viernes, 25 de noviembre de 2011

CONFIESO


Abrí la puerta. Me agaché para entrar pues, su pequeñez obligaba a medir los movimientos. Estaba oscuro, tan solo una pequeña bombilla iluminaba aquel minúsculo habitáculo. Sí, un lugar reducido; en otros tiempos, destinado tan solo a los importantes.

En esta especie de templo no se ven santos, tampoco las cristaleras nada tiene de especial, son grandes, eso sí. En la parte derecha se veían los restos de dos plantas, hierbabuena y laurel para dejar buen olor en el interior. Cuando se abre la puerta hay corriente entre las aberturas de los cristales, revolotean por aquel espacio las semillas y los pedacitos de esas plantas, algunos tan resecos que parecen carbonizados. Siempre hay algún trocito por el suelo.

No soy la única que lo utiliza... Me siento cómodamente. Es un confesionario excelente; quien lo fabricó sabía como hacer confortable el mínimo espacio.

Suspiro e indago por mis adentros. Comienzo a verter el alma, a dejar allí toda mi verdad, toda, con la seguridad de que nadie interrumpirá. Desalojo miedos y dudas, pero, acto seguido, suelo agradecer lo mejor que tengo, el cariño mi familia y de mis amigos, la salud, el trabajo, una lista interminable y positiva. Esparzo muchas historias entre la música de un órgano que suena cercano, incluso escucho los violines de una balada, "Tu cabeza en mi hombro"; me llenan por dentro de cierta serenidad; en otras ocasiones me vacían.

Y canto, canto a sabiendas de que nadie puede oírme. ¡Menos mal! Más de una vez las lágrimas fluyen sin ser llamadas, las dejo caer en su lenta y fría carrera, ya que suele hacer fresco en esos lugares, una descarga inesperada y que sin embargo, me suele venir bien. Quizá surjan del alma, quizá. Quizá surjan de la melancolía. Quizá pretenda conseguir demasiado...

En esos lugares apartados oscurece lentamente al carecer de iluminación artificial. Al abrir la puerta, se puede apreciar el paso del aire entre las ramas de los árboles, en ellas, los pájaros parecen discutir en diferentes gorjeos por el lugar que a cada uno corresponde. En la época veraniega se distinguen en los bardales a las luciérnagas, buscan pareja con sus intermitentes fogonazos de luz, asimismo, se oyen infinidad de ranas, cigarras o grillos y también, escucho silencios atronadores; la vista se pierde en infinitos horizontes... interiores.

Huele a eucaliptos, a hierba, a la humedad del riachuelo. Huele a libertad, a soledad de encuentros con la naturaleza, eres tú mismo, sin ataduras ni lastres, sin ninguna propiedad material, solamente con la vestimenta íntima, la que en realidad vale...

Algunas veces doy una vuelta por los alrededores, recorro pequeños tramos y escucho con atención. Oigo la corriente del río y pisadas entre las bardas y las hojas secas, chapoteo y en ocasiones, hasta una musiquilla tenue salida de un transistor. Suelo situarme silenciosamente tras unos matorrales y se distinguen los protagonistas de esos ruiditos, son pescadores que se apostan en los meandros. Intentan engañar con sus cebos a las arremansadas lubinas. Miro su aislamiento lleno de paciencia en un lugar donde apenas ha cambiado nada, seguro que también tienen tiempo de sacudirse algún sobrepeso.

Los pájaros no me temen y la observación es mutua y atenta. Sí, un lugar que libera... Cada uno lo hace donde y como se sienta a gusto, bien hablando o en silencio, los creyentes en su religión liberadora y otros, encuentran respuestas al aire libre. Sea donde sea, la cuestión es conseguir recursos para reconfortarse.

Subo de nuevo a mi confesonario con ruedas y vuelvo a casa, regreso a la vida que tanto me gusta, entre mi gente, a la belleza de lo urbano y a mi hogar. Me encanta la vida con amigos y vecinos. El coche es un retiro que me sirve para desahogar, tanto en los viajes como en la búsqueda de lugares solitarios donde me pueda sentir a gusto. Igualmente me sirven de terapia los paseos a solas.

He leído y escuchado en muchas ocasiones que “es necesario un rato de soledad al día, tan solo unos minutos...” También me confieso de esa liberación.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
18-XI-2011

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