sábado, 17 de diciembre de 2011

ADICCION


17 de octubre. Salgo con mi inseparable compañera. A cincuenta metros de la casa se exhibe el primer escaparate. Yo presiono sobre ella; no se opone a mi requerimiento, aunque percibo que sus ojos se han rasgado, (como si quisieran salir de sus órbitas): se hallan clavados en un punto de la ventana mágica.

Caminamos unos doscientos metros y, aquí, sí entramos. Sé que lleva semanas deseando comprarse una prenda que haga juego con el chaquetón que se compró el primer día que lo vio expuesto, -a principios de otoño. El chaquetoncito fue también “otro amor a primera vista”.

La dependienta llena el mostrador de prendas. Sí, la ha visto de inmediato; se la prueba; la abona-sin más. La de la tienda está feliz con ella; es una clienta perfecta. Compra el pan y el periódico y nos volvemos a casa por otra calle.


19 de octubre. Han pasado tres días desde que pronunció la frase:

-“Prometo que no lo haré más”.

La veo ansiosa; hoy, sólo ha tomado un café. Se da mucha prisa en hacer las tareas domésticas. A las once, nos dirigimos a la Caja de Ahorros más cercana. A los cincuenta metros, con toda naturalidad, entra en la tienda para comprar el periódico. La “sicóloga” mientras le devuelve los cambios, se ha percatado de la dirección de sus ojos. Corre, y antes de que mi compañera haya cerrado el bolso, “el tesoro” luce sobre el mostrador.

En un mutismo total, la propietaria le ha descorrido la cremallera: cientos de departamentos para que el ilustre profesor pueda colocar su Laptop, su Pen Drive… -y hasta sus pastillas. El genuino aroma ha eclipsado el perfume de Nina Ricci que usamos. Mi compañera la acaricia con las yemas. La acerca para embriagarse con su esencia; coteja su suavidad con la de sus mejillas.

-“Prometo que no lo haré más”
-“Prometo que no lo haré más.

Saluda a la vendedora. Tal como lo había previsto, nos acercamos a la Caja de Ahorros. Pasamos por la panadería, por la pescadería, y nos volvemos hacia casa. Hoy, ni observa a la gente, en la calle opuesta del semáforo, no aminora el paso para analizar los últimos títulos ingeniosos, ni… Me congratulo de que, por fin, haya superado su... Y antes de que yo vuelva a la realidad, ella ya ha abonado por su elegida. Incluso, la envoltura le parece señorial.

Recorremos distantes los cincuenta metros. Yo me encuentro arrinconada mientras ella lozana, avanza como los pajaritos. Disfruta como éstos de un mundo amoroso. Una vez en casa, guarda a su amor con todo mimo.

-”Prometo que no lo haré más”.

Convierte el día en noche. Y se echa en la cama. Empieza a temblar, a tiritar de frío. Las lágrimas le encharcan los ojos; moquea; comienza a golpearse la cabeza con los puños; el vómito asqueroso enturbia su ropa; sigue martirizándose. La escena que se le presenta es escalofriante: La mirada heladora de su Amor. Sus palabras de reproche. Los brazos estáticos, a ambos lados del cuerpo, parecen dos ramas secas. Su indiferente espalda. Somos un bicho ovillado, viscoso, kafkiano.

Intento ser fuelle que sopla sobre un ascua; el calorcito ha despertado a una segunda ascua; entre las dos enrojecen a una tercera. El fuego ya no se expande más, pero le ha calentado un poco el corazón; las horas de sueño harán el resto.

La conozco desde que era una niña y sé que es valiente. Y, puede, que ahora, sea ella la que me conforte ( ante Su displicencia) entre las azaleas rosadas, sus cyclámenes fucsias, los pensamientos blancos…


San Vicente de la Barquera,
27 de noviembre de 2011
Isabel Bascaran ©

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