sábado, 8 de octubre de 2011

ANOCHE SOÑÉ CONTIGO


Éramos como siempre, grandes amigas; los piñones de una piña entre los pinos.

Jane y yo estábamos con un grupo, dos de mis hijas y mi musa Erato. Departíamos de mil cosas en animada charla; acababa la tarde y se oscureció de manera sorprendente y rápida. Aparecieron nubes oscuras inmensas y bien delimitadas, parecían bandadas de aves negras en movimiento pero, con aspecto de humo de petrolera, denso y maloliente.

Caían de ellas, trozos de torreznos calcinados, uno de ellos, traía envuelto un ojo humano. Pensamos en principio, que un camión de productos cárnicos había explotado.

Miramos al oeste y vimos tres grandes humaredas, parecían proceder de las ciudades cercanas; tenían todo el aspecto de ser un ataque militar y cruento. Estremecidos por esa visión, nos angustiaba el temor de la lejanía del resto de la familia. Optamos por volver a casa, tardaríamos unas horas por el hecho de circular por caminos rurales, pues el cacharro en el que viajaríamos, no estaba acondicionado para las autopistas. En este sueño eran gigantescas.

Nos subimos a un aparato psicodélico y colorista; mi hija mediana se mostró voluntaria para conducirle. Se parecía a un quads usado en los montes y caminos agrestes; este transporte deformado por la visión de la pesadilla, tenía el chasis más ligero y descarnado, por supuesto, descapotado. Subimos las cuatro y marcha atrás, pretendimos salir del aparcamiento y poner rumbo a la carretera. En ese delirio, apareció una limusina negra que interrumpía el paso. La desesperación aparecía de nuevo en este devenir delirante y angustioso; opté por apearme para dirigir una extraña maniobra de salida. Fue un auténtico tiberio, no había espacio, el automóvil negro parecía crecer y el nuestro ensanchar, incluso, el hueco de salida se estrechaba.

Me llené de valor y fui a buscar al dueño, de manos a boca apareció y retiró aquella especie de espectacular carroza negra, mi hija dio marcha atrás. Súbitamente, se hizo una elevación considerable por el movimiento de la tierra a raíz de los bombazos. Había que bajarle y como pudimos cargamos con él.

De pronto, el psicodélico todoterreno se puso en marcha a gran velocidad y me dejaron en tierra.

¡Qué angustia!, ¿me volverían a buscar?, ¿me dejarían ahí? Llamé por teléfono pero, no me salía el número, era un móvil táctil y nuevo para mí, no acertaba a buscar los nombres y en esa angustia llamé a mi musa que iba con ellas. Después de borrarse, cortarse la comunicación tras oír ruidos sordos quizá, bombas y la sensación de percibir gritos y lamentos desgarradores, llorar, sudar y querer tirarle a un precipicio, al que como siempre, me veía arrastrada a pesar de agarrarme a las piedras y estacas clavadas al suelo. El miedo me atenazaba y sentí que me ahogaba. Dejé de inmediato el intento de telefonear y desapareció el precipicio; entré de nuevo a la casa de Jane.

Estaba como siempre, en labores de acogimiento de ayuda a un mendigo o peregrino. Hablamos de la situación, la dije que en la calle se oían ya los impactos y se veían helicópteros de guerra, increíblemente claros a pesar de la espesa humareda y las povisas de la supuesta explosión o reyerta beligerante. Relucían como en un dibujo surrealista, solamente, esas máquinas volantes, quizá fueran el enlace del halo de esperanza ante aquella hecatombe.

Decidí coger un tren o un bus y llegar de alguna manera a mi casa.

Inicié la búsqueda por unos soportales protectores hasta la estación; por capricho de la pesadilla me encontré con dos de mis amigas, Chupitos y Galilea, se encontraban en el mismo intento de huida. Nos topamos con gentes de la tierra y nos informamos del lugar para emprender el viaje.

Lo curiosos es que en mi sueño, yo recapacitaba lo siguiente, si hay toda esta situación bélica y confusión, ¿cómo es que se puede viajar?

Apareció un tren extrañísimo, y tan sólo había lugar para dos o tres, de tal guisa, yo que nunca fui hábil, conseguí meterme en un hueco; al pronto, el vehiculo dejó salir, como en un parto, varios vagones más.

Emprendimos el viaje a casa, con el temor ahogándome y la garganta seca, ¿estarían bien los míos, moriríamos en el intento?, ¿el mundo reventaría?

Desperté sudando abrazada a la ropa, en el gesto de despedida de mis tres amigas y con el alma en un puño.

¡Caray, qué pesadilla! Era la colección de sucesos de esta semana; hablamos el miércoles de las bandadas de aves, los quads en los que me subo y divierto, las guerras, el trenecito de las visitas a lugares extensos y artísticos, la familia, el comienzo de una amistad, historias familiares con una dosis de drama intenso e increíble, mis hijas.

Comencé también, varias actividades repartidas para cada día, lecturas, Asturias, un libro de una autora joven que me está gustando, encuentros literarios, trajes, el delirio por escribir poemas que no me deja hacer prosa y sobre todo, contactar asiduamente con mis amigos, esos que aparecen en cada rincón de mi alma, y, un trocito de amor surgido en esta pesadilla que obviaré. Todo junto se convirtió en esa pesadilla.

La amistad y el amor consiguieron dar el toque positivo a este sueño emborronado y oscuro.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
Noche del 7-X-2011

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