lunes, 19 de septiembre de 2011

TERNURA



Sí, eso que se necesita a veces imperiosamente, un hombro donde apoyarse y llegar a las mismas nubes, tan solo eso, nada más.



Quizá escuchar una bonita música, enlazado a un ser querido, en silencio, bailar lento, atarse por los dedos de la mano hasta su nacimiento y un suave masaje entre ellos. Sin decir nada, sin explicaciones. Porque todo se pasará, hasta la ternura pasará…



Estos días que suelen preceder al otoño, son tremendamente románticos o incluso podrían confundirse con la tristeza. Se va tempranamente el sol y entra la noche con desesperación y avaricia, abraza el día con premura y soltándolo despacio en amaneceres inexistentes, faltos del sol o de claridad, entre grises, lluvias cansinas y silencios pesados, tanto como la bruma agarrada al barro que anilla la población.



Los niños comienzan las clases e igualmente, las algarabías de juegos y voces quedan sustraídas, aportan más silencio, más nublados, más sentimiento de dejadez y melancolía.



El cuerpo necesita ese sol postrero del verano para conseguir la energía y vitalización que son necesarios y algunos días de adaptación, lo mismo que harán mente y alma.



Hay que calmarse y no desesperar ante la subida de estas pequeñas colinas otoñales, cansa un poco remontarlas pero, llegas arriba; sería bueno recordarlo para así subir con más ánimo, con más brío.



En esta temporada suele haber más nubes que claros, aunque tiene muchas cosas importantes a disfrutar. Desde los platos montañeses más nutritivos y calientes, las apacibles veladas leyendo y escuchando música que alimenta, al lado, en una mesa, una tacita de un café cortado que reconforta, hasta los paseos entre sombras y los suspiros silenciosos de los paseantes que juntos, se podrían convertir en la brisa más calida e interminable del mundo. Los olores del musgo, la humedad permanente de los bosques y el sonido de los ríos con los cauces cargados del agua de las lluvias que lloraron las primeras nubes del otoño, esas que se agolpan en trocitos por debajo del cielo azul.



El viento sur aparece en juegos de escondite, entre los árboles y moviendo sus copas llenas de frutos, haciendo su trabajo de recolección. También caerán las castañas, avellanas y nueces, secarán definitivamente las alubias que se desgranarán al amor de la lumbre, entre el chisporrotear de los tacos de madera resecos y el chasquear al desgranar las vainas o las panojas de maíz, al lento ritmo de las agrietadas manos de las abuelas; caerán al cesto como los granizos de un inclemente invierno.



La sirena del muelle sonará en los lunes a modo del eco de un grito lastimero, despertará los sollozos de un tierno infante y traerá a la venta a los compradores de las costeras del arte; los chicharros brillarán tanto como el mismo sol y los salmonetes rojos como la sangre, parecerán arrancados del vientre marino en un múltiple parto sangriento.



Se escucharán las fuertes marejadas desde la última casa del pueblo marinero, allá donde las ventanas abiertas dejen escapar los aromas de ese pescado frito y quizá, las castañas recién cocidas enfriando en la ventana, se oirán voces ordenando que se coma todo. También las madres tendrán un momento para ellas, aunque sea tendiendo la ropa; mantendrán los oídos atentos por ver si cesará la tormenta y así su hombre o sus hijos, no arriesguen la vida o que se acreciente, evitaría así que el patrón diera la orden de arriar el amarre y partir del muelle...,, sí las estelas de los barcos son las preocupadas lágrimas de las mujeres a la espera. Los ventanales serán fanales de luz que abrirán las carnes a la oscuridad y algún maullido avisará de que el celo está servido entre las parejas gatunas, mientras, la luna llena se acercará curiosa entre los visillos de las nubes y cotilleará las vidas sencillas y los soberbios amores.



¿Donde estarán los poetas que puedan transmitir todas esas de sensaciones, donde?



Sí, la ternura necesaria para revivir la seguridad que estos días se aparta de nuestras existencias, para recoger las hojas de los caducos árboles y convertirlas en recuerdos agradables, en páginas vividas, en amores fantásticos y fantasías extremas, en colchones que acomodan realidades menos agradables, más monótonas o embachadas. Hojas que acolcharán decisiones por tomar, esas que cada vez se desestiman con más rapidez, porque, al fin y a la postre, los otoños volverán a impregnarnos del mismo desazón cada año, eternamente.



¿Dónde estarán los poetas que puedan definir con la belleza del lirismo todo esto, dónde?



¿Y la ternura, estará ocupada con todos los demás y para mí no quedará?, ¡la ternura!, me pregunto si yo podría dar tanta como necesito.



Es posible que sea cansancio de uno mismo, nada más.




Ángeles Sánchez Gandarillas ©
Septiembre de 2011

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