viernes, 25 de noviembre de 2011

OKUPAS


-¡Uy, pero qué precioso se le ha puesto el cedro, querida vecina!

Sí, como mi amiga Juani, así lo debieron de ver los primeros Okupas: Su altura los guiaría en el cuarto Menguante y, su frondosidad de largos cabellos los ocultaría de los posibles noctámbulos. Los infractores tendrían planeados los pasos a seguir: serían solo tres. Llegarían a medianoche (cuando los somníferos adormecieran a la dueña). Y se ocultarían con el alba.

Cada mañana de aquel verano y, antes de desayunar, salía a inspeccionar el jardín y, cada mañana, arrojaba asquerosas babosas al zarzal de enfrente (se habían encaprichado con mi jardín; su rastro viscoso se extendía sobre los jugosos sépalos). Sin embargo, el día seis de septiembre, tan solo encontré un caracolillo que, por pelos, se habría librado del puchero de la cocinera del pueblo. ¡ No podía creerlo, ninguna babosa! ¡Por fin, me había librado de aquella plaga!... ¿¡Pero, qué eran aquellos tornadillos geófilos!? Los conté. Eran tres. Tres perfectos taladrazos, hechos entre las baldosas y el césped. Y a la mañana siguiente, eran siete; siete hoyos formando un círculo. ¿Les habría dado permiso el cedro? ¿Se habrían confabulado? Me aparté de ellos con cuidado.

-Tome esta cajita de granulados: mézclelos con trozos de piña, de fresas…”Um! Y ofrézcalos a sus huéspedes –me aconsejó el tendero de la sonrisa enigmática.

Me impacienté al contar nueve agujeros. De puntillas, me retiré del césped.

-Bueno, mujer. ¿No me dice que la comida ha desaparecido? ¡Tenga paciencia! Debe agasajarlos durante toda una semana…

Coloqué el cubo cargado de una veintena de pinchos fructíferos, en una robusta rama del cedro. Y fui llenando las huellas de un apetitoso tentempié; en las introspecciones limpias metí dos varillas. El penúltimo día, me pareció oír llamaditas SOS (este amanecer no se habían marchado lejos o eran mis alucinaciones nerviosas) Armada de mi pala “Bellota” fui llenando de tierra, apaleándola y, saltando a la comba, sin comba. De haber seguido de vacaciones, mi amiga Juani se hubiera extrañado, esta vez, de mí.

-Buenos días. ¡Usted sí que tiene buena mano para las plantas…! ¡Y qué guapo se ha puesto el cedro”! Mire. Hágame caso: las golondrinas vuelan alto, así que mañana hará bueno, y puede cortar el césped.

Seguí el consejo de mi amigo ”Toño”- que tras sus dos vacas y el caballo, como siempre, hacía un alto para instruirme en materia agrícola- y saqué el cortacésped. Sí, sería buena jardinera…, pero no entendía de maquinaria: la encendía y se apagaba: la arrancaba y se ahogaba . ¿Y aquellos saltitos? La habría cargado ¡No! ¡Las raíces del cedro se asomaban por la esquina! A trompicones, acabé el rapado con ansiedad: el suelo se presentaba salpicado de dunas...

-¡Eh, jardinera! ¿No se habrá olvidado de nosotras? – me preguntó Curra. Dejé. la instante, la sombrilla protectora y corrí hacia ellas. No sé si mi sonrisa me delató –creo que no- pues reemprendieron el paseo no más les hube asegurado que en unos días tendrían sus bulbos de mi dalia azulada.


Y cuando el reloj de la iglesia daba las nueve, se abrió mi tienduca favorita. Allí había de todo: cajitas de granulado, almohadas térmicas, arandelas diminutas, detergente ecológico…

-La veo muy blanca. Le voy a preparar un chocolatito calentito, querida jardinera, y no se preocupe que sus invasores no irán lejos con las vísceras reventadas.

El sábado por la tarde, llegó el ferretero; se le caía la baba ante su última adquisición: un artilugio que hacía sombra hasta al mismísimo cedro.

Un manto de collage cubría la pelada hierba: virutas, serrín, huesecitos, jirones de piel, coágulos de sangre… Y todo olía a campo; aquel invento se alimentaba de combustible ecológico. Por fin, el tendero sujetó el cedro con maromas.

El redentor Gadget, protegido entre dos mantas, descansaría hasta el lunes por la tarde, en que volvería a actuar hasta finalizar su función. Y así, con celeridad, los leños quedaron apilados para “Toño”. Y mientras , esta vez, él saboreaba una fresquita cerveza- me espectó:

-¿”No cree que esto bien vale mil euros, jardinerita”!


San Vicente de la Barquera, 27 de Septiembre de 2011
Isabel Bascaran  ©

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