lunes, 13 de febrero de 2012

NIÑO.


Niños soldados.

Imaginé ser un chiquillo a la entrada de un gran bosque...

Vi las sombras pintorescas de cerrados que abren paso en la floresta, las grandezas de los árboles y sentí la sensación que produce en las mentes de los niños, unos seres gigantescos que podrían, así lo piensa, si quisieran, deglutirlos...

Y crecieron a la vez niños y bosques, poco a poco se igualaron esos sueños transmutados en empeños, o quizá, siendo esperanza en otras sendas trasformadas en poemas, en amores que quedaron dibujados sobre el barro, el desespero adolescente de ir creciendo sin notarlo.

Había entonces una balanza, sopesaba la aventura y hasta el miedo con senderos entre setas, el disfrute de una presa que se forma con los restos de arboledas de la última riada... y las maetas, o las moras que llevaban a sus casas para hacer junto a los padres mermelada o dulces tartas, avellanas medio verdes, las grosellas deseadas que raspaban y algo herían en la boca...

Eran niños que veían ese río siempre enorme y en los ruidos de las aguas, creían ver marejadillas en aquellas nimias lanchas fabricadas con ramitas, algunos juncos y embarcaban maniquíes de caolín, lo guiaban con las cañas de la orilla, recorrían pozo a pozo, por si acaso, la corriente del caudal se lo llevaba.

Siendo niños se podían buscar duendes, fantasías y en las sombras, ver fantasmas que colgaban de la luna, de las nubes que pasaban tan cercanas a ese pico que escalaron, ya sin tiempo, para ver si era cierto que la luna con el sol, a esa hora, cortejaban.

Y hoy deshecho lo que piensan criaturas en otros bosques, que preparan emboscadas, pesadillas de unas armas que vomitan esas balas, que enmudecen las canciones, las quimeras y que tapan hasta el alba.

Convirtieron aquel juego en auténtica batalla; en sus mentes han reinado las matanzas que asesinos, con demonios en el alma, les confieren el encargo de ¡matar o ser linchado!, de morirse desangrado por los monstruos de moneda ensangrentada, pues, si delito ya es la guerra, más aún sin son los niños los que tienen en sus manos el disparo a la inocencia, apuntando crueldades y la bala, mate o no, al ser disparada, sea ese proyectil que abrió una herida en la ternura, la inocencia o el cariño que se pierde en cualquier guerra.

"Lo que debieron ser los juegos, se conviertan en reales salvajadas, y los engendros no son árboles, son el grupo de animales que enviaron esos niños a las guerras".

Aquel río es ahora la corriente que se tiñe de escarlata, de terrores que han mojado sus espaldas y han cubierto los sonidos del caudal con la metralla y se cierne por los cielos una humera que transporta olor a muerto, y no hay luna ni hay un alba, solo quedan manantiales escondidos de agua limpia y el deseo de encontrar pequeñas frutas y saciar algo ese hambre, apetito que fue esquela de ternuras inocentes.

"Sobreviven sin los sueños, sobreviven"...

Si en las guerras es la víctima inocente, si es el huérfano o el hambriento y violado, ¿no era eso suficiente, no bastaba para ser él quien empuñe crueldades, quien apriete ese gatillo que anestesia corazones y deja opaco todo el brillo en los ojos de un muchacho?...

¡Malditas guerras!

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
12 de Febrero de 2012

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