sábado, 24 de septiembre de 2011

TROZOS


Supe que de nuevo, unas señoras de la zona exponían sus labores y nunca mejor definido. Esta laboriosa afición se denomina patchwork, consiguen año a año, diferentes y buenos resultados, cada vez con más entusiasmo y perfección, detallistas en lo mínimo e inesperado.

Es curioso, son unas 35 mujeres y las conozco a casi todas; la mayor tiene 75 años y en ese grupo de más edad, cosen con auténtico primor y rapidez.

Creo que podría adivinar a que persona corresponden las labores concluidas, porque dejan en ellos parte de su personalidad y carácter.

Sencillas, delicadas, fuertes, coloristas, juveniles, tristes, etc.; vi a cada una de ellas en el resultado de sus cosidos y recosidos a mano, trocito sobre trocito y cuando parece acabar, aún se puede añadir una peca de “goma eva” o el remate en el súmmum del “detallucu”, de un mínimo botón; parece una especie de pesadilla textil. Me recuerda las imágenes de una pantalla de televisión donde aparecen otras de ella misma y así sucesivamente, en un túnel inacabable.

Una multitud de obras, desde lo práctico hasta lo ornamental porque, ¿quién podría imaginar una libélula fabricada con cremalleras?, o quizá ¿un cubre botellas en forma de pequeñísimo delantal?

Se puede apreciar un trabajo que recoge las hojas de diez árboles autóctonos, haya, encina, acebo, cagiga, etc. todo es posible en las manos de estas personas laboriosas.

Recorren todos los gustos y edades, divertidos, de animales, toallas, monitos fabricados con calcetines, bolsos confeccionados a base de cremalleras que se pueden abrir de arriba abajo, cojines para un cobertor que se mimetiza de tal manera sobre él, que apenas se distingue.

Dinosaurios, flores, muñequitas, delantales que muestran calzoncillos abultados en el lugar adecuado, dotándole de cierta sensualidad, artilugios para guardar las herramientas, cortinas, bolsos, carteras, broches. Había una cesta, tipo rafia, personalizada con un vistoso detalle y como siempre, cosido una pieza sobre otras; observé que casi todos los que allí llegaron a admirar la exposición de patchwork, y eran muchísimos, se asomaban a ver que había dentro.

Una vez que vieron o vimos el vacío, las caras demostraban diferentes gestos, parecían decir: ¡qué tontería mirar..., no hay nada..., qué desencanto...!, sonrío porque también lo hice.

Para evitar que toquen las prendas, recortaron una mano en cartulina, lleva escrita una sola palabra, ¡NO! Es una especie de jeroglífico sumamente fácil de solucionar. En otros cartelitos dice: ¡Se puede tocar con cuidado!

El libro de firmas tiene ese tacto del papel antiguo, grueso y poroso; sus páginas se han de pasar con cuidado, cariñosamente. ¿Qué dirán aquellas páginas?, ¿contarán tanto como todos los palotes que marcan en una libreta para contabilizar los visitantes?; quizá, cuenten qué siempre hace bueno cuando exponen, que les gustó, que admiraron la perseverancia en ese trabajo. Sí, tan perseverante como el mismo tiempo, siempre presente, llega, se va, entra, sale, y cada vez que lo hace, se lleva un poco de nuestra vida o entrega a otros el turno para vivir.

La Torre del Preboste es un lugar donde la belleza se expone en todas sus facetas, deja prendido en sus paredes y la gran piedra que hace de cimiento a este edificio, trocitos de las vivencias y trabajos de muchas personas, dan nueva vida a esas paredes de la antigua cárcel que apresaron las posibles maldades o errores. Ahora se llena de ilusiones y belleza, envueltos en unas paredes magnificas, adornadas con el lazo de una balconada inmensa, un patchwork de innumerables paisajes.

Que duren las exposiciones, perseveren los artistas y se siga valorando ese tesón.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
Septiembre del 17 al 25, 2011

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