miércoles, 29 de febrero de 2012

RELOJ.


Se oía el reloj de la torre y el sonido renqueante de su tic tac hacía eco en la plaza, sí, parecían los pasos de un cojo caminando eternamente.

El viento sur aliviaba aquel día de calor, acariciaba su traje y se colaba entre su cabello pelirrojo que hoy brillaba más.

Desde la terraza del café, veía perfectamente la ventana de su amada.

Sabía que a las campanadas de y media, estaría de vuelta del trabajo. Se encendió la luz y apareció, como siempre, quitándose el abrigo y colgándolo detrás de la puerta. Solía asomarse al balcón y miraba en dirección a la terraza y al reloj de la torre.

Estaba preciosa en la penumbra. Su abundante pelo castaño aparecía como un sedoso y brillante velo, moviéndose por la brisa templada. De vez en cuando, se colocaba la melena con un suave movimiento de la mano.

Se sentó cómodamente en la silla de mimbre, apoyó los codos en la mesa y creyó ver aquellos ojos soñadores a refugio de unas cejas marcadas y enérgicas.

La conocía bien y sabía que era impetuosa, llevaba adelante todo lo que emprendía, entregándose por completo a cualquier proyecto. A pesar de todo, decía que le quedaba una deuda pendiente, matricularse en diseño y decoración y eso, seguro, que también lo conseguiría.

Hoy le parecía pensativa, quizá estuviera cansada. La llamaría mañana para tomar algo por ahí, es posible que luego tuviera tiempo de comer juntos.

Cada día la amaba con más fuerza, sería capaz de abandonar todo por aquella chica.

Al cabo de un rato, ella se giró y su exuberante busto se remarcó a contraluz; desapareció como un sueño cuando cayó la tupida cortina sobre el ventanal.

Suspiró y se levantó en dirección al coche; seguramente que esta noche tampoco pegaría ojo, cada vez estaba más enamorado.

Las campanadas de las siete sonaban tan fuerte como los latidos de su corazón.

Tenía que decírselo, no podía más. Mañana sería el día, en aquella terraza llena de sol cuando sonaran las doce en el reloj, así no se oiría su corazón galopando locamente...

Suspiró profundamente mientras su madre le preguntaba como le había ido el día.

-Hijo, cada día estás más despistado o más sordo, te lo he preguntado tres veces.

Él sonrío y la dijo, -Mamá, mañana me llevaré unas rosas del jardín.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
28-II-2012

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