martes, 27 de septiembre de 2011

EN PORTUGAL (I)


Tal como estaba programado, fue la salida de Unquera. Eran las siete de la mañana en punto, y no paramos hasta Dueñas para desayunar. Eran dos autobuses, y es curioso que todos los pasajeros del autobús número uno fuéramos residentes de la margen derecha del río Nansa, mientras que los del número dos, lo fueran de la izquierda. Lo mismo que los escaños en el Senado.

Castilla la ancha, estaba casi toda en barbecho, y el espectáculo del paisaje era solo una combinación de ocres de distintas gamas. La autopista gris partía en dos la inmensa llanura. El bus mantenía constante los cien kilómetros por hora, y de repente mis ojos descubrieron algo nunca visto por mi hasta entonces en los campos de Valladolid y Salamanca: Había gran cantidad de terreno sembrado de maíz.

La solución a esta intriga me la dio, sin necesidad de preguntar nada, la guía que había de acompañarnos durante todo el viaje. La guía no fue una guía cualquiera, sino una guía excepcional. Estaba realmente documentada, era excelente comunicadora, y en la dedicación que nos ofrecía ponía de manifiesto que amaba su profesión. Nos dijo que los agricultores de la zona habían comenzado a sembrar maíz al amparo de las subvenciones otorgadas a tal fin. Que las industrias dedicadas a la fabricación de biodiesel estaban en auge. Que la última gran azucarera de la zona había cerrado hacía ya dos años, y como consecuencia de ello desapareció también la siembra de remolacha azucarera...

He dicho alguna otra vez que para saber, "viajar, preguntar, y leer”. Mirando a través de los cristales del autobús, y escuchando las explicaciones de María José, también aprendí que desde Barca de Tormes puede hacerse excursiones navegando por el río Duero hasta el mismísimo Oporto en Portugal, salvando tres exclusas la mayor de ella de treinta y dos metros de altura. Sentí no tener el dinero y los años necesarios para emprender esa pequeña aventura, que sin duda ofrece unos días deliciosos.

El campo tostado se fue manchando con el verde oscuro de las encinas a cuyas sombras hozaban los cerdos de pata negra. De pata fina y culo gordo, dicen que son los mejores si sólo de bellotas se alimentan. Se alternaban las fincas de cerdos con las de reses bravas, y contemplando toros y cabestros nos plantamos en Fuentes de Oñoro donde hicimos un alto para comer antes de cruzar la frontera. También aprendí de boca de nuestra guía que en aquella zona existe un parque protegido donde se reproduce y cuida la cigüeña negra, especie con muy contados ejemplares.

La bandera roja y verde nos avisó de que aquello era otro país, y María José de que debíamos atrasar los relojes una hora porque por el Cabo de Roca en Lisboa pasaba el mismo paralelo que en Inglaterra y Canarias. Mientras rodábamos kilómetros esta incansable mujer nos fue informando de que el país que empezábamos a visitar no era tan pequeño como a primera vista nos solía parecer cuando consultábamos el mapa. Portugal tiene trescientos veintiséis kilómetros de ancho por unos ochocientos de largo, donde viven unos diez millones de ciudadanos. Que era, nos dijo, el primer país del mundo en producción de corcho, y el tercero en pasta para la fabricación de papel, razón por la cual aumentaban las plantaciones de eucaliptos, y como en aquellos momentos rodábamos justo al lado del río Tajo, nos informó de que este río alcanzaba la anchura de diez kilómetros a la altura de Lisboa.

Nos definió María José las distintas regiones de Portugal diciendo que Braga reza, Oporto trabaja, Coimbra estudia, y Lisboa se divierte. Al centro se peregrina, y al Algarve se va a las playas.

Como tampoco era excesivo el tráfico de las autovías, nos aseguró esta mujer que desde algún tiempo a esta parte los portugueses habían vuelto a circular por las viejas carreteras, debido de que, a causa de la crisis, ahora todo eran autopistas de pago, y con los precios inflados. Tienen además el combustible más caro que en España, y en la Seguridad Social, cada vez que tienen necesidad de consultar a su médico de cabecera, han de abonar por adelantado cuatro euros con cincuenta céntimos. Esto, amén de un rosario interminable de pagos en cuanto a hospitales y medicamentos. Después de escuchar cuanto María José relató sobre este tema, yo empecé a filosofar para mis adentros, diciéndome que “Cuando las barbas de tu vecino veas mojar….”

Habíamos hecho otra parada dentro del país vecino para estirar las piernas y tomar un café. Hasta allí, nada que contar de un paisaje sin cultivo, y sin belleza. Solo encinas y alcornoques entre la escasa maleza, y olivos viejos como olvidados a su suerte, y de tiempo en tiempo la estampa de alguna aldea perdida en un panorama sin gracia…

Después, Fátima. Era el destino del día primero, y la base desde donde cada jornada nos habíamos de desplazar a los distintos lugares que estaba previsto visitar. Fátima es como un lugar sin vida propia. Es como todos los pueblos cosmopolitas, un lugar donde se ven rostros de todas partes del mundo menos los autóctonos. Hoteles y más hoteles, y comercios todos vendiendo lo mismo: imágenes de santos y utensilios para ritos religiosos. ¿Es posible que tantísimo comercio sobre la misma materia pueda subsistir? Si es así, pienso que Fátima ha de ser el único proveedor de las iglesias del mundo entero.

Sólo en una cosa sospecho que se equivocó nuestra guía de tanta información como nos facilitó. Dijo que en Fátima había un millón de plazas hoteleras, y yo estuve a punto de echarme las manos a la cabeza. Después aclaró que era contando también casas particulares, plazas de campamentos, etc, etc., pero aún así. Si como dijo más tarde, algunos años en la fiesta del trece de mayo se llegaban a juntar en la explanada del Santuario, ochocientas y novecientas mil personas, (que serían el máximo en un día,) ¿para quién tanta plaza hotelera…? El caso es que hablándolo con los viajeros del otro bus, su guía aseguró la misma cosa.

Alecrim, fue el hotel donde pernoctamos. Las habitaciones correctas. Es decir, normales, tirando a bien. Alguna vez las encontré peores sin necesidad de cruzar fronteras. Las sábanas fueron mimosas con los cuerpos, y los baños como mínimo, como Dios manda. Otra cosa fue la comida. Ya, ya sé que por lo que pagamos, esa cosa no podía ser de exquisito paladar. No me quejo de la calidad, que en mi casa tampoco yo como manjares a diario; ni de la cantidad, que siempre ofrecieron la posibilidad de repetirse. Me quejo de lo reiterativo, de eso que solemos decir siempre, sota, caballo y rey. Las mismas cremas en las cenas, y la misma lechuguita repicada al medio día. ¡Que poca imaginación tienen los portugueses!

(Continuará)

Jesús González González ©
Septiembre 2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Bien, ya era hora!
Quizá seas un escritor famoso, porque tu escrito tiene ese empaque. ¡Por Dios que sí!
Intenté encontraros por ahí, quería veros y daros un abrazo de bienvenida. Lines