martes, 15 de noviembre de 2011

MIEL E HIPO...


Estaba llena de ansiedad y sabía que pronto llegaría hasta la puerta. Podría haber tomado cualquier otra decisión pero, su obsesión no la dejaba en paz. Lo haría, esta vez sí.

Sabía bien el camino, era un lugar solitario rodeado de penumbras. Descansaba allí desde hacía tiempo.

Llegó a la puerta tambaleándose, la abrió de par en par, sin dificultad y silenciosamente, cedió con facilidad a la presión. Tan solo quedaba por abrir el cerramiento de seguridad, tendría más dificultades pero, si presionaba con fuerzas, cedería. Así fue.

Apartó varios objetos antes de llegar a ella. La apretó fuerte en un silencio lleno de sudores y escalofríos. La víctima apenas luchó, parecía estar esperándola.

La apresó el hombro con uno de sus brazos y con la mano libre, comenzó a retorcerla el cuello. Se percibían pequeños quejidos de ambas, estaba empleando mucho esfuerzo, más del que creía a pesar de tenerla inmovilizada. El aire apenas llegaba a la víctima, un poco más y quedaría a su merced y mortalmente quieta.

¡Siempre la odió, siempre!

Recordaba su mirada despectiva, su asquerosa indiferencia. En alguna ocasión se acercó a ella, casi mendigando un poco de esa atención que tenía con todos, pero, era demasiado melosa y sabía, en su interior, que al final conseguiría perjudicarla. Era un placer para todos, sí para todos menos para ella. Su odio creció y se prometió venganza.

Y ahora, la estaba llevando a cabo. Su mente perturbada daba rienda suelta a aquella obsesión.

Sudaba intensamente; las gotas de resbalaban por la frente y también mojaban el cabello tras la nuca; por la espalda bajaba un templado e incesante reguero debido a esa transpiración que empapaba su camiseta negra.

Comenzó aquel ritual antropófago. Cogió en su mano izquierda el cuchillo y asestó el primer golpe en la inmensa y única pupila de color miel. ¡Sí, sería su primer bocado!, el más ansiado, en aquel ojo que siempre la había mirado desdeñosamente. La cabeza la daba vueltas y la venganza estaba tan a mano y tan cercana que se le emborronaba la vista, lagrimeaba por el anhelo y la ya imperiosa necesidad de terminar con aquel desquite.

El cuchillo estaba despuntado y asestó el segundo golpe en el límite del redondel de aquel gran iris. Se hundió con dificultad y consiguió el primer pedazo un tanto desmenuzado. El trocito pingaba y hubo de darse prisa en llevárselo a la boca; lo hizo desde el mismo cuchillo. Lo tragó con rapidez, casi sin paladearlo. Ahora sería para sí, ya no se iría con nadie.

La tercera cuchillada fue más cuidadosa. Desde el agujero que quedó del anterior, introdujo el cuchillo con cuidado y sacó, esta vez, un trozo casi cuadrado de aquel redondel de color miel que en ese momento ya se deformaba, llenándose de fluidos y restos del anterior tajo. Se lo engulló con mucho más cuidado; el segundo trocito era más cuadrado y consistente, lo paladeo y presionó con la lengua contra los dientes. Lo masticó despacio.

Notaba como pasaba lentamente por la garganta. Los líquidos se mezclaban con la abundante salivación. A pesar del aspecto amelado y dulce, rascaba al ser tragado. Para evitarlo, lo acompañó con un pedazo de pan y luego, bebió agua para eliminar aquel sabor agridulce.

Pasó un buen rato. Desde su asiento admiró su trabajo; mientras, retomaba el aliento y su corazón volvía a latir reposadamente. Notaba su ropa pegada al cuerpo y sentía la friera del sudor; el pelo estaba revuelto y las manos pringosas. En uno de los dedos tenía sangre reseca. ¿Cuánto tiempo habría pasado?

Tendría que limpiar; había trocitos y regueros de aquel líquido por todas partes puesto que, en la primera cuchillada saltó el cuchillo de su mano y salpicó toda aquella amalgama por la mesa y el suelo. Debía colocar y después cerrar todas las puertas como las encontró.

Pero eso sería más tarde, ahora disfrutaba regodeándose de su obra. Aunque, bien es verdad, que resultó menos placentero de lo que esperaba. Lo único claro era que había acabado con esa obsesión, estaba ya tranquila y su mente funcionaba con cierto orden.

La escondió de nuevo en aquel agujero, recogió con prontitud y pasó a ducharse.

Otra hipoglucemia, ¡maldita sea!, menos mal que me dio por tomar miel. Me costó un triunfo recorrer el pasillo hasta la cocina y abrir la puerta y después la tapa del frasco, apenas sin fuerzas, me había parecido pegada como todas las ventosas de un pulpo y también, me costó hundir el cuchillo en ella, estaba solidificada.

Lo peor de todo ha sido limpiar con ese agotamiento que me producen siempre las hipoglucemias. Había quedado muy pringoso y me costó mucho. Una ducha me liberó del sudor y de la miel. Tenía una postilla en el dedo del pinchazo para ver mi glucemia.

Cada vez se me acentúa más la obsesión en las “hipo”, deben de ser los años o a lo peor, mi mente está perdiendo estabilidad.

Me doy algo de miedo a veces...

Bueno, alguna ventaja tiene, me ha dado la clave para un escrito, sonrío.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
14-XI-2011, Día mundial de la Diabetes.

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