miércoles, 29 de febrero de 2012

EL MONTE CORONA.


Me vio nacer diminuto, y a él yo le conocí siendo siempre un gigante. Ochenta inviernos llevo viendo desnudarse de hojas sus robles recios, y ochenta primaveras sus brotes verdes me dan testimonio de que la vida renace constantemente.

Cumbres doradas por el sol, donde cada mañana las aves entonan sus trinos, y hondonadas de húmedos líquenes donde, en constante renuevo, se multiplican los microorganismos… Y por cumbres y hondonadas la elegancia del corzo estilizado, la tozudez del jabalí, y la cautela del zorro astuto. Y tasugos, comadrejas, garduñas y ginetas con otros mustélidos de menor cuantía dan vida a este monte de mis recuerdos…

Impertérrito, sigue el gigante… Ofreciendo la belleza de la frondosidad de sus robledales, hayedos, y estilizados abedules a la vista del turista curioso. Y mostrando rincones bucólicos, y ermitas centenarias y altozanos con panorámicas de ensueño…

Yo guardo del Monte Corona otros recuerdos que me atan a él como la naturaleza nos ata a los pechos de una madre… A Corona fueron a pastar las vacas y ovejas cuya leche nos sirvió de sustento en la penosa posguerra. De Corona se bajaron carros y carros y de rozo para mullir las camas de nuestras bestias cuyos desechos transformados en estiércol abonaron las tierras que tantas boronas permitieron partir y repartir a los hijos, poco menos que famélicos, de aquellos padres de entonces...

Y su leña fue fuego inagotable que ardió sobre el llar de todas las casas donde al calor crepitante de sus astillas de roble, se cocieron pucheros de alubias con berzas y patatas mezcladas con menguados trozos de tocino y muy contados chorizos.

En torno a esas lumbres calentamos en invierno los críos de entonces las manos doloridas de frío y las orejas hinchadas de sabañones, mientras nos recostábamos en el regazo amoroso de la madre o de la abuela y nos adormecíamos escuchando la historia de un cuento fascinante…
Jesús González González ©
Diciembre 2012

1 comentario:

Anónimo dijo...

Escrito grande como la montaña, intenso, poético, que muestra la dependencia del humano en ese caudal de ofertas, hoy más estético o inclinado a las necesidades de relajación...
¡Qué bueno leer en corto la enormidad de un monte, que por cierto, llegaba a la Marisma donde vivimos nosotros. ¡Qué curioso!, las faldas kilométricas de ese monte, recorren y nos hacen coincidir de nuevo, en el recorrido de la vida. Lns