lunes, 22 de agosto de 2011

DE LA MILI (II)


Supongo que aquella noche durmió bien todo el mundo. Estábamos demasiado cansados de rodar dos días por la bodega del barco, para darnos cuenta de que estaba apelmazada la borra del colchón, y en la siguiente mañana el toque alegre y floreado de Diana despertó a la gente de buen humor. Corrimos a los urinarios, y lo mismo que se ponían las vacas de mi pueblo unas al lado de las otras para beber en el abrevadero, nos pusimos nosotros para “desbeber”.

Aquí empezó una rutina que duró tres meses: El período de instrucción. Formar todos vestidos de azul-aviación para izar bandera, y luego desayuno. Nueva formación de reclutas para salir a un campo de tierra polvorienta al lado de la entrada principal del acuartelamiento cada uno con un fúsil al hombro que desconocíamos por completo. Una arenga del teniente instructor. Un Atención, ¡fir….més!, del sargento de turno, y un “En marcha, ¡ar!. -Del cabo reenganchado-. Un, dos, un, dos...un, dos… Al…to, ¡ar! De frente…!ar!", y así. Bajo aquél tórrido sol de Marruecos, entre el polvo amarillo de una tierra improductiva, y la mirada inquisitoria de un cabo analfabeto que se sentía superhombre repartiendo ostias, aprendimos a desfilar.

Teníamos en aquella Base Militar de Tauima tres bombarderos pesados “Junker” , un “Pedro” ligero, y como doce avionetas de entrenamiento con las que todos los días hacían las “horas reglamentarias de vuelo” los pilotos de complemento. Me maravillaban los vuelos de acrobacia que casi todas las semanas eran culpables de que arrestaran al sargento Tascón sus superiores: En los vuelos “en barrena”, como en todos los vuelos había unas normas que los pilotos tenían que cumplir escrupulosamente, y en este, a determinada altura del suelo debían de remontar de nuevo, y Tascón no lo hacía hasta que el viento de la hélice de su avioneta no levantara el polvo de la tierra. “Me arrestan porque a ellos les falta cojones para hacer lo mismo”, y cuando le castigaban dos días sin salir del pabellón de suboficiales, se sentía el piloto más feliz del mundo.

Aquella mañana el cabo Llamazares paseó la Compañía pidiendo a gritos alguien que supiera escribir a máquina, y no esperé a que lo repitiera otra vez.

-Pero, bien? ¿Escribes bien, y de prisa?

-Me puedes poner a prueba. Dame máquina y papel, y díctame lo que quieras,

-No hace falta, estoy seguro que lo harás bien. Ven conmigo.

Me llevó hasta un armario y sacando una hermosa escoba que puso en mis manos, me dijo: “Teclea esta, y barre la Compañía entera. No quiero ver una mota en el suelo”. No recuerdo, pero supongo que para mis adentros, como mínimo le llamaría hijo de puta. Pero aprendí que en adelante me andaría con pies de plomo antes de significarme en algo.

Lo que más ilusión me hizo en aquellos días, fueron las cartas de mi novia cuando llegaban. Su letra picuda y desparramada era inconfundible. Las leía siempre rápido, no porque lo hiciera de prisa, sino porque al contrario que yo, era más que parca escribiendo. Pero con que repitiera una y otra vez que me quería, y que añoraba mi ausencia, yo tenía mas que suficiente para responder sobre la marcha con una misiva interminable. Tan escueta era escribiendo y tan concienciada de ello estaba ella, que me escribía en renglones más que separados para llenar pronto la cuartilla; y yo, para advertirla de que tal cosa no me pasaba desapercibida, la respondí un día en su misma carta, escribiendo dos renglones entre cada uno y uno de los suyos.

Había otras dos cosas que ilusionaban por igual a reclutas que a veteranos: Los giros y los paquetes. ¡Dio mío, los giros! Eran la posibilidad de desplazarte en guagua hasta Melilla y merendar a gusto una tarde. O visitar los tugurios de Cabrerizas Altas siempre llenos de putas y militares de todos los cuerpos del ejército español. ¿Y los paquetes? ¿Quién no se chupaba los dedos en cuanto comenzabas a desenvolver y te sacudía en la nariz el olor de los chorizos? Aquella mañana a la hora de la instrucción el teniente Calvo en cuanto nos tuvo formados, dio la orden: “Descansen, ¡ar!.” “!Atención! Soldados reclutas Andrés Diez y Luís Ortiz, un paso al frente” Y cuando los dos estuvieron frente a todos, el teniente Calvo se volvió a la tropa, y señalándolos, añadió. “Soldados, aquí tienen a dos perfectos ladrones, que ayer le cogieron a un compañero el aviso de Correos, y le robaron el paquete que sus padres le mandaron.” Les ordenó a los mencionados levantar el fusil en alto sostenido con ambas manos, y correr a “paso ligero” en torno a la explanada de instrucción hasta caer al suelo exhaustos. Me pareció una lección magistral del teniente Calvo, como aquella otra cuando fuimos a la playa de Mar Chica a ejercicio de tiro, y cuando terminamos de disparar, ordenó: “Ahora, a bañarnos. ¡Todo el mundo al agua!” Algunos gritaron:”Mi teniente, no trajimos bañador”. Sin pensarlo un momento el teniente Calvo se quitó el suyo, y respondió: “Pues desnudos como yo, ¡todos al agua!” Pero predicó con el ejemplo.

Los atardeceres de aquél lugar de Marruecos eran de una belleza inigualable. Un sol rojo como una bola de fuego teñía de mil colores encendidos las aguas cálidas de la albufera llamada Mar Chica, mientras del otro lado se oscurecían los ocres del Monte Gurugú en el Cabo Tres Forcas. Era la hora en que los bereberes rifeños regresaban de sus campos de algodón a la paz de sus cábilas, y sus mujeres exhaustas por el peso de la cosecha se sentaban a descansar al lado de los caminos, y acariciaban aquellos pies desnudos de piso endurecido como cascos de caballerías, mientras el moro de blanco turbante se repanchigaba en lo alto de la caballería. Se escuchaba entonces retumbando en los valles la voz del almuecín convocando desde el alminar a oración a los fieles, y era como una inyección de pura actividad que en un instante arrodillaba en tierra a las gentes que oraban siempre mirando en dirección a La Meca.

(Continuará)

J. González González ©

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Dioses!,
me transporté a esos lugares
de rojos atardeceres,
con los cantos y mensajes,
a los muchachos en cueros,
a montes o peñascales,
desiertos y polvaredas,
las mujeres y arenales,
a tu forma de escribirlo…
Percibo entre los renglones
añoranzas de otros lares.

¡Qué suerte tenerte cerca
y aprender de lo que sabes!
Lns