jueves, 25 de agosto de 2011

DE LA MILI (Y V)


Ahora son los “Culebrones” de la Tele. Antes, los “Seriales Radiofónicos”, y primero, en mis tiempos de La Mili, las “Novelas por Entregas”. En resumen, todo ello no son más que historietas interminables, que acaban aburriendo a dios y a su madre. Y como nada más lejos, (en cuanto a intención se refiere,) de aburrir a nadie, en este capítulo resumiré mi estancia por las tierras de Mohamed…

Vaya por delante que mi me gustan los países árabes. Son otra cultura, otra fe, otra filosofía de la vida… A Marruecos he vuelto varias veces, y siempre me faltaron ojos para observar. Marruecos para mí, no es “el marroquí” que conocemos siempre “a salto de mata” subsistiendo malamente por nuestros pueblos. Marruecos es un país hospitalario y respetuoso donde desgraciadamente vive mucha gente con hambre que no les queda otro remedio que actuar como hambrientos…

Pero volvamos a entonces, a los años cincuenta y dos, cincuenta y tres, a las cábilas aquellas donde además de pobreza, las gentes heredaban de sus mayores una incultura secular. La mayor parte de los hombres de esta región hablaban entonces suficiente español como para hacerse entender. (No en vano era aquello “Protectorado Español”) Aunque también era Protectorado para las mujeres, y salvo las dueñas de algún comercio y las llamadas “mujeres deshonestas”, no lo hablaba ninguna.

Hay imágenes de una elocuencia tremenda. Tenía otra foto de una mora cuyo hijo atado a la espalda, apoyaba la barbilla en el hombro de la madre, y chupaba desde allí la teta flácida que la mujer le alargaba..

Tan ingenuos… Hablando con un viejo, me dijo en tono confidencial, como si fuera algo que nadie más debía de escuchar: “ Paisa, yo estuve en la guerra de España matando rojos, y los rojos eran hombres como tu y como yo; no tenían ni cuernos ni rabo…” Pero percibían las frases peyorativas: Caminábamos un día por el zoco y un viejo que pasaba me rozó con unas banastas que llevaba, y murmuré entre dientes: “El moraco este…” Me miró y repuso muy convencido. “Moraco, moraco… ¡Y tu estar cristiano, que eso es “mucho más” peor todavía!”

Me auto-invité una noche al festejo que se hacía en una cábila con motivo del nacimiento de un hijo del dueño. Bueno, el invitado era un paisano y compañero de mili, al que pedí por favor poder acompañarle, y cuando llegamos, lo primero que nos advirtió el anfitrión al abrirnos la puerta del muro de adobe que circundaba la casa, fue: “No decir palabras feas, que hay “mujeras”…” Ni feas ni bonitas las hubieran escuchado, que los hombres estuvimos sentados en unos cojines en el suelo en torno a una hoguera, y las “mujeras” como siempre decían, unos metros más lejos. Venga te y vengan pipas de kifi, hasta que pasó una vieja con una cazuela en la que todo el mundo metía la zarpa para atrapar una tajada de cordero al comino, que tras tragarme mis primeros ascos, al final lo encontré delicioso.

¿Sabíais que los moros huelen? Tienen su olor característico. Seguro que también nosotros tenemos el nuestro, pero no le apreciamos. No se nota así, fácilmente, no. Se nota al entrar en el lugar donde hay mucha gente: Un zoco, una mezquita, un cafetín… Ángel, mi amigo de Melilla se burlaba de esta nuestra apreciación. Él, nacido entre ellos, y jamás notó tal cosa. Pero mira tu, que en su primer permiso marchó a pasar unos días con unos tíos que tenía en Málaga, (Era la primera vez que visitaba la Península,) y al regreso fue lo primero que nos dijo: “Esta mañana, al subir a la guagua para venir, ¡noté el olor de los moros que decís vosotros!”

Medio Melilla era un conglomerado de cuarteles y las calles se inundaban de uniformes a la hora del paseo. Lo único que soñaban las mozas de Melilla era eso, ligar a cualquier soldado que las sacara de la cárcel que era su ciudad por más hermosa que fuera.

Y mientras Melilla se miraba coqueta en el espejo del Mediterráneo, el teniente Silvina seguía siendo un auténtico cabrón, que cuando estaba de oficial de guardia pasaba revista a todo el que en las tardes salía de paseo, y al que no le mandaba volver a la Compañía a limpiarse las botas, le mandaba a coserse un botón que le faltaba, Puso de manifiesto su mala leche el día que estando de oficial de cocina, la mayor parte de la tropa devolvió al cubo de la basura unas verduras que parecían comida de cerdos. Ordenó, porque para eso tenía un par de cojones, que del cubo volviera a los platos, y de allí ni dios se levantara hasta que cada cual comiera su ración.

Tocaron “Generala” una mañana temprano, y formamos a una velocidad inusitada. El capitán de cuartel pasó lista, y no faltaba un alma. Sin embargo, unas horas antes habían encontrado bajo unas tuneas del camino a Nador, el cadáver de un soldado desnudo pero con las botas puestas, y por ellas sospecharon pudiera ser de aviación. Después se supo que las botas de la Legión eran las mismas que las nuestras, y el muerto un legionario. Según rumores de aquellos días, el cadáver era de un vigilante de los enviados al pelotón de castigo, y probablemente un castigado el autor de su muerte. También sobre la Legión dirigí mi curiosidad, y encontré tema suficiente para si un día hay tiempo y gana escribir otro relato.

Los “Junker” bombarderos hacían vuelos periódicos a Málaga y Madrid para según decían, participar en maniobras militares, pero era curioso que siempre que volaban, uno o dos días antes llegaban dos furgonetas con grandes fardos que introducían en su interior. Lenguas malas como la mía, que lanzo al aire la sospecha sin tener certeza alguna, decían que en los fardos iba tabaco y “medias de cristal” de contrabando, y alguna cosa más que en aquellos tiempos se compraban allí a muy buen precio…

Después de dos años, un día nos licenciaron, e hicimos de noche la travesía de once horas de Melilla a Málaga cantando en la cubierta del “Vicente Pujol”:”Ya se van los cumplidos, Que dolor que dolor, que pena, Ya se van los cumplidos, A casa a descansar, hache, y, jota ka, A casa a descansar. Todos llevan tabaco, que dolor que dolor, que pena, Todos llevan tabaco para poder fumar. Hache, y, jota, ka, Para poder fumar… Llegan a la aduana, que dolor, que dolor, que pena, Llegan a la aduana, y se lo quieren quitar, Hache, y, jota ka, ¡Se lo quieren quitar…!

J. González González ©

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