sábado, 6 de agosto de 2011

NUNCA SUCEDE NADA


Te lo juro Flor, a mi nunca me sucede nada. No se como puedes proponerme que escriba algo sobre lo que me sucede a diario. Mi vida es una rutina como la de todo hijo de vecino. ¿No te pasa a ti lo mismo? Creo que desde el presidente de los Estados Unidos, al último mono, (en este caso yo,) la vida se les convierte en un actuar rutinario. Por eso cuando escribimos contamos cosas de otros…

Pero mira, si quieres, en cuatro palabras te digo lo que suelo hacer día tras día:En cuanto pongo los pies en la calle, haga frío o calor, un paseo por el huerto. Generalmente va seguido de trabajo. Plantar, podar, limpiar…Me gusta y me entretiene. Tengo alma de hortelano y manos de campesino… Después me gusta bajar al pueblo y observar lo que hace la gente, que aunque siempre sea lo mismo, nunca es igual. Suelo bajar a pie, porque me gusta andar sin prisa, y aprovecho para hacer los recados. Siempre pregunto a mi mujer si necesita algo, y si lo necesita, es muy fácil que al final, casi siempre, se me olvide algo.

A la hora de comer no soy exigente. Ponga lo que ponga el ama de casa, siempre lo encuentro bueno. Yo hago lo que aquél que a cada plato que le servían decía: “este es mi plato favorito”. Y cuando le preguntaron cuales no eran su platos favoritos, respondió: “los vacíos”. Pero, no, no. No soy Carpanta. De verdad que no como mucho, salvo si se trata de algún postre dulce. El dulce es mi debilidad, qué le vamos a hacer. En mi casa comemos alrededor de la una, y luego nos sentamos en unas butacas que tenemos en la cocina a ver televisión hasta el noticiero de las tres. Sí, en la cocina, no en el salón. El salón es demasiado grande para sólo dos personas, y como la cocina es amplia, tenemos un rincón acogedor donde nos encontramos como pez en el agua. Allí, hablamos un poco de los hijos, de los nietos, y nos preocupan sus problemas. Y también allí, viendo la tele, es muy fácil que nos quedemos dormidos… ¡Jo, qué felicidad! Ni en la mejor cama del mundo con colchón de plumas.

Las tardes son sagradas. Casi fue una suerte que mi mujer estuviera hace unos años un poco depresiva, porque el médico le dijo que permaneciera cuanto menos en casa, que saliera y buscara un entretenimiento. Buscamos el entretenimiento en el Club Social de Caja Cantabria. Ella encontró con quien jugar al chinchón, y yo me quedé mirando a unos ordenadores que había en otro departamento. Alguien me lo sugirió: “Por qué no aprendes a manejarlos? Aquí dan clases gratuitas.” Le llamé “internés”, como le llama, o le llamaba mucha gente ajena a ello; pero enseguida supe que era internét. Me encantó. Fue como meter al mundo entero en una pantalla, y verle por el lado que se te antojara.

Siempre me gustó escribir, y hasta por el desván guardo una vieja Olivetti portátil que compré hace mil años. Escribí cosas en ratos perdidos. Se amontonaban los papeles, otras veces se perdían, que se secaba la tinta en la cinta, que el papel carbón para las copias manchaba los folios…Que releer, que corregir, que romper papeles y empezar de nuevo…

Descubrir los ordenadores fue descubrir un mundo de facilidades para esta afición tantas veces tomada y tantas veces dejada… Descubrirlos cuando dispongo de todo el tiempo del mundo para teclear cuanto se me antoje, es otra delicia añadida…. Y eso es lo que hago, Flor, la mayor parte de las tardes de este trozo de vida que aún me queda. Después choqué un día con la sonrisa permanente de María y me apunté al Club de Lectura. Más tarde, ya lo sabes, el Taller de Escritura donde todos los que estamos formamos una nueva familia, y donde se cuece el amor por las letras, donde se moldean y modelan buscando expresiones y rimas…

A media tarde de mi escritura siento necesidad de un pequeño paseo, y subo a la “biblio”. Me entero de cosas, de novedades, de libros nuevos…Y al paso os pregunto: “¿Mañana, qué, de que escribo?”… Y sois como una fuente inagotable de ideas, que después a mí me permiten pasar las horas distraído… escribiendo… ejercitando el viejo cerebro para que no se atrofie….

Después están los otros amigos, los de siempre… (Los amigos son como los hijos. El amor del uno no roba el amor del otro.) …y nos sentamos a tomar algo en una terraza, y hablamos, y damos pareceres, y a veces hasta hacemos proyectos de excursiones. Entonces el día declina, y regresamos a casa… Más o menos eso es un día cualquiera en mi vida, ¿ves? Siempre igual, como la tuya, como la de otro cualquiera… ¿Crees que contar esto puede interesar a nadie?

J. González González ©

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