jueves, 17 de mayo de 2012

NIEVE



Me hizo despertar lo que creí un trueno alejándose. Me levanté y ví flotar en el lejano depósito del agua, unas pequeñas mariposas, blancas e inertes.

Me produjo cierto pesar, pensé en la escaso tiempo de vida de esos lepidópteros, en lo poquito de tiempo que tenían para disfrutar del nacer, de conseguir una pareja y, de enamorarla, que eso si que lleva tiempo, y ese nada del después. Bueno, nada, porque nadie nos ha contado de ello, no se quiere o puede volver del más allá, al menos en mensajes que yo detectara.

Cada vez caían más, a tanto que podrías ser causa de una muerte o suicidio colectivo, quizá porque no era la época del año en que solían metamorfosearse. Recordé algo curioso que observé de cría; su lengua parecía una trompa enrollada con la que libaban las flores.

Me dispuse a investigar un poco; la verdad sea dicha que me costó un triunfo despejar la modorra de la siesta y del calorcillo de aquel prado que se había convertido en la cama más cómoda del mundo. Aquella
atalaya, en Sejo de Arriba, lo más alto de La Revilla, mostraba una bella panorámica.

Se veía un triangulo redondeado, -me recordó un cuadro de Dalí-, del mar Cantábrico meciéndose entre dos montañas, protegido y tranquilo; hasta llegar a ese horizonte se poblaban de campos sembrados de verduras, maíz, patatas y todos los frutales a reventar de flores rosas, blancas o moradas, que se convertirían en manzanas, ciruelas o piescos; las hojas de los árboles aún estaban en brotes de un brillante verde pastel, auguraban una excelente cosecha.

El aire siempre estaba presente, eso lo sabían bien los dos hermosos gatos de la casa, siempre que iba de visita los encontraba sesteando al socaire, detrás de un muro de enredaderas. Al oírme, levantaron sus cabezas y bostezaron todo lo que les daba la mandíbula, comprobé la limpieza de su lengua, salía hacia afuera en ese bostezo y sus agudos y blanquísimos colmillos; tanto abrieron la boca que acto seguido, tuvieron que abrirla y cerrarla a poquitos para colocarla en su sitio, juraría que pude ver perfectamente el movimiento de su campanilla gatuna, después, sacudieron enérgicamente, tres o cuatro veces la última parte de sus rabos, quizá, demostrando que habían sido molestados. Reposaron de nuevo las cabezas, sus orejas giraban como una antena buscando el satélite y siguieron la siesta. El mes pasado vi como se le erizaba el pelo a uno de ellos, se convirtió en una bola con rabo y con las garras hacia fuera, apenas tocando el suelo,
parecía una bestia demoníaca que bramaba y bufaba. Fue escalofriante.

Mientras, paseaba buscando el origen de aquella reunión de mariposas o lo que fuera, observé el cielo despejado y brillante, excepto una zona oscura y tormentosa que se alejaba. Me pareció una mezcla rarísima.
Entonces imaginé que aquellas pequeñas mariposas, podrían ser copos de nieve, a lo mejor cuando dormía, descargó una tormenta y nevó por unos instantes... Lo deseché de inmediato y pensé que mi imaginación, tenía ya visos de locura.
Seguí adelante y al volver el recodo lo vi. Quedé asombrada.

Había un árbol que tenía en los extremos de todas sus ramas, ¡bolas de nieve!; seguramente, los nietos de mi amiga habían confeccionado todas aquellas pelotitas blancas y las colgaron en él.

Me satisfizo enormemente, comprobar que no estaba tan loca como creí, ¡había nevado en mayo y lo hizo en un pequeño trozo de terreno!, era testigo de algo inusual. Maldije mi costumbre de llevar solo lápiz y papel en vez de una cámara fotográfica, de esas digitales que marcan la fecha y la hora; hubiera sido un documento casi notarial.

Seguí avanzando. Mi amiga Helena, se acercaba sonriendo.

- ¿Has visto que árbol más precioso?

- Sí, ya lo creo. Estoy asombrada, ¿esto ha ocurrido otras veces?

- ¡Claro!, todos los años a primeros de mayo.

- ¡Todos los años!, y ¿cómo es que yo no lo sabía?, ¿ocurre solamente aquí?

- ¡No, hombre, no!, también en la curva que dejaste atrás, la de la carretera vieja y, además, en Abaño, eso, que yo sepa.

- ¡Madre mía, es magnifico! –ella seguía sonriendo de manera pícara.

- Te llevarás alguno para casa y no pongas esa cara, no se te derretirán.

Yo estaría loca, pero ella estaba como una espuerta de grillos. ¡Dice que no se derretirán, pero, si hay una temperatura de 22º grados a la sombra!

Llegamos al pie del arbusto. Aquellas bolas, estaban perfectamente redondeadas, blancas en su mayoría; las más pequeñas eran opacas, parecían mezcladas con los restos de la hierba que habían cortado esa tarde. Algunas eran tan grandes que estaban apoyadas en el suelo.

Afanosamente, alargué mi mano antes de llegar a su altura. No estaban frías y hundí todos mis dedos en ellas. Tan entusiasmada estaba que no me había dado cuenta que eran... ¡flores! Estaban recubiertas por
florecillas en forma de alas de mariposa, leves y delicadas. Verlas de cerca era tan espectacular como, haber creído que había nevado a un mes del verano.
Estaban prendidas en racimos de varias bolas y no olían, su tamaño era superior a mi puño. Pensé de inmediato en regalarlas a una de mis amigas, puesto que mi anfitriona dijo: -Apenas les quedarán unas horas de vida.

Emocionada, recogí aquellas hermosas flores entre mis brazos en dirección a la socarreña. Allí, Helena, las envolvió en un saco de papel en el que venían las semillas de las legumbres que solía plantar, hizo un ramo y lo amarró con un lazo de envolver pasteles.

Helena, reciclaba mucho antes de estar de moda, nunca desechó nada, todo podría servir y así era. Lo que se convertía irremediablemente, en inservible, era bueno para “prender” la lumbre en el invierno.

Las llevé con muchísimo cuidado al asiento trasero del coche y emprendí el regreso. Paré en la curva que ella dijo que había otros arbolillos de copos de nieve o de bolas de nieve; era cierto. No lo había visto porque en aquel lugar más sombrío, retrasaba la floración y se confundían con el verdor de las hojas.

Suspiré y reemprendí mi camino.

Aparqué y me dirigí al portal de Jane, llamé al timbre y la dije por el interfono: - Te voy a subir un detallito-. Cuando abrió la puerta, quedó maravillada con aquel regalo “redondo”.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
7-V-2012

1 comentario:

BEATRIZ dijo...

Ah pues qué acontecimiento más especial. Aqui no se ven cosas de esa maravilla, pero me he deleitado con tu relato.

Saludos Angeles y Rafael. Y gracias por su compañía en El sol de los ciegos.