sábado, 17 de diciembre de 2011

“ROMPELETRAS”


Sí, letras son lo que llenarán parte de esta página en blanco. Ni que decir tiene que inspiración y temas sobre lo que escribir, hay muchos, diría que demasiados.

Empezando por estas marejada de fondo que nos acompañan parte de la semana; levantan el mar en olas de hasta 9 metros y llenan de espuma la superficie del agua. Estas olas rompen en la costa y en las playas con tal violencia, que da la sensación de querer comerse todo. Dejan extendida esa blancura por al menos medio kilómetro. Se perciben por la noche desde la Atalaya, porque además de esta tormenta marina, el tiempo que disfrutamos en la seguridad de la tierra, es sur, con cielo despejado y en calma; un contraste impresionante.

La atardecida muestra una imagen sorprendente, pues las olas van muriendo en la arena y a su vez, golpean contra la costa, blanquecinas y emergiendo como nubes terrestres. El haz intermitente de luz que procede del faro, alumbra la zona lejana y oscura de esa mar que lo intenta conquistar todo.

El ruido ensordecedor del quejido marino, aísla y aleja de todo lo demás. Las pequeñas gotas del salpicado constante contra roca y rompeolas, moja como si de la lluvia se tratara pero, en esta ocasión, con el componente de la sal. Produce una viscosidad que se fija e introduce por los poros de la piel; también queda también una neblina tenue y constante que impregna nuestra localidad, la humedad invisible acompañada del olor a salitre que nosotros no apreciamos y que sí notan los foráneos.

Aquella mole de agua parece ansiosa por taparlo todo, ¡y eso hace!. Tapa los 500 metros de barra y toda la altura de la Peña Mayor, como si fuera un maître descargando una salsa apetitosa por encima de un exquisito plato.

Cada oleada, va recorriendo el alargado rompeolas por una ola blanquecina e interminable, poco a poco, inexorablemente, increíblemente. Al finalizar el tramo, rompe contra las rocas y se cuela en goterones por parte de la zona habitada; se levanta altiva en el choque y demuestra cada vez, su grandeza y fuerza, incluso que podría salirse de ese gran pozo del océano y abrazarnos por completo, primero en su espuma y después en agua. ¡Sí, esas construcciones que los ilusos humanos, pretendían poner frente y tope ante su fuerza...!

Asusta ese ruido constante y ensordecedor que se puede oír desde cualquier punto de la población y desde los pueblos cercanos. Parece el constante centrifugado de un motor inmenso, donde, de vez en cuando, recomenzara sin parar y se acrecentara en cada envite de las olas. Vienen constantes. Es difícil controlar los tiempos o por el número de olas. La marejada es de tal calibre que sería difícil saberlo, porque si una ola es grande la siguiente lo es más, si una es alargada y fuerte, la otra es alta y rompiente. Decían los surfistas en la atalaya que: "no se pueden surfear porque la espuma tapa cada una de ellas y rompen a una distancia imprevisible".

Es un espectáculo de tal belleza que dá miedo. Es un escenario real donde lo uno forma parte de lo otro. Es la vida en sí misma, esa mar nos alimenta y nos aterrece, es la causa de nuestra supervivencia y de algunas de las muertes de este lugar, donde el oficio de pescadores les lleva a aventurarse mar adentro y la tormenta puede desarrollarse repentinamente y sus vidas pasan de ser transportadas en barcos que son cáscaras de nuez, a otras movidas a capricho en esa inmensidad de agua en movimiento, de viento incansable, de noche insondable...

Sí, las letras, mal comparado, podrían ser la espuma final de una tormenta interna, podrían inundar por completo los papeles, sin respetar márgenes ni normas de escritura, ante esa necesidad de llenarlas con todo lo que se piensa o se duda.

En algunos momentos se podrían desmandar en oleajes de sinceridad en frases que podrían arrasar al lector, que podrían inundarlo de espumas y de conflictos, que serían víctimas inocentes ante el despliegue de dudas, injusticias, opiniones...

Es entonces cuando fabricamos “rompeletras”, sí, de gran tamaño, para evitar que lleguen a puerto, al lector, esas marejadas desordenadas de opiniones o sentimientos.

Y se necesita ser de nuevo consecuente, tanto como en las conversaciones. Hemos de sopesar donde acaba y empieza la libertad de cada cual.

Imagino un mundo con esa libertad. Imagino las consecuencias pero, tampoco pretendo la hipocresía.

Todo sería factible y es ahí donde ese “rompeletras” imaginario, hace su trabajo y evita dañar la sensibilidad ajena.

En fin, tenemos ya el crecimiento de los días desde el día trece, un espectáculo natural a la misma puerta de casa, con la tranquilidad de que todos nuestros marineros están en puerto, a refugio y, a las puertas del encuentro con algunos de los familiares que regresan o que se juntan en estos días navideños. La vida sigue en busca de una nueva bonanza donde apreciaremos de nuevo la luna clara y llena que se convierta en un faro inmenso y nocturno que todo lo ilumina, una noche despejada, otro extraordinario espectáculo natural; ¿quizá podría ser esa la filosofía de la vida? Noches que clarifican y ayudan a seguir caminos sin tropiezos luego, nuestros más oscuros momentos, tendrán, seguramente, alguna luz para seguir adelante.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
14-XII-2011

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