viernes, 27 de abril de 2012

DORADA.


Me miraban con ojos redondos y desorbitados, parecían astronautas.

Llevaban cascos, bombonas de oxigeno y muchos tubos. Les colgaban por debajo, dos tuberías alargadas y negras que acababan en pies muy extraños, amarillos, ensanchados y planos.

Les dije que me llamaba Dorada pero, no hablaban, se comunicaban con gestos y soltaban burbujas que se elevaban.

Intentaron tocarme pero, huí con rapidez escondiéndome en casa; volví a salir enseguida.

Ellos también se habían asustado. Inmovilizados, nos observábamos mutuamente.

Les enseñé donde había almejas y no las quisieron; a lo mejor no tenían ni boca ni culete porque, no les vi ningún agujero. A cada lado del cuerpo otros tubos negros y largos, salían de cada uno cinco tubitos de color crema.

Mi piel tiene escamas, sin embargo, la suya era lisa, brillante y negra, la recorría una raya amarilla, como la marca que tengo en la nariz.

El color de los ojos de uno de ellos, eran transparentes como mis aletas. Cerró uno y me asusté.

Eran seres preciosos pero, ¡rarísimos!

Mi madre me contó que a veces, en verano, nadaban por allí. Hacían destellar luces y no parecían peligrosos.

Venían en un barco que ponía: “Fotografía y submarina”...


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
26-IV-2012

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