viernes, 16 de marzo de 2012

IBIZA.


Cuando quisimos llegar al hotel, ya era de noche. Tal como supuse después de consultar en Internet el mapa de la isla, Es Cana es una playa apartada del municipio de Santa Eulalia, donde no se mueve más gente que los viejos del Inserso, y a estos ya nos queda poco movimiento.

Es Cana es una urbanización pensada para que a partir de primavera se llene de ingleses, y se emborrachen todos los días si a ellos se les antoja, pero como todavía no ha pasado Semana Santa, está todo totalmente cerrado, menos los cuatro hoteles dispuestos a subsistir con lo poco que podamos aportar los que acudimos a ver las puestas de sol tras los mares de San Antonio.

Hotel Panorama no está mal. Es un hotelón más de los hoteles gigantes que crecen en todos los lugares de sol y playa, con recepcionistas a los que la dirección ha recomendado tener puesta siempre una sonrisa en la boca, con salones llenos de sofás en los que si una vez te apetece sentarte no encuentras plaza, con una sala de fiesta donde no hay dios quien pare cinco minutos si quieres conservar el poco tímpano que te queda, y con una sala de juegos con cuatro colegas jugando al chinchón, y dos ordenadores donde nadie se acerca porque mandar un correo cuesta un ojo de la cara.

Habitación 225, y una tarjeta como llave y conexión eléctrica. La segunda noche bajé a recepción porque la tarjeta de abrir la puerta no funcionaba, y Yasmmín me hizo ver que con la Tarjeta Sanitaria Europea, nunca iba a conseguir abrir la puerta de mi dormitorio. Broma que me gastaron el color y tamaño que eran los mismos de la otra que yo tenía en el bolsillo. Bien en limpieza, bien el baño, y bien la cama. Una terraza enorme mirando a la playa que está a diez metros de distancia, y para de contar. Lo justo, no necesitamos más.

Bajamos a cenar, y ¡ay, Dios mío! A mí aquello me pareció bastante mal, pero era tarde y acabábamos de llegar, y resultaba feo hacer juicios precipitados. Dormimos bien, y a la mañana siguiente nos acercamos a desayunar. El café no era bueno, y seguro que la leche tampoco. El chocolate que daban las máquinas era agua teñida de marrón oscuro con un ligero sabor a cacao.

A mi me gusta la bollería porque soy goloso, pero no encontré ni siquiera lo que pudiera llamarse una mala imitación de bollo suizo. Había otras cosas, sí, pero a mi no me gustaron, y os juro que yo, con tal de que esté dulce, suelo comer cualquier cosa. Mermelada sí, pero mantequilla no. En su defecto ponen una margarina que probé, y la lengua me patinó sobre el paladar de la boca como si fuera grasa consistente. Miel tampoco ponen.

Al día siguiente de llegar decidimos alquilar por tres días un coche de siete plazas. Éramos Mari Luz y José Luís, Mamen, Lali, la Nena, y Adelina y yo. Un siete plazas nos costaba en la recepción del hotel, cincuenta y ocho euros diarios. Le alquilamos en la calle por ciento ocho los tres días, y nos dieron de regalo la tarde del sábado que la aprovechamos para ir a Sant Carles de Peralta a visitar el mercado Hippy que se hace un día por semana.

Quedaban por allí como cuatro o cinco personas con la vestimenta de lo que fueron los hippys en la época en que amaban las flores, comían las margaritas y hacían cama redonda. Pero de aquellos hippys de entonces, ya no queda ni rastro. En el mercado, que era grande, había las mismas cosas inútiles de todos los mercadillos del mundo. Incluso cantidad de productos chinos, se vendían como cosas originales. Lo de Mercado Hippy no es más que un reclamo para atraer a él a la gente que llega a Ibiza.

A cualquier sitio que quieras ir de Ibiza, llegas en menos que canta un gallo. Son, según me informaron, sesenta kilómetros de largo por unos veinte de ancho, lo que tiene la isla. Y mirando el panorama tampoco pierdes mucho tiempo, porque cultivos apenas los encuentras. Muchos pinos sobre todo por el norte, que se deben quemar con cierta frecuencia a juzgar por los pocos cortafuegos que vi, sabinas, algarrobos, olivos y almendros en flor. Algunos campos de naranjos, cabras muy menguadas de tamaño y algunas ovejas, que tampoco me parecieron muy grandes.

La comida ha seguido siendo mala en el hotel. Bastante mala. Suponemos nosotros que nos cuelan los productos más ínfimos que existen en el mercado, cocinados de la peor forma que se pueda cocinar. Los camareros, que son escasos y llegados de ultramar, van a toda velocidad sonrientes y tratando de ser amables.

Una mañana fuimos a Eibissa, para conocer la capital de la isla. Subimos a pie a Dalt Vila, el antiguo. recinto fortificado, que nos dejó literalmente con la boca abierta. Soy analfabeto total en historia, y en las viejas piedras amontonadas unas sobre otras no sé leer la época a la que pertenecen, pero a los siete que visitamos juntos catedral y murallas, nos impresionó lo que contemplamos Allí está encerrada la historia de la isla: El Castillo Almudaina, la Catedral, El Museo Arqueológico,El centro de Interpretación Madina Yabisa, Museo Puget, Monasterio de San Cristófol, ecétera. Sólo esto bien merece un viaje a la isla.

Regresamos a comer y encontramos un comedor hecho un cataclismo. Las mesas llenas totalmente de gente y una cola tremenda de más comensales impacientándose por la tardanza. Aunque vamos los siete juntos, no nos importan dos mesas separadas cuando las grandes están ocupadas. Cuando conseguimos mesa, no había platos. Cuando tuvimos platos no había ensalada. Cuando llegó la ensalada, faltó el pescado… Cuando… Cuando… Me dio la impresión de que el hotel dispone de más habitaciones, que de espacio social para atender a tanto cliente, y esto es imperdonable.

Nunca tomo fruta como postre. Mi debilidad son las tartas, los pastelillos, los helados. La repostería me roba los ojos. Incomible, lo que el hotel ofrece. Gelatinas de colores chillones para atraer a los críos que no hay en esta época, y unas tartas con bizcochos y merengues de plástico. Pregunté por helados. Sí, helados si. Una vez a la semana, los domingos por la noche. Comí dos de una marca desconocida, pero esto no importaba mucho. Tengo amigos que son hijos de padre desconocido, y son personas extraordinarias. Tampoco eran buenos los helados de padre desconocido, pero como último remedio los hubiera comido todos los días. He tenido que agarrarme a las naranjas, que estas si que son buenas.

Nos fuimos al sur de todo de la Isla, donde hay unas salinas enormes. Curiosamente días antes de emprender este viaje, me enteré en un programa de televisión que según los pescadores noruegos, la mejor sal para preparar el bacalao que ellos pescan, es la sal de Ibiza. Allí, en La Canal, hay una playa conocida popularmente por la playa de los famosos, que es donde va toda esa gente que sale en la tele, cuando quieren que les hagan “fotos robadas”. No vimos ningún famoso, y casi nos alegramos; no fuera a ser que vistos al natural, nos decepcionaran igual que el comedor del hotel.

Santa Eulalia es la tercera ciudad, después de Eivissa y Sant Antoni. Tiene un paseo marítimo bonito, y un puerto deportivo importante. Nuestro hotel está a cuatro kilómetros de la ciudad, y Es Canar es el núcleo residencial veraniego de Santa Eulalia. Dicho en castellano, es su almacén de turistas en verano, y de pensionistas del Inserso en invierno y primavera.

Cuando volvimos a comer, encontramos como novedad huevos fritos, y comprobé que todo el mundo iba con un par margaritas en el plato. Yo también. ¿Qué pensar de la cocina del hotel cuando todo el mundo prefirió unos simples huevos escalfados?

Nos fuimos a conocer las calas del norte de la isla. Pasamos por Sant Carles de Peralta para llegar a la playa del Figueral. Luego bajamos a ver la Cala de San Vicente, y desde esta bajada, que va haciendo curvas preciosas entre pinos y sabinas, descubrimos los azules más intensos y variados del Mediterráneo. De la Cala de San Vicente nos fuimos a San Vicente de la Cala. Seis kilómetros y medio separan el cambio de estos dos nombres. Para subir al norte del todo atravesamos la Sierra de Mala Costa cubierta de pinos quemados, que Lali se la debió imaginar en plena ebullición de fuego y humo, porque calificó el paisaje de terrorífico. Portinatx se llama este último pueblo, y es uno más de los muchos pueblos ibicencos con casas pintadas de blanco impoluto. Regresamos por San Joan de Labritja, Balafi, y otra vez en Es Caná.

Unos sobrinos de Lali nos sirvieron de Cicerones una tarde. Nos llevaron a conocer Santa Gertrudis de Fruitera que está en el corazón de la isla. Una plaza rectangular con una iglesia grande, y blanca como todas las iglesias ibicencas. Nos dijeron que allí solían casarse algunos famosos, pero eso tampoco importa mucho. Los famosos hacen las cosas en cualquier sitio con tal que se hable de ellos, y los de Ibiza aprovechan que esté de moda el que vengan a esta isla, si esto les puede reportar un poco de dinero.

Después nos fuimos a Sant Antoni de Portmany para ver la puesta de sol. El mapa dice entre paréntesis, que este Sant Antoni, es San Antonio Abad. Para la mayoría de la gente, simplemente es San Antonio, el lugar de más movida de la isla, con importante puerto deportivo, y un par de calles de vinos donde en las madrugadas amanecen ingleses y nórdicos durmiendo las borracheras en sus aceras.

Vimos la puesta de sol. La propaganda turística vende lo que haga falta vender para atraer la atención de la gente. Yo vi mil veces ponerse el sol tras los Picos de Europa, y jamás se me ocurrió pensar que era un buen slogan para atraer a San Vicente de la Barquera a la gente.
Aquí, hasta te señalan el sitio exacto donde debes estar para no perder detalle de la puesta. Es un lugar de mesas y de bancos hecho con madera de pino ibicenco, que pertenecen a un bar de copas donde venden un licor de anís con hierbas de la isla, a cuatro euros con cincuenta céntimos la copa. Supongo que el dueño del negocio se arrodilla todas las tardes dándole gracias al dios sol por los ingresos recibidos.

Otra originalidad del Hotel Panorama, es que el primer día que llegas, encuentras en el cuarto de aseo un sobre de gel, otro de champú y una pastillita de jabón, todo ello con envoltura y anagrama de la compañía hotelera. ¿Qué eso no es original? Espera, y pregunta al día siguiente: La originalidad la encuentras cuando te informan que no hay más. Eso todo cuanto el hotel te ofrece para diez días de estancia.

En otra salida que hicimos, visitamos las calas de la parte oeste. La Cala d¨Hort es la más popular de esta zona por su belleza, y porque frente a ella se yergue como centinela gigante de cuatrocientos metros de altura, la isla de Es Vedra. Por sí solo es un monumento ese islote. Seguimos a Cala Vadella, Cala Moli, Cala Tarida, y por la Sierra de Sindic a Sant Josep de sa Talaia regresamos a casa.

Cuando llegamos comprobamos que lo del comedor no mejoraba. De todas formas quiero dejar claro que vi a bastante gente comiendo con sobrada satisfacción. Pero cada uno, es cada uno. ¿Y que comerá este en su casa? Se preguntará quien lea esto. En mi casa como lo que me gusta, puesto de la forma que me gusta. La crítica que hago al comedor del hotel Panorama, la hago con la autoridad que me dan veinte largos años viajando con el Inserso, durante los cuales, y pagando como ahora lo que el Inserso nos cobra, en ningún otro hotel de Balearias, Canarias y Península, he comido peor.

Como remate, para poder enviar este escrito a Rafael para que lo cuelgue en nuestra página Susurros del Taller Municipal de Escritura de San Vicente de la Barquera, he tenido que irme con mi ordenador a tomar un café en un bar de al lado, porque conectarme al Wifi de este hotel, me cuesta tres euros.

Jesús González González ©
Marzo 2012

2 comentarios:

Flor dijo...

Como siempre bravo Jesús y esta vez con un motivo especial,en mayo hara 25 años que estuve en esa isla de luna de miel,y con tú magistral escrito me has hecho recordar aquel viaje,y como te puedes imaginara tambien se me ha escapado alguna lagrimita,muchas gracias,besitos.

María dijo...

Ay, las lagrimitas de Flor, ya no hace falta ni soplar, Jesús, ¿viste?
Oye, Jesús, de más de un viaje del Inserso has vuelto echando pestes de la comida, ¿eh? ¿Cómo me vas a contar ahora las anécdotas del viaje si no estoy allá arriba...?, tendrás que mandarme más de un correo.
Un abrazo
María