miércoles, 29 de febrero de 2012

HORA.


Era ya hora de seguir caminando, lo hacía con la mente en blanco, tanto como la nieve que lo rodeaba.

La loneta con la que se cubría al anochecer para no helarse y descansar, se la había llevado anoche el fuerte temporal, sin ella se sabía ya perdido.

Era parte el forro del suelo de su tienda individual, las varillas habían cedido a la fuerza de los temporales de nieve y las piquetas, desaparecieron días antes, bajo una tremenda nevada en la que quedo semienterrado. Se envolvía en él parapetado por un muro que construía con nieve y hielo; así conseguía sobrevivir al frío nocturno.

Metió en su boca pequeños trozos de nieve, una vez deshecha, le proporcionaba el líquido vital, terminó aquel diminuto trozo de galleta del paquete de supervivencia militar, que por suerte, siempre llevaba consigo. Su cansancio iba unido a la falta de alimentos y a la desesperación que de vez en cuando, se le introducía por un hueco de la bufanda que le tapaba la cara.

El viento gélido se le pegaba a las orejas y sintió la dureza de la congelación, aún así, le ardían y resquemaban. Ahora, sin embargo, ya no las sentía.

Los dedos de las manos se retorcían por si solos cerrándose sobre si mismos, es posible que buscaran el amparo de un calor imaginario; creía que sus uñas se habían convertido en una ligera capa rocosa y justo en la mitad, se elevaban en forma de túnel, tirando de la piel. Parecían desollarse a si mismas.

Hacia horas o días, no sabía de tiempo, sólo sabía de frío, que los mocos se le convirtieron dentro de la nariz, en punzones de hielo, al menos, ya no le dolían. Pensó, aún le quedaba ese humor negro del que siempre hacía gala, que podría sacárselos con un berbiquí.

La última vez que intentó orinar, su miembro se encogió de tal manera que creía imposible volver a encontrarlo en el pantalón, si es que salía de aquella inmensa blancura, porque, estaba perdiendo la esperanza con la misma rapidez con la que se congeló su orina.

Cayó de nuevo al suelo, cubierto por otra nevada; oyó crujir el espacio por debajo de si; la nieve helada le pinchaba en la poca piel al descubierto y quiso morir, descansar y también, dejar de sonreír constantemente en aquella mueca estúpida e interminable, en un gesto adornado con minúsculos témpanos crecidos desde las cejas.

Intentó incorporarse para respirar y el frío hiriente le llegó hasta el alma, quiso abrir los ojos. Había perdido las gafas en la caída y sus pestañas congeladas, se rompían en el esfuerzo de subir los párpados.

Las botas, a pesar de que estuvieron forradas con yaktrax, de tanto caminar había perdido una de esas mallas aislantes y a pesar de las suelas de poliuretano, acentuaba la dificultad y cojera por la diferencia de altura. Era tal el frío congelador que, hasta el forro de piel de alce que asomaba rodeando sus pantorrillas, se habían ido quedando atrás en mínimos mechones helados que formaban bolitas grises, el viento se las llevaba y resaltaban sobre la aquella blancura, le parecían cagalitas de ratón; en su delirar, creyó que no estaba del todo solo…

Dudaba si aquello que veía en la lejanía era humo. Quiso ignorarlo, sería otro espejismo, podría ser la sexta vez que sus ojos soñaron ver una población, y sin embargo, tan solo fue la erosión que producía la ventisca sobre las dunas de nieve, daban la ilusoria forma de edificios acristalados y pulidos.

Se le acababan las fuerzas, se le acababa la vida, notaba como tiraba la muerte de él; la muerte se vestía de espadas con filos helados, le pinchaban el cuerpo y le dañaban sin parar. Se iba sumergiendo en la inmovilidad; descansaba por fin...

Escuchó algo que creía era de otro mundo y oyó carreras por allí cerca. Quizá los lobos se harían cargo de su cuerpo medio congelado, o quizá, eran angelitos que correteaban por el cielo…

-¡Papá, ven corriendo, hay alguien tirado en el suelo!...

No sintió nada más...

-A ver, despacio, retiradle la ropa con cuidado, la tiene pegada al cuerpo.

-Antón, revisa esa foto del desaparecido hace un mes, ¿tiene una cicatriz en forma de siete en la ceja derecha?

-Sí, la tiene.

-Hay que dar cuenta a la gendarmería. Id preparando el protocolo de reanimación y hacedle una analítica.

Despertó, le dolía todo el cuerpo; sobre todo, los dedos de los pies; oyó decir como en un eco, que serían amputados, al igual que parte de la nariz y el lóbulo de la oreja izquierda... No le importaba nada, solamente quería que le dieran algo para aquel insoportable dolor.

Le ardía la cabeza y quería descansar; consiguió gruñir lastimeramente...

-Ponedle los calmantes, hemos de inducirle a un coma.

Sintió que aún, no había llegado su hora.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
21-II-2012

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