martes, 15 de noviembre de 2011

LA ANDALUZA DE TRECEÑO.


La Trajo Fidel de Sevilla. Del mismísimo barrio de Triana. De lo más profundo. Gitana, de lo más gitana. De tez cobriza, el pelo negro como el azabache peinado con raya al medio y recogido en la nuca, con una flor adornando siempre el moño reluciente. Pequeña de estatura, de dientes blanquísimos que sonreían incesantes en medio de aquellos labios que de tan rojos casi eran negros. Se llamaba Dolores.

Fidel había emigrado al sur soñando primero con ser torero, y si no lo conseguía, al menos hacerse rico poniendo un bar donde vender vinos finos y manzanilla. Rodó los campos andaluces trabajando de cortijo en cortijo, siempre donde hubiera dehesas con reses bravas. En una de sus primeras tientas alguien le dijo que tenía facultades, y con “Facultades” se quedó. Aquél iba a ser su nombre artístico. Facultades toreó becerros en las ferias de los pueblos, pero por más que intentaba arrimarse al bicho, los pies se le escapaban solos hacia atrás cuando se le acercaban los cuernos.

Se desengañó el día que creyó haber triunfado. El becerro era grande. Tan grande, que más que un toro a él le pareció un elefante, pero sin trompa. Y la plaza entera se volcó sobre él con un grito de ánimo:

-¡Arrímate, chaval, que es todo tuyo!

Facultades solo escuchaba los gritos que le ensordecían. Solo veía un toro inmenso que parecía crecer y crecer a medida que se le acercaba, y citó con el capote. Se le nublaron los ojos. Le flaquearon las piernas, y por un instante perdió la noción de cuanto ocurría a su entorno. Recobró la lucidez a hombros de un grupo de muchachos que con él daba la vuelta al ruedo.

-¡!He triunfado!! ¡He triunfado! -Gritó levantando al cielo los brazos.

Fue inmensamente feliz justo dos minutos y medio. Se dio cuenta de la realidad cuando alguien le advirtió:

-¡Bájate de ahí, alma cándida! ¿No ves que te llevan para tirarte al río de cabeza?

Conoció a Dolores, y se casó con ella casi al mismo tiempo que puso el bar y compró las copas para la manzanilla. Sus mejores clientes fueron los de la familia de Dolores que no pagaban Si con el vino ponían tapitas, las comían los churumbeles, y si no las ponía, la clientela buscaba otro bar. Había que pagar la mercancía, la renta, la luz, el agua, los impuestos… Y Facultades volvió a sentir añoranza por la tierra que le vio nacer.

Volvió a Treceño, y se trajo a Dolores. Nada más llegar, Dolores perdió el nombre, y fue conocida como La Andaluza. Cuando La Andaluza montó su industria, y fue conocida en el resto de los pueblos de Valdáliga, se hizo necesario precisar más, y pasó a ser La Andaluza de Treceño.

Un tenderete ambulante de venta de golosinas fue el negocio que montó la de Triana, y durante años recorrió todas las romerías de los contornos vendiendo avellanas tostadas a las parejas de novios, y suspiros y roscos de vino a las viejas de los pueblos. Para los críos barras de regaliz y “chumpos” de caramelo, y para entretenerse entre venta y venta de una u otra cosa, la mujer entonaba por lo “bajines” fandanguillos y soleares que la transportaban en espíritu a su Triana del alma.

Facultades y ella trabajaban en equipo, pero por turnos. Cuando ella descansaba, es decir, cuando no había fiesta donde ir a vender, el llevaba a pacer la burra gris, que era el medio de transporte con que se trasladaba la tienda de un pueblo a otro. Montado a la grupa con los pies casi arrastrando, y una vara de mimbre en la mano como cordón umbilical que le uniera a sus tiempos de torero, conducía al jumento a beber del agua del río Escudo, y luego a pastar en las cunetas de la carretera que eran posesiones de libre usanza…

La última vez que vi a Dolores fue en el barrio de Requejo justo delante de los almacenes de vino que allí tenía Aurelio Corral. El camión de recogida de leche fresca paró para cargar cinco o seis ollas que allí había, y Dolores, con un cachorro de perro de caza atado a una guita, se acercó al conductor:

-Por favor, “mi arma”, ¿tu podrías llevarme “er” bicho este hasta Torrelavega, que es de un “vesino” que me le dejó hace una semana hasta que yo pudiera mandársele?

-Pues lo siento, pero no. Tenemos prohibido llevar animales en el camión.

-“!Pos la joímos, amigo”! Estoy “jarta” de “dale” de comer al perro este. Al primero que me de por él tres duros, se lo largo.


Estaba también presente el cura del pueblo que era cazador, y se quedó mirando al cachorro.

-Si fuera de pluma, se le compraba yo para ir enseñándole ahora que empieza la temporada de la sorda… -Comentó con nosotros.

Y luego, dirigiéndose a ella, le preguntó:

-¿Señora, el perro es de pluma…?

La mujer le miró despacio de arriba a bajo, puso los nudillos de los dedos de ambas manos sobre las caderas, y estalló por aquella boca:

-¡Pues no te “joe”, que hasta “er” coño “der” cura se “quié” “cachondeá” de mi…! ¿Cuándo ha visto “usté” un perro de pluma, hijo? ¡!De carne y hueso, es el perro!! ¡De carne y hueso!

Jesús González González ©
Noviembre 2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

!Ole,ole y ole.....que grasia tienes Jesú!