martes, 8 de mayo de 2012

HOY ESTUVE EN SANTANDER.


Soy rural hasta la médula. Hace un montón de meses que no iba a la capital, a pesar de tener allí cuatro hijos y cinco nietos. Bueno, de momento sólo dos nietos, que los tres restantes pasean por el mundo.

Y fui a causa de lo mal que funciona E.ón Española, pues hace ocho meses que no me facturan el consumo de energía eléctrica. Y después, ¡Hala! Todas las facturas de un golpe. Me atendieron de cine en la mesa número 9. Son súper amables y simpáticos, pero no me solucionaron el problema. Eso sí, tomaron buena nota para solucionarlo, y además me dijeron que cuando recibiera las facturas, si me eran onerosas, podía solicitar hacer fraccionado el pago. ¡Pero qué majos son! Esa misma respuesta me la dieron hace cuatro meses, cuando los visité por lo mismo, y… ¡Que si quieres arroz, Catalina!

Y lo curioso es que después, cuando tu estás tranquilamente sentado en tu casa, y dando una cabezada en tu butaca porque te ha dormido el Telediario ese que cada día te informa de los nuevos parados que hay en España, te despiertan los E.on, con una llamada telefónica para preguntarte que tal te atendieron en tu visita a su oficina del Paseo de Pereda. ¡Pero cacho cabrón! De sobra sabes tú que me atendieron bien. ¡Siempre atienden bien! Tenéis perfectamente amaestrado al personal para que sonrían y sean amables. Tu pregúntame si me solucionaron el problema, que es lo único que a mi me interesa. Y pregúntamelo de viva voz, para poder entendernos en cristiano. No lo hagáis como los de telefónica, con una grabación que te dice: “Si estás contento tecla el uno, y si no lo estás, tecla el dos.” Que cuando esto sucede, a mi en lugar de teclear, me dan ganas de jurar en arameo y mandarlos a todos a “donde Caperucita llevaba el cesto”. La mañana estaba espléndida en Santander. Un sol radiante que no molestaba, y una temperatura, que ya era hora. ¡Porque hemos tenido un mes de abril y principios de mayo, que se las traen!

Desde la Calle Vargas donde vive mi hija, hasta el final del Paseo de Pereda fui y volvía a pie. Menos mal que en la Plaza de las Cervezas estaba mi nuera Ana con unas amigas tomándose un cortado en una terraza, y me senté unos minutos con ellas, que le vinieron muy bien a mi pata izquierda que se hace un poco la remolona. ¡Además, me invitaron ellas! Y eso que insistí en pagar yo, y os juro que no lo dije con la boca chica: Pero no lo conseguí.

Había poca gente en la calle a pesar de que el día invitaba a tomar el aire. Me fijé en el interior de los comercios ante los que pasaba, y el que más clientes tenía, eran dos personas. Pobres pidiendo en la calle, más que la última vez que estuve en Santander; y las “cajucas” de cartón que tenían delante, más vacías que nunca. Les dí limosna a dos, y después, hice como la mayoría de los viandantes, mirar para otro lado para no verlos. Intenté ponerme en su lugar, y me dieron tales escalofríos, que desistí de mi intento.

Eso si, creo que ya lo dije otra vez, Bancos y tiendas donde dice “Compramos Oro”, hay a montones. Eso me hace pensar que de momento caminamos hacia atrás, que los ricos vuelven a ser más ricos, y que los pobres, si nos creíamos que íbamos a ser menos pobres, nos volvimos a equivocar.

Jesús González González ©

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