jueves, 21 de julio de 2011

VEOPRIN, LA QUINTA ESTACIÓN


Aquí queda este nombre, “Veoprin”, una nueva estación, la única manera de ubicar la meteorología de parte de junio y julio. Esta palabra se consigue con las iniciales de cada una de las demás estaciones, ve-rano, o-toño, pr-imavera e in-vierno, sin orden ni concierto, tal cual está el tiempo. Como consuelo, convendría recordar que tuvimos una primavera preciosa y consecuente con su época.



Mira que mis amigos de la zona castellana y madrileña venían con calor, pero salvo para dormir a pierna suelta durante su estancia, el resto del tiempo se lo pasan cariacontecidos. Tan pronto aparecen decadentes y otoñales, como con una astenia primaveral, con el encogimiento invernal o agobiados por el húmedo calor del verano costero. Es posible que puedan decir a su regreso: ¡no volvemos bronceados, pero hemos pasado un frío maravilloso!



Gracias a ello, la mayoría de los turistas se decantan por dar paseos en la zona histórica de nuestra villa.



Eso da la oportunidad de observar alguna situación curiosa. En este caso fue algo que creo se denominan “psicología invertida”. Resulta paradójico escuchar a un padre decir a su vástago:



-No mires el castillo, que no se puede mirar.



De ese modo consiguió que el niño se interesase, acto seguido, por esta fortificación medieval. Lo miró con disimulo, desobedeció colocando la cabeza en dirección al parque y por el rabillo del ojo, al Castillo del Rey.



No se si será acertado, pero desde luego, sí que logró la curiosidad del chaval que quizá estuviera pesado porque le aburría esa visita.



Ayer, teníamos planes de acudir al teatro en Comillas a pesar del aviso de temporal del noroeste; podría llegar, siempre según las previsiones del centro meteorológico, a los 100 Km. por hora. Nos aventuramos porque los marineros preveían que entraría con más fuerza al cambio de la marea. Para esa situación, faltaban cinco horas, tiempo más que suficiente para ir y volver a la cercana villa comillana.



Y llovió, ¡vaya si llovió! Y también “ventó”.



Total, que intentamos llegar al local del espectáculo fiándonos del plano.



-A ver…, camino contrario a Cabezón, dirección playa de Comillas, a la derecha. Según esta escala, a unos pocos metros.



Pasamos y nada, dimos la vuelta, –antes remiramos el famoso mapa y callejero-.



-Pues no hay nada y más allá, sé de fijo que está el cementerio, brrr, que “horreur”, y más lejos, las viviendas de los marineros.



¡Vuelta para cuatro caminos…!



Casi nos comimos un semáforo que apenas se veía por la lluvia, giramos a la izquierda y aparcamos, ¡qué suerte!, en un espacio que estaban dejando libre en la subida de la plaza del antiguo Ayuntamiento de Comillas y la Iglesia del Santo Cristo.



-Pues va a ser que aquí tampoco es.



Salimos del coche todo lo deprisa que pudimos y nos vestimos el chubasquero, que previsoras, traíamos en le coche, además de un paraguas, por si el viento nos permitía taparnos con él.



¡Y seguía lloviendo y mucho!



Optamos por preguntar a unas chiquillas que se refugiaban arrimadas a la pared, en una acera.



-¿El teatro? –Se quedó pensativa, la otra amiga se desgañitaba por el teléfono móvil, nos miraba como diciendo ¿y estas mujeres se volvieron locas o qué?, ¡un teatro en Comillas!



-¡Ah ya!, está por donde el supermercado de abajo, a la derecha…



-¿A la derecha?, por Dios si acabamos de estar y no le vimos.



Cavilamos que se nos fue el teatro al cielo y decidimos hacer el recorrido a pie, más bien, casi nadando. ¡Qué pozos, qué caudales, qué fresquito!



-¡Menos mal que no me traje las sandalias!



Reímos ambas. Imaginar el choclear de los pies saliéndoles el agua por entre las tiras, era sugerente.



-Mira que no tenemos el día a derechas, que si tenemos los hados en contra, que si risas, que si pozos, que si coches, que si mini aceras….



Llegamos abajo y nos dirigimos a la derecha, y sí, ahí estaba; a la izquierda de la derecha, que no era lo mismo.



Entramos en la portalada y quedamos a refugio de los elementos. Abonamos y recogimos nuestra entrada. Nos dispusimos a esperar la hora del comienzo del monólogo teatral.



Más charla, casi ahogadas de las risas, del agua, de la situación y de otros asuntos que teníamos en la recamara desde hacía tiempo.



Llegaron más clientes, tres, cuatro…, un papá cargando en brazos a una niña que estaba a grito pelado y pataleando, abría desmesuradamente la boca, hasta el punto de parecer que se le iba a partir la cabeza en dos, ¡por Dios que sí!



El padre la soltó al entrar al gran portal de la taquilla, lo hizo con algo de brusquedad, ya que la inquietísima niña, prácticamente se tiró de sus brazos. La criatura calló automáticamente de su berreo insufrible.



En aquella antesala se desarrollaban varias escenas; había un perro propiedad de la compañía teatral que ladraba a cuantos coches pasaban, la taquillera pidiendo cambios al cobrar las entradas, la lluvia, más lluvia, el ruido sobre los adoquines al pasar los coches que producían un ruido similar a los truenos, siendo el menor acompañamiento de esa noche invernal, etc.



Al fin llegó la hora tan esperada.



La taquillera anunció parsimoniosamente lo siguiente:



Ante la escasez de público, queda anulada la función. ¿Quieren que les selle la entrada para mañana o pasado?



-contestamos con desconcierto que no, desconocíamos si podríamos volver.



Nos reembolsó el dinero y salimos, esta vez con menos lluvia, hacia el automóvil.



Llegamos con los pantalones mojados y el calzado húmedo, entramos con rapidez y dejamos colgados en los asientos traseros los gabanes. Emprendimos la vuelta.



Comprobamos al llegar a San Vicente, que el viento era mucho más fuerte y decidimos tomarnos algo calentito, por ejemplo, una tisana.



Esa infusión era desconocida para mi paladar, me vendría bien probar algo nuevo. Por cierto, el amable dueño del local, me la sirvió en una tacita recién comprada.



Un detalle que sumé a la agradable infusión.



A pesar de todo, la noche tuvo su interés, un nuevo sabor y mojarse buscando un teatro. He visto películas con menos complicaciones, sonrío.



La obra “No eres gorda, eres ancha de caderas”, parece un divertido monologo, eso lo aseguró también la taquillera. Quizás hoy la consigamos ver.



Fue una noche diferente, .en una estación increíble y variada, el “Veoprin”




Ángeles Sánchez Gandarillas ©
19-VII-2011

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