jueves, 1 de marzo de 2012

RECUERDOS AJADOS (XIII)



TIERRAS

 

Las tierras se limpiaban en otoño. Estaban llenas de pajones “secañosos” , y algunos doblados por la inclemencia del tiempo. Crecía paulina, y cardos que los críos cortábamos y metíamos en un saco para transportarlos a hombros hasta las conejeras.

Solían ser las mujeres las encargadas de “sarropiar” la tierra. Cortaban con la azada los pajones, los amontonaban, y prendían fuego. Añadían al hoguero el “sarropio”, y la quema duraba varios días soltando por la cúspide de los pequeños volcanes el perezoso humo de la combustión interna.

Conocí en Caviedes los viejos arados romanos de una sola reja unida a un palo largo de eucalipto del que tiraba perezosamente la pareja de vacas, Cientos de años labrando la tierra de una forma tan elemental, y de repente cambió todo en menos que canta un gallo. Siendo yo un crío compró mi padre el primer brabante de reja que hubo en Caviedes, y tras él, llegó la sembradora, y casi sin darnos cuenta el campo se mecanizó, y como quien dice, después todo fue coser y cantar.

Pero recuerdo perfectamente cuando se echaba una mañana entera para arar una tierra de media docena de carros. Un carro de tierra eran en nuestro pueblo ciento setenta y ocho metros cuadrados, y la Chata y la Mora juntas tirando del arado los pateaban arriba y abajo sin cesar, con la parsimonia del que ninguna prisa tiene para nada. Detrás, y agarrado al arado, el hombre que vigilaba para que la reja no se saliera del surco. Y cuando a pesar de ello la reja se salía, un aviso al “delanteru” para que diera en el “morru” a las vacas, y ellas dieran dos pasos atrás. Y agarraba el hombre la reja pesada, ponía en tensión los brazos fuertes como robles, y con un par de pelotas volvía la reja a donde debía volver las veces que hiciera falta.

La tierra volteada debía curar antes de ser “arrastrada”. Si estaba demasiado húmeda, se hacía una masa. Si demasiado seca, quedaban muchos terrones. Daba gusto pasar el “rastru” cuando estaba en su punto óptimo, porque entonces aquello quedaba suelto como un “cenizal”. El “rastru” era un “rodal” de madera atravesado por un sinfín de barras puntiagudas de hierro, que iba girando en un artilugio del que también tiraban las vacas. Tenía una pequeña plataforma donde se subía un par de personas con el fin de que con su peso, las barras de hierro rompieran más profundamente los gruesos terrones arrancados por el arado.

A pesar de todo rara era la tierra que no hiciera falta “tazarla”. “Tazar” era una laboriosa tarea, generalmente encomendada a las mujeres. Consistía simplemente en romper a golpe de azada los terrones demasiado grandes que no había conseguido romper el “rastro”.

Terminado lo anterior se hacían surcos con la ayuda de una azada, y un cordel para que fueran bien rectos. A mano, como el sembrador bíblico, se iban depositando en ellos los granos de maíz y las alubias blancas, o pintas, o “canarias del ojín” que eran suaves como la misma manteca…. Mas tarde apareció en el mercado la sembradora mecánica. Era un aparato con ruedas del que tiraba un burro, con un cajón donde se depositaban las semillas, en cuyo fondo había una combinación de agujeros que las dejaban caer a voluntad del sembrador.

Después, pedir a Dios que lloviera. Una sequía un poco prolongada podía provocar que “naciera mal la tierra”, y había que resembrar. Si nacía bien, corriendo a poner “espantajos” para ahuyentar a cuervos y urracas. Los malditos pajarracos en cuanto descubrían la planta naciendo, la arrancaban para comer el grano.

Más o menos una cuarta de altura debían tener los maíces para “sallarlos”. Consistía en mullir planta por planta acercándoles más tierra al tiempo que se limpiaban de malas hierbas. Si nacían dos o tres plantas demasiado juntas se quitaba una, y se replantaba donde hubiera una “calva”.

A esperar que el maíz crezca. Y a que crezcan las alubias abrazadas al maíz. Pero no demasiadas, que si son muchas aquello se hace un “bardal” y no hay quien se revuelva entre ello.

Cuando empiezan a tomar color las barbas de las panojas, es el momento de podar. A cada planta se le cortan las hojas, y el “respigo” desde la última panoja. Para hacer esto se ponían las mujeres camisas de mangas largas porque el roce de las hojas irrita la piel de los brazos. Cada brazado es una “llande” que se ata, y de llandes se llenaban los cuévanos del burro para llevarlo al pesebre de las vacas,

El sol del verano maduraba el grano. El verdor de las plantas se tuesta, y se vuelven negras las barbas de las panojas que se desgajan y quedan mirando al suelo.

¡“A coger”! Llegó el momento de “coger”. De nuevo a “uncir el carro” , y “tol mundu” a la tierra. Las mujeres con sacos atados a la cintura, iban las primeras llenándolos de alubias. Detrás los hombres con “garrotes” y maconas donde echan las panojas arrancadas del” pajón” para llevarlas al carro después.

En los desvanes solían apilarse las panojas. Después, las “deshojas”, y en las cocinas las noches de invierno, desgranar y desgranar con la ayuda de un ”garojo” para ir con ello al molino. Pero eso ya es otra historia….

Jesús González González ©
Febrero 2012

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