversaciones. ¡Hasta los médicos se acercan!

            Entonces fui yo quien la interrogué con la mirada.

            -¡Es que dicen unas cosas!  Ella viene, le da un beso, y le dice así como muy contenta: “ Le dije al “gatín” que ya estás mejor, y me dijo que te dijera miau, miau”. Y él la mira y se le llenan los ojos de lágrimas. “Le dije a la burrina que ya comes mejor, y me dijo que re dijera: Hanjjj Hannnjjj” . Y la mujer imita lo mejor que puede el rebuzno de un burro.

            Me costó creer que fuera tanto como la enfermera contaba.  Pero pasó el tiempo, y la convivencia en el pueblo me dijo que se quedó corta.

            Donde hay sapos  y sapas, nacen “sapines”. Y al “sapín” le llegó el tiempo de hacer el servicio militar. Le hizo en la Cruz Roja, cerca de casa, y a casa volvía a dormir todas las noches después del deber cumplido. A las ocho de la mañana salió todos los días para incorporarse a  su destino, y a las diez en punto fue todos los días su madre al teléfono público del pueblo para llamar al que solo hacía dos horas se había ido de su lado:

            -Nenín, hijo, no hagas barrabasadas, que te pueden castigar…

            Año y medio repitió por teléfono  la mujer estas mismas palabras, a quien acababa de despedir con un beso.

            La familia entera hablaba con los animales de la casa como si fueran personas.  Con vacas, burros, perros y gatos.  Monólogos, soliloquios en medio de los animales, especialmente cuando creían que otro humano no los escuchaba.

            Padre e hijo trabajaron en una empresa, a cuyo jefe conocí. De ellos me contó un día:

            - Trabajaban a turnos. Entraba el padre cuando el hijo salía, y aquél le dijo al encontrarse: “ Cuando llegues a casa, le das de comer al canario. Se lo quise dar yo ahora, para venir, pero me dijo que no;  que no comía hasta que tú no llegaras”.  Y el hijo, asintió como si aquellas cosas fueran las normales de todos los días.

            ¡Tonteras!  ¡”Na” más que Tonteras…! – Diría Rubín el de mi pueblo.

                                               Jesús González ©

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