sábado, 25 de febrero de 2012

RECUERDOS AJADOS (XII)


PRADOS


Las tierras y los prados eran entonces los únicos lugares de donde se arrancaba el sustento de las gentes de nuestros pueblos. Por las herencias de esos lugares se rompían las familias, y dejaban de hablarse unos hermanos con otros. Se falsificaban documentos. Se testificaba con mentira, se perjuraba en los juicios jurando por Dios, en falso. Por defender un palmo de terreno se pegaban los vecinos. Se arranaban los “jisos” de las lindes, y se cambiaban de sitio las estacas.

Se amaba la tierra en general y casi se idolatraban las propiedades heredadas por ser el manantial de recursos que alimentaba y hacía crecer la familia.

“A limpiar orillas” se iba a los “praos” en invierno. Se “pasaba a dalle” la superficie entera para quitar yerbas viejas y “mastrantos”. A base de “rozona” se cortaba la maleza de las orillas; se armaban las piedras caídas de los “morios” y a golpes de mazo se sujetaban de nuevo las estacas que se habían aflojado. Quien podía cerraba el contorno con alambre de espino, lo que suponía no tener que guardar las vacas cuando iban a pacer, y además era como un seguro de que aquél terreno no iba a menguar.

Había quien madrugaba para matar topos a azadazos, y quien los esperaba al atardecer, porque eran los dos momentos del día que los bichos preferían para hacer nuevas galerías en busca de gusanos, y levantar al paso las toperas en forma de diminutos volcanes que tanto borraban los dalles cuando se segaba.

Después de estas labores, se cuchaba: Se le ponía al carro la “gezna” baja antes de arrimarle a la pila de “cuchu” para cargarle pacientemente palada a palada. El estiércol de todo un año apilado desprendía al removerlo el vaho que producía la lenta fermentación, y las gallinas revoloteaban entre las piernas de quien cargaba el carro, buscando presurosas insectos y “morugas” desenterrados durante la faena. Ya en el prado se iban descargando pequeñas pilas de “cuchu” repartidas a cierta distancia unas de otras, para volver más tarde al prado, y esparcirlas con una “pala de guinchos”. Después, a esperar la primavera…

Margaritas diminutas y flores amarillas asomaban en cuanto desaparecían las heladas del invierno. Crecía la yerba verde y cantaban los grillos día y noche los mismo en el alto las”Cerrás” que en alto el Alberán.

Hurgando la cueva con una hierba delgada los hacíamos salir, y si se resistían meábamos dentro, pero
conseguíamos el grillo que durante noches y noches había de cantar en la ventana de nuestro dormitorio, dentro de un bote de pimientos vacío.

Con la hierba crecida se segaban los primeros carros de verde fresco y jugoso que harían producir litros y litros de leche a las vacas de la cuadra.

El suelo que siempre fue agradecido al estiércol que le alimenta, hacía renacer con fuerza la hierba segada y crecían de nuevo tréboles y lotos, junto a un sin fin de otras hierbas, que habían de segarse “para secu” en verano cuando estuvieran altas y vigorosas.

Entonces madrugaban los segadores para “tumbar mediu prau” antes que “Lorenzo” asomara en el horizonte. Cuando a media mañana llegaba el ama con la cesta del “almuerzu” a la cabeza, ya estaban ellos tumbados sobre un saco de esparto a la sombra de un “cagigu” picando de nuevo el dalle. Sin moverse del sitio trinchaban chorizos y “torrendos” y empinaban de la bota, mientras el ama sola, o acompañada de familia, de parientes o de amigos, esparcían los “hombillos” para que el sol los secara.

Era laboriosa la recolección de la hierba seca. Después de tostada por un lado había que darle vuelta para secar por el otro. Si no estaba en su punto exacto, se “mojonaba” para volver a esparcirla al día siguiente, y cuando se consideraba seca se “jacinaba” en espera de que al día siguiente, o al otro, o cuando se pudiera, viniera el carro a buscarlo para llevar al pajar. Si llovía y se mojaba, vuelta a esparcir y secar de nuevo…

La “armadura” del carro también era de madera. Los “varales” altos se ponían en la parte delantera, y los bajos en lo que pudiéramos llamar la caja del carro. Hacia atrás se alargaba el carro con la “rabera”. Paladas y más paladas de hierba, y un hombre en lo alto, sobre la hierba, colocándola bien colocada para cargar cuanto más.

Y las “moscas rociniegas” metiéndose por los ojos de las vacas pacientes de la yunta. Y los tábanos “runfándoles” cerca de las orejas intentando impacientarlas, y yo con un ramo de avellano silvestre espantando estos bichos necios y pegajosos.

Se sudaba la “gota gorda” metiendo la hierba en el pajar. En el carro un hombre mandando paladas al “boquerón” , y otro en el “boquerón” que lo lanzaba al alto de la “pella”. En la “pella” cuanta más gente mejor. Había que coger a brazados la hierba que llegaba y esparcir por todo lo alto, y pisar. Pisar y vuelta a pisar, que se comprimiera, que se apretara para que cupiera en el pajar la hierba de todos los prados que había de ser el sustento de vacas y burros durante el próximo invierno. Y el calor, y la semilla de las gramíneas, y el polvillo que soltaba la hierba seca que se metía por los ojos, por la nariz, por la boca… Y los hombres tirando de la bota de vino, y los críos que nos daban como algo muy extraordinario una jarra de agua con el zumo de un limón y una cucharada de azúcar…

Después, si el tardío venía bueno, el prado retoñaba, y al final del estío se segaba de nuevo. Era un corte de hierba más corta y suave.

En otoño se soltaban en los prados las vacas a pacer, y había que “guardarlas” para que no pasaran a las fincas de los vecinos. “Guardar la vacas” era generalmente labor de críos o adolescentes. Se llevaba un palo para tornarlas y un saco para sentarse en él. Unas cuantas manzanas para comer a media mañana o a media tarde, y un “bolsilláu” de castañas para pelar y roer despacio para entretenerte. Yo leía los chistes, (ahora son cómics,) de “Flechas y Pelayos” , del Guerrero del Antifaz y de Roberto Alcázar y Pedrín, que tanto me hicieron soñar.

Jesús González González ©
fEBRERO 2012

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por hacerme revivir lo olvidado, Jesús. ¡Qué bien plasmado, qué fácil de leer, qué tiempos aquellos! Hace pocos años, seguían así en los pueblecitos pequeños o en casonas familiares aisladas, donde sobrevivir seguía siendo el campo... Lns.