domingo, 27 de noviembre de 2011

MEDIDAS



Todo en este mundo se mide, se cuenta, se pesa... y sin embargo, se ha dejado de hacer la ropa a la medida.

La mayoría de estos profesionales se han dedicado a otros negocios, relacionados casi siempre con esa labor de confeccionar prendas a medida que se adaptan al cuerpo al milímetro, y nunca mejor dicho, o simplemente, con los cortes adecuados para favorecer la estética.

Llegamos los cuatro a un lugar alejado de la Villa y con abundante luz. Era una hermosa casa rodeada por una finca limpia y cuidada, abundaban los árboles frutales ya caducos. Cada una de sus ramas podría alojar sus futuras hojas que protegerían los frutos de las inclemencias. Me parecieron brazos que estiraban sus manos con los dedos abiertos a lo alto solicitando energía y paciencia. A pesar de todo, lucían lozanos y orgullosos, a pesar de sus ramas artríticas y “secalíticas”.

La modista nos recibió en el zaguán, el interior del mismo, que daba entrada a la vivienda y al taller; éste está adornado con una inmensa cristalera y así, adquiere la luz natural para diferenciar mejor los tintadas de sus hilo y la posibilidad de recrearse viendo la naturaleza y parte de su propiedad. Está adornado en si mismo, por el vivo colorido de los jaboncillos, alfileres de abultadas cabezas, canutillos de hilos de todos los tamaños, tijeras en orden, bolsitas de brillantes objetos para pegar en las camisetas que tienen diseños originales de la modista y son ¡baratísimas! Es un arco iris multiplicado por cientos de colores y entramados de hilos, caen hasta las múltiples agujas de las máquinas automáticas que bordan incesantemente. Parecen los primeros tramos de la creación de una colorida tela de araña, Posee también, una sorprendente colección de dedales protegidos bajo el cristal de una mesa ahuecada.

Fue una agradable sensación ser recibidos con una sonrisa, el sol y el aroma a café, café. Aquella reunión se imbuyó repentinamente de un sosegado pasado.

-Pasad y tomaros un “cafetucu”.

Nos recibió el caldeado hogar y una gran mesa de cocina. Sobre ella, una bandejita llena de rosquillas de anís. ¡Hummm...!, el olor hacía recordar los pueblos pequeños en romería y a las rosquilleras que colocaban en un mínimo espacio, las avellanas recién tostadas y espolvoreadas de tamizada harina, partidas con una piedra y que junto aquellas cerveza rubia y densa que bebían los mayores; recuerdo que se llenaba el ambiente con aromas inolvidables; traían las siempre presentes y olorosas rosquillas, las enhebraban en circulares y deshojadas ramitas de tierno avellano y lucían entre una multitud de pequeños y llamativos juguetes; entre todo ellos, los chicles de fuerte aroma a fresa, en forma de cilindro en tres alturas, creo que se llamaba “Bazoka”. Se sabía que había llegado la rosquillera, por la boca entreabierta a causa del abultado papo de los chiquillos que jugaban por las calles. Aquel chicle duraba días.

Tenté a uno de sus hijos, para que introdujera en cada dedo una rosquilla, pero, prudente, no cedió a la propuesta. Recuerdo que eso hacía uno de mis sobrinos, así evitaba viajes a la bandeja y se saciaba de una vez. Se rellenaron aquellos agujeros de las rosquillas de una sorprendente manera, depositaron sobre ellos una especie de coloridas y dulces píldoras de chocolate, una por cada rosquilla. ¡Hum!

Una animada y variada charla que se alargaba, a pesar de que la modista tenía quehacer de sobra. De pronto, alguien dijo.

-¡Oye, qué se nos viene encima la hora de abrir el negocio!

Y se asomó por el marco de aquella puerta, el maleducado presente, con sus obligaciones, evaporando aquel ambiente de antaño y la agradable sobremesa.

Entramos al taller despojados de la ropa de abrigo. Al lado del medidor de dobladillos estaba una de sus cintas métricas o metros; tenía tramos en diferentes colores quizá, para medidas determinadas. Nos situó uno tras de otro y comenzó a tomar las medidas. Lo hacía con dulzura y sin prisa, deslizaba sus dedos estilizados de cuidadas uñas, por todo el cuerpo, sus profundos y grandes ojos medían hasta por dentro. Desde el hombro, doblaba el brazo por el codo en un perfecto ángulo recto y medía hasta la muñeca, el contorno de ésta, el cuello, la cintura, que mira tú por donde, no está en la cadera como parecen indicar los actuales cánones de la moda. El ancho de espalda, para la camisa y la chaqueta, el largo desde la cintura para que asome el interminable calzoncillo por el dobladillo del pantalón, el chaleco, etc.

Yo imaginaba cada prenda ya confeccionada, su color, el aspecto de nuestros amigos, la gran boina cayendo por un lado con su larga borla negra de seda, el mismo color y material con que lucirá el fajín y el lazo ahuecado en una especie corbata que estaba de moda allá por el s. XVIII, que enlazará los grandes cuellos de la camisa en un elegante conjunto...

La ayudante estaba sentada tomando cada medida con cuidado, ratificándola y personalizando en ese papel, lo que será nuestra futura imagen, transformados al vestir el traje típico de gala de las zonas marineras.

Me tocó ser medida. La modista se dispuso frente a mí, su mirada me desnudaba la imaginación; dejé la mente en blanco dispuesta a disfrutar de esta experiencia. Sus dedos se apoyaban con serena delicadeza en cada punto concreto, en las distancias de hueso a hueso, en el suave paso por el largo del brazo, por la cadera y el pecho... Intocados masajes, relajantes, ensoñados, tan fugaces que parecía delicada gasa de seda tocando la piel; justo en esos lugares, quizá olvidados, que necesitaban atención, pues están ahí cumpliendo la incansable función de mover nuestro cuerpo.

La modista lo hacia con profesionalidad pero, también con cercanía, casi pegada a mí, excepto mis amistades, nadie se acercaba tan en corto..., parecía que iba a medir hasta mis más profundos pensamientos.

Oía como en sueños: "pecho 107", ¡guau, qué medida de pecho, debo de estar soñando!, "espalda 42", esa medida me sorprendió por la poca diferencia de los varones, quizá se me hayan desarrollado del constante esfuerzo de llevar en las clases de baile, "cintura 85", "cadera..." Lo que me hizo despertar de mis sueños de modelo imponente, fue la altura total, ahí se deshizo el encanto de la perfección. Estuve tentada de pedirla que me alargara la altura en unos 15 centímetros, para que coincidiera con la estética de aquella modelo imponente que soñaba ser mientras me iba midiendo.

Fue una agradable sensación el paso de su mano al extender el metro por todo mi cuerpo, liberaba tensiones y estreses. Sin querer, volví a la limpieza de los abrazos de mi abuela, a su casa rodeada de prados, de cariños, de historias y de risas sin fin.

No quiero ni pensar como será cuando haga la primera prueba; quizá, me sienta una dama del XVII, ayudada a vestir cuidadosamente el abrigo por algún galante caballero...


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
14-XI-2011






































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