sábado, 20 de agosto de 2011

CONJUNCIÓN


Así era percibida la música interpretada por María Blanes, piano y Mario Hossen, violín, y facilitado por la acústica de Santa María de los Ángeles.

Estaban posicionados al final de los escalones del altar Mayor, el fondo histórico artístico del estilo barroco del mismo, que hacía juego con las interpretaciones oídas, una auténtica belleza que llenaba todos los sentidos, incluso de un séptimo que hubo necesidad de ser inventado esa noche, pues fue la única manera de percibir un concierto purista en un delirio de impresiones, una invasión de calidad y perfección en estado puro, con el único elemento acústica de la sonoridad del templo, un entorno exterior de luna llena romántica, convertían esa noche en la más adecuada del periodo musical del romanticismo.

Sí, disfrutamos de una conjunción total.

Estos artistas virtuosos arropados por curriculum de doctorados, docencia, conciertos, la constancia de sus éxitos por Europa y América en los auditorios más selectos e interpretando las obras reconocidas por su dificultad, como las más complejas. El violín era obra de unos de los mejores artesanos de instrumentos de cuerda del mundo, el veneciano G. B. Guadagnini, s. XVIII, adecuado para avalarle como el mejor interprete de Paganini de su generación.

Este compositor alemán hubiera deseado que sus obras fueran interpretadas por instrumentistas como los que hoy disfrutamos, los mejores. Derrocharon sensibilidad y compartieron su amor por la música, advertido tácitamente, es más, se observaba también en sus gestos y en sus relajados rostros. Las manos de María recorrían acariciadoras, las bicolores teclas del piano de cola, que reflejaba gracias a la iluminación, una figura redondeada en tonos marrones y oro; las de Mario sostenían el arco frotando las cuerdas que van hacia el clavijero por el mástil, haciendo nacer del alma del violín las notas, aunándose de tal manera con el sonido del piano, instrumento de cuerdas percutidas, que era difícil distinguir cada instrumento. Se conseguía cuando uno u otro demandaban las respuestas musicales de Beethoven, que nos legó, musicalmente hablando, tres de las diez sonatas para piano y violín; la más conocida en este concierto fue la nº 5, “Primavera”. Estas obras pertenecen a la transición del periodo clásico al romántico.

Y sí, fue una primavera aromatizada de “allegros” de notas coloristas, y un rondo allegro -este vocablo define musicalmente la repetición, se podría expresar llanamente como estribillo, de uno de los tiempos de la sonata nº 5, cuatripartita-.

El “allegro”, el “andante”, casi un “adagio” de la Sonata nº 2, donde se podía percibir supuestas olas reposadas en lances sensibles y delicados, guiados al mejor puerto posible.

Quizá el “scherzo” que alargaba el penúltimo movimiento de la sonata nº 7, eficazmente interpretado, jugueteaba en los dos instrumentos y dejaba las notas en la imaginación, agudizaba el deseo de prolongar ese divertimento, retozar junto con el corazón en la lectura de las partituras, haciendo de aquella velada musical una comunión de tres genios, Beethoven, María y Mario.

Beethoven hubiera sido feliz en esta audición del 12 de agosto en San Vicente de la Barquera. Un programa titulado “Integral de Sonatas para violín y piano”, tres sonatas oídas en un concierto de dos periodos, un auténtico sueño musical alargado en el horario previsto por aplausos interminables; consiguieron al final el premio de otra pieza.

La luna admitió haber perdido en esa velada, la batalla de la belleza.

Ángeles S. Gandarillas ©
12-VIII-2011

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